10 Sep La crisis de los refugiados puso en evidencia la falsedad de la retórica de los europeos
Por Philip Stephens
Alemania se siente incómodo con el cargo de líder de Europa que le han asignado sin que lo pidiera. Berlín no ha sido el único villano durante la crisis del euro griega, pero el resto del mundo suele pensar que lo fue. La mayoría veía un desgraciado gobierno heleno humillado por el acoso germano. Las percepciones, al igual que las normas, cuentan en las relaciones internacionales.
Sin embargo, ahora Angel Merkel lo está haciendo bien. La crisis de los refugiados mayormente mostró lo peor de Europa: una retórica idealista sobre la acción colectiva negada por una terrible retirada hacia el más cerrado de los nacionalismos. Ha habido excepciones. Suecia se ha mostrado generoso hasta la exageración. Y la canciller alemana demostró que puede asumir el otro lado del liderazgo.
Durante los últimos años, Europa se engañó a si misma de que puede no escuchar al mundo. Siria era el problema de otro y, de todos modos, la culpa de EE.UU. por invadir Irak. Cualquier obligación hacia Libia terminó con el derrocamiento de Muammer Gaddafi. Las naciones ricas de la UE tenían otros asuntos en mente: austeridad, recesión y la crisis del euro nunca resuelta. ¿ Y las víctimas del régimen sirio de Bashar al-Assad o de Estado Islámico? Bueno, podrían permanecer en los campos de Jordania y Turquía.
Los cientos de miles de sirios, iraquíes y eriteros que huyen de la muerte y la persecución y cruzan a Europa en el mayor movimiento de personas que registra el continente desde 1945 aniquilaron esas ilusiones. A lo largo del camino, pusieron en evidencia la falsedad del compromiso hacia una acción colectiva o solidaridad que, junto con los problemas del euro, podría aún presagiar la destrucción/desintegración de la empresa de la UE. El imperativo moral de ofrecer ayuda a las víctimas de la guerra y el terrorismo habla por si solo.
Sin embargo, hay también una cuestión de egoísmo. Los europeos redactaron convenciones internacionales apuntadas a defender los derechos humanos. Sin una lealtad compartida hacia los valores universales de libertad y seguridad, la UE no es nada.
Merkel se encuentra entre las pocas personas listas para hablar sobre las obligaciones de Europa hacia los recién llegados. Mis amigos alemanes me dicen que, precavida como nunca, esperó a que estuvieran de humor sus compatriotas voluntarios que manejan centros de recepción en North Rhine-Westphalia y los hinchas de fútbol flameando banderas que daban la bienvenida. No importa. Ella comprendió lo que había que hacer. Berlín podría tramitar hasta a 800.000 personas que buscan asilo este año.
Lo peor de Europa se vio en Viktor Orban, el Putin de bolsillo que ocupa el cargo de primer ministro de Hungría. Ignorando la historia, Orban ve a los refugiados como una amenaza a la civilización europea. Su respuesta es construir una valla de 175 kilómetros de largo y cuatro metros de alto sobre su frontera con Serbia. Lamentablemente, no es el único que muestra semejante intolerancia. El gobierno eslovaco sostiene que aceptará sólo refugiados no musulmanes. Es verdaderamente deprimente ver que los ex estados comunistas recién recibidos en la UE le cierren las puertas a refugiados provenientes de otras formas de tiranías.
En el otro borde del continente, el gobierno británico de David Cameron no mostró una actitud mejor. El primer ministro asustado por unos pocos miles de personas que acamparon cerca de Calais habla de “plaga de gente” que busca entrar a Gran Bretaña. ¿Dónde está la generosidad con la que tan a menudo se los ve a los británicos dándole la bienvenida a los necesitados?
La aparente indiferencia de Cameron ante las imágenes de cadáveres asfixiados dentro de un camión en Austria o el cuerpo de un niño muerto sobre una playa de Turquía no condice con el humor nacional. El británico común y corriente ve la diferencia entre refugiados desesperados y migrantes económicos con más claridad que un líder que tiene miedo a que lo burlen los xenófilos.
Otros en Europa también hablan de la necesidad de mantener la “soberanía” sobre sus fronteras. Sin embargo, es obvio que tal soberanía es otra de esas ilusiones. Ninguna nación por si sola puede sellar herméticamente sus fronteras contra la agitación que se produce afuera.
Por supuesto, con las buenas intenciones no alcanza. Para responder a la crisis se requiere organización y recursos. La escala y la velocidad del movimiento habrían abrumado a la UE aunque estuviera bien preparada. El sistema Schengen de fronteras abiertas se desplomó. Por lo que también la denominada convención de Dublín, que dice que quienes buscan asilo deben registrarse en el puerto de entrada a la UE. Lo que se necesita ahora es un sistema para la UE bien fundado y riguroso que ofrezca ayuda a los refugiados, mientras al mismo tiempo toma medidas drásticas contra los traficantes de personas y aplica límites manejables para la cantidad de otros migrantes. No tiene lógica ofrecer asilo a gente proveniente de, digamos, los Balcanes occidentales, cuyos países aspiran a ser miembros de la UE. Alemania debe proponer apenas un plan así.
Sin embargo, es imprescindible que el liderazgo comprenda que la solidaridad en tales circunstancias no es simplemente la respuesta decente frente a tan terrible miseria humana. Es también la única respuesta práctica. Un continente grande, rico y que envejece puede absorber a esos recién llegados y, con el tiempo, aprovechará enormemente su energía y empuje. Pero el desplazamiento inicial debe compartirse en forma equitativa. Merkel mostró ese liderazgo. Esperemos que haga avergonzar a Cameron y a otros líderes para que sigan su ejemplo.
EL CRONISTA