Tropea, la Italia desconocida

Tropea, la Italia desconocida

Por Giorgio Benedetti
Cada mañana, bajo los primeros rayos de sol que se desvanecen sobre la solitaria spiaggia dell’ isola (playa de la isla), los pescadores comienzan silenciosos a desplegar su rutina de redes sobre la arena fina. Detrás de ellos, trepado a un murallón de rocas que se levanta imponente, el pequeño paese (paisito) de Tropea despierta tibio contemplando el interminable turquesa del Tirreno y el sereno ritual matutino de estos pocos pescadores artesanales. Enfrente, montada sobre un inmenso caparazón pedregoso que emerge desde la quietud del agua, la imagen frágil y celestial de la Chiesa de Santa Maria dell’ Isola (Iglesia Santa María de la Isla) termina de dibujar una de las postales más perfectas y sublimes de la costa italiana.
Tropea es un diminuto y antiquísimo pueblo de la Región de Calabria que parece intentar detener al increíble Mediterráneo entre los golfos de Santa Eufemia y Gioia. Su origen tiene poca importancia; sucede que salvo los 300 metros del corso Vittorio Emanuele -la calle comercial-, aquí todo continúa tan intacto que el solo hecho de merodear sin rumbo es capaz de transportar en el tiempo.
Y es que en realidad, la gran seducción de Tropea consiste en conservar el testimonio del pasado a la vista, luciendo fachadas altas de granito con arcos románicos y pasajes angostos empedrados que se multiplican uno tras otro. Y es allí donde empieza a desbordar un ambiente genuino y el espíritu ardiente de Calabria se encarga de invadirlo todo. Entonces, el dialecto comienza a escaparse a gritos de los ventanales con su melodía dulce, mientras las mujeres vestidas de negro llegan hasta la feria con los frutos que ellas mismas cultivaron. Así es como las formas tradicionales se hacen religiosamente mágicas, mezclando imperceptibles presente y pasado.
Pudiéndose recorrer a pie, un circuito de iglesias y palacios de otros siglos se va sucediendo entre las silenciosas callecitas zigzagueantes del centro histórico. Primero que nada el Duomo (la catedral); una singular mezcla de arquitectura románica y medieval sin documentos que atestiguen su origen, pero con muros que, según estudios, datan del siglo XII. Su interior, como el de casi todas las grandes iglesias de Italia, se llena con pinturas bíblicas del cinquecento, crucifijos y esculturas de mármol del temprano renacimiento.
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A escasos 300 metros del Duomo, asombran las dimensiones de la Iglesia de los Jesuitas que, vestida de barroco, terminó de levantarse en el 1600 usando los restos de una antigua catedral bizantina. Es que, por lo general, todas las edificaciones importantes de Tropea se gestaron en el medioevo y más tarde fueron moldeadas de acuerdo a los manierismos de cada período. Así, con esta mistura de estilos que nunca termina de resolverse, continúa el gran desfile con la Iglesia San Francesco di Assisi, restaurada en incontables oportunidades; con el monasterio de Santa María de la Pietà y su exuberante altar de mármol; y con la Capilla de los Nobles, el reducto pictórico de los más antiguos artistas de Tropea. Tan magníficos como las casas religiosas, los palacios exhiben una estructura medieval con inmensos portones de madera, candados y cerrojos despintados.

Un paseo por el pueblo
La zona céntrica de Tropea se concentra en los alrededores de la Piazza Ercole, sobre el corso Vitorio Emanuele. Allí, como en todas las plazas públicas de Calabria, la gente se reúne en esa especie de rito cotidiano inquebrantable que tan bien caracteriza al sur de Italia. Al mismo tiempo, en los bares que miran al mar, las bandejas de café espresso humeante y los bocados de mandorle (roscas de almendra) se repiten sin fin.
Durante la siesta, Tropea descansa en el más absoluto silencio. A esta hora, a los pies de la ciudad y bajo un cielo clarísimo que lo templa todo, la tibieza del Tirreno se va poblando tímida de turistas. Entre el Scoglio di San Lorenzo y la Iglesia Santa María dell’ Isola, algunas sombrillas distantes se desparraman en la arena gozando del murmullo marino y del azul inagotable que solo se interrumpe por el vaivén de unas pocas velas errantes. Hacia el sur, más allá de la iglesia, la quietud de un solitario y extenso golfo se muestra como la alternativa más pacífica de la zona. Desde allí, los atardeceres anaranjados bosquejan un cuadro de ensueños coronado por la silueta de esa mística iglesia de piedra, que desde la época del medioevo representa el gran emblema de Tropea. Otra opción es admirar la caída del sol desde la terraza que se forma en el final del corso Vitorio Emanuele. Y así la mirada comienza a perderse en el mar, en las figuras de las rocas que parecen talladas a mano, y si la niebla lo permite, también podrá divisarse la imagen fantasmagórica del volcán Stromboli, un símbolo más de esta fogosa Calabria.
EL CRONISTA

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