04 Sep La hora de los malos
Por Violeta Gorodischer
Una carta de amor acompañada de una cajita negra con una rata viva para Margot Robbie. Un recipiente lleno de balas para Will Smith. Un video cariñoso junto con un cerdo muerto para los demás. No, no son mensajes mafiosos, sino algunos de los “regalos” que el actor Jared Leto, flaquísimo, tatuado y teñido de verde, les hizo a sus compañeros de elenco en las últimas semanas. ¿Las razones de este comportamiento? Compenetración con el personaje. Al menos eso argumenta Leto, quien forma parte de la troupe de Escuadrón suicida, de David Ayer, en pleno proceso de grabación y próxima a estrenarse en 2016.
La historia es la de un grupo de megavilllanos de DC Comics que acceden a realizar misiones suicidas para el gobierno de los Estados Unidos a cambio de reducir su condena. Y Leto interpreta ni más ni menos que al Guasón, un personaje cuya densidad dramática no parece fácil de superar tras la enorme labor de Heath Ledger en The Dark Knight, traducida como El caballero de la noche (más de uno ha sugerido, de hecho, que la depresión que llevó al actor al suicidio comenzó a intensificarse precisamente durante ese proceso de construcción actoral).
La creciente oscuridad de los superhéroes, por otra parte, no juega un papel menor en todo este asunto. Si ya en Watchmen, el cómic de Alan Moore llevado al cine por Zack Snyder, había un fuerte cuestionamiento al concepto del héroe recto y justiciero, basta con echar un vistazo al tráiler de la inminente Batman vs. Superman, del mismo director, para entender que hoy la moralidad se ha tornado un tanto… difusa. ¿Quién les dio a esos dos el poder para decidir lo que está bien o está mal?, parece preguntarse Snyder. ¿Quién los encumbró alguna vez como jueces? ¿Quién asegura que no son, ellos también, posibles villanos? De pronto los bandos se desdibujan, los jueces son a su vez juzgados, los parámetros se replantean y la división entre buenos y malos empieza a borrarse. Para decirlo de otra forma: el lado oscuro cotiza, y mucho.
En este sentido, la banda de los malvados de DC Comics se viene anunciando desde hace meses con bombos y platillos. Y que trascienda en los medios masivos lo que sucede en el set de Escuadrón suicida es una clara señal del interés que esta película despierta. “Quiere que nos atormentemos a nosotros mismos, quiere verdad. Todo se basa en el realismo”, declaró Adam Beach, otro de los actores, al mencionar no sólo lo que David Ayer les pide que hagan, sino el hecho de que, ante la inquietud del elenco por la reacción de Leto, haya contratado a un coach para que los contenga.
El pobre Jared, mientras tanto, hace lo que puede con el papel más desafiante que le tocó hasta ahora, teniendo en cuenta el apogeo actual de los malos, los grandes que lo preceden y la expectativa que genera el regreso del Guasón a la pantalla grande. Por lo pronto, y por más psicólogos que corran a contenerlos, el aparente “miedo” de sus colegas parece bastante ingenuo en comparación con los referentes históricos del mal hecho carne durante la escena. Klaus Kinski le rompió -literalmente- la cabeza a un extra durante la filmación de Aguirre, la ira de Dios, de Werner Herzog, potenciado por el propio Herzog, quien aseguraba complementarse con su actor fetiche y celebraba los descontrolados ataques de furia que Kinski sufría, dentro y fuera del set. Bertolucci también confesó, en una entrevista para Playboy, que, con su consentimiento, Marlon Brando violó realmente a la jovencísima María Schneider durante la escena más conocida de El último tango en París: los llantos, las súplicas y la humillación de la actriz en esa imagen tantas veces replicada poco tienen de ficcional. Y Coppola, que no suele ufanarse de los malos tragos que les hizo pasar a sus actores, no desmintió que John Marley ignoraba, durante el rodaje de El Padrino, que en su cama aparecería una cabeza real de caballo y no aquella de utilería que había prometido el director. Los regalitos de Jared Leto, de cara a todos estos ejemplos, huelen más a campaña de marketing que a una personalidad trastornada, tomada por el personaje. Aunque, claro, la ilusión no se le quita a nadie y el día del estreno no faltará quien se inquiete cuando lo vea aparecer ante cámara repitiendo: “Voy a lastimarte muy, muy mal”.
LA NACION