30 Sep Leo Sbaraglia: “Vivo una inestabilidad estable”
Por Marina Zucchi
Si usted ve por Buenos Aires un Twingo amarillo verdoso de la antigüedad de Caballos salvajes (1995), detenga su vista en el conductor. Puede que no sea el automóvil típico de un señor de un metro ochenta -y menos de quien conquistó la industria cinematográfica argentina y española-, pero a bordo lo encontrará a Leonardo Sbaraglia. La excepción explica la regla: fuera del terreno de la actuación, Sbaraglia no tiene una postura snob. No da entrevistas a revistas que lo invitan a mostrar casa y familia. Ni usa Twitter. “Ya de por sí es un trabajo entrar en una intimidad en un rodaje”, deduce. “Sentís como si 50 personas entraran en tu baño”.
Hubiéramos podido verlo estos días en Entre caníbales (Telefe), pero el cine siempre se encarga de abducirlo. Casi 50 películas, desde su debut en La noche de los lápices (1986). Algo así como 300 semanas de rodaje. Unos 2.100 días de su vida encerrado en un set. O 50.000 horas. Fuera de eso, ningún misterio. Cumplió 45 años. Tiene un pie en el avión, rumbo a España, cada cuatrimestre. Una hija de 9 años. Una esposa artista plástica. Un estreno televisivo (El hipnotizador, domingos a las 21 por HBO). Y una idea parecida a la de Ricardo Darín, que se viralizó en redes sociales, cuando lo entrevistó Fantino: “¿Ser millonario? ¿Para qué? Desayuno, ceno y almuerzo lo que quiero. Y puedo darme dos duchas calientes al día”.
De chico le prendía fuego a las hormigas y caminaba por las cornisas. De adolescente (ya en Clave de sol) eran las chicas las encendidas a fuego que por seguirlo arañaban precipicios. Suele volver a los pagos en los que creció, en el partido de Tres de Febrero. “Sáenz Peña es mi patria”, infla el pecho.
Con el maratón de películas que filmás por año, pienso en la cantidad de los proyectos que paralelamente rechazás y en los arrepentimientos que eso te genera. ¿Cuál es el gran arrepentimiento de tu carrera?
Digo “No” mucho a proyectos que me gustan mucho. En el teatro y la televisión me la paso diciendo que no. No hice Entre caníbales, con lo que me hubiera interesado trabajar con Juan José Campanella. Este año tuve que decir basta a muchas cosas, sobre todo porque quiero resguardar la segunda temporada de El hipnotizador y porque tengo un proyecto de Caetano (ver En silla de ruedas). La mía es una inestabilidad estable. Mi gran arrepentimiento fue Nueve reinas. Era un momento en que yo estaba tomando otro camino, el de irme a España y no pude hacerlo. No quiere decir que me equivoqué, porque tomé otra dirección. Me arrepentí muchísimo. Iba a hacer el papel que luego hizo Gastón Pauls. Tenía una gran relación con Fabián Bielinsky (el director) y él me venía hablando del proyecto, pero yo venía de Plata quemada, había sido un gran esfuerzo para mí, llegaba fundido. Siempre me va a quedar ese arrepentimiento.
¿Entrás con otra identidad a las redes sociales o directamente prescindís de ellas? ¿Por qué la postura de mantenerte lejos de las redes teniendo en cuenta el tamaño de tu popularidad acá y en España?
Sólo tengo Instagram, porque siempre me gustó la fotografía. Mi padre es un gran fotógrafo. Todavía estoy a salvo. En Instagram siento que no se da esa impunidad. Ya bastante nos perdemos con los celulares y en esa autocrítica me incluyo. No me gustan las redes, es como poner la cabeza para que me la corten. Si entrás en eso, perdés.
¿Se te hizo difícil construir una imagen respetable, que no se metieran en tu vida más de la cuenta, o a determinada prensa directamente no le interesa tu perfil?
Nunca me ha jodido la prensa amarilla. Quizá cuando empecé, a los 20, pero no era tan descarnado como lo es hoy. Tiene que ver el modo de vida que uno hace. No tienen con qué dañar. Todo el tiempo me ofrecen hacer producciones de fotos con mi hija y mi mujer, pero digo no. Esa es mi manera de preservar a mi hija. Me han sacado fotos robadas, pero yo nunca me presté a ese juego. Un hijo es donde más te podés conectar con vos mismo. De todo lo que fuimos hablando, ella es lo más importante. Lo que hay que cuidar de verdad.
Moria Casán va a volver al ámbito académico, contó hace unos días que retomará la carrera de Abogacía. Vos que terminaste el secundario hace poco, ¿pensás en la posibilidad de una carrera universitaria?
Puede ser. Fui retomando cosas que había dejado. Terminé el secundario como una forma de cerrar lo que había quedado pendiente. Y estoy volviendo a dibujar, a la fotografía y a la música. Siento que algo de eso voy a seguir desarrollando.
Leonardo Máximo Sbaraglia es el protagonista de un misterio televisivo hasta ahora no develado. En el archivo de Telefe debe estar perdida la cinta nunca emitida de una telenovela que él grabó en 1998 junto a Natalia Oreiro y que jamás se emitió ni se terminó: Casablanca. Por aquel entonces se había invertido un millón de dólares. Rodolfo Ledo abandonó el proyecto por un tema personal y el canal eligió apostar por Verano del ‘98. Desde entonces las apariciones de Sbaraglia en TV fueron esporádicas. Para el rol actual de hipnotizador, se mudó un tiempo a Montevideo. “Contamos la desesperación de un hombre que no puede dormir y al que la gente recurre en su ayuda. Lo visitan como a un médico de pueblo. Ayuda a los demás a recordar, pero paradójicamente él no puede acceder a muchos lugares de su memoria. Ni puede conciliar el sueño”.
En simultáneo a ese proyecto, desarrolló brazos y pegada de boxeador. Filmó Sangre en la boca (de Hernán Belón) y terminó enamorado del deporte más violento. “Es paradójico. La gente está esperando el nocaut, que el otro se caiga. Es brutal, pero filosóficamente es un deporte de desarrollo de la destreza maravilloso. Te vas enamorando de sentirte más fuerte y más seguro”, confiesa.
Hablás de sentirte fuerte y seguro. ¿Sos tan seguro como aparentás?
Nada que ver. Esa es una imagen que no tiene mucho que ver conmigo. Tengo las mismas dudas y seguridades que cualquiera. Por ejemplo, confieso que me aterrorizan los primeros días de rodaje.
¿Terror?
Sí, peor que un estreno de teatro. Porque tenés que mostrar una seguridad en un personaje que recién estás descubriendo y establecer un lenguaje y, de repente, tenés a 50 personas alrededor, poniéndote un micrófono, maquillándote. Como desnudarte en el baño de tu casa ante 50 personas nuevas.
¿Qué te provoca la proximidad de los 50? ¿Llegás a esa edad como te imaginabas?
Todavía faltan cinco años. No nos apuremos. (Se ríe). Es diferente a cuando uno se imaginaba a los 45. Para un chico de 15, sos un viejo, pero yo me siento muy joven, muy vital, muy pleno. En muchos aspectos la edad me hizo sentir cada vez mejor. La actitud frente a la edad también tiene que ver con sentir si hay cosas por revisar o no. Si vas estando con quien te gusta o no.
Andás en un Twingo de 20 años. Muchos en tu posición no soportarían la idea de que los vean con un objeto no les dé estatus. ¿Cómo manejás eso de que muchos te legitimen por cosas que usás o por compañías, como, por ejemplo haber actuado con De Niro?
Tiene que ver con un estilo de vida y yo decido no vivir determinado estilo de vida. Lo de De Niro fue importante por dentro y por fuera: por dentro porque yo supe que era capaz de romperme el alma y compartir película con ese monstruo. Estamos más cerca de lo que pensamos. En todo caso lo que nos divide son industrias. Y por fuera: eso te da chapa. Claro que importa en una sociedad como ésta, pero para mí es lo de menos.
CLARIN