El triste aniversario de la silla eléctrica

El triste aniversario de la silla eléctrica

Las últimas palabras de William Kemmler estaban dirigidas a su ejecutor en la silla eléctrica: “Tenga cuidado, no tengo prisa”, dijo antes de que el 6 de agosto de 1890 le cubrieran la cabeza con un saco y le pusieran un electrodo en su cráneo rasurado. El asesino del hacha, hijo de un inmigrante alemán, se convertía entonces en el primero al que se le aplicaba ese nuevo y supuestamente “más humano” tipo de ejecución.
Pero el proceso hasta morir, en la prisión Auburn al norte de Nueva York, duró ocho largos minutos. Las venas estallaban mientras saltaban chispas en medio de un olor a carne quemada.
El condenado, de 30 años, se convirtió en el primero en ser ejecutado en la silla eléctrica, hace hoy 125 años, en un momento en que el debate en torno a la pena de muerte es más actual que nunca en Estados Unidos.
En la silla eléctrica murieron sobre todo asesinos y también espías alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, seis en un día en el año 1942. Después de la guerra también fue electrocutado Julius Rosenberg, espía nuclear, y su mujer Ethel, posiblemente su cómplice. Pero lo cierto es que la “Old Sparky”, algo así como “la vieja echa chispas o chispeante” fue controvertida desde sus orígenes.

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“Mejor que hubieran utilizado un hacha”, llegó a decir el empresario George Westinghouse tras la ejecución de Kemmler.
Con el paso del tiempo, las informaciones sobre el cráneo en llamas hicieron que la silla eléctrica dejara de emplearse en casi todas partes. Actualmente, en las ejecuciones en Estados Unidos se utiliza principalmente la inyección letal.
La Argentina, como explica Amnistía Internacional, “en materia de pena de muerte (el país)  se convirtió en agosto de 2008 en un país totalmente abolicionista, al derogar el Código de Justicia Militar, que contemplaba la pena capital para delitos militares”. Argentina, además, ratificó el Segundo Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, destinado a abolir la pena de muerte, el 2 de septiembre de 2008 y, el 5 de septiembre de ese mismo año, depositó ante la Organización de los Estados Americanos (OEA) su instrumento de ratificación del Protocolo a la Convención Americana sobre Derechos Humanos relativo a la Abolición de la Pena de Muerte, convirtiéndose así en el décimo país que lo hace.

El debate
Esto no ocurre en los Estados Unidos, donde sigue siendo materia de debate. “Actos horribles requieren un castigo adecuado”, asegura Dudley Sharp. El que antes se opusiera a la pena capital es hoy uno de sus defensores y no ve problema moral alguno. “Al contrario, es inmoral cuando alguien comete crímenes inefables y por ello se le sigue recompensando con la vida. Porque la vida es un regalo que conlleva responsabilidades.”
Sharp no duda tampoco en el efecto disuasorio de la pena de muerte. “Incluso el delincuente más común, el mayor canalla, quiere vivir. De la cárcel hay una salida, legal o ilegal, pero de la pena de muerte no escapa nadie.”
Tampoco Bryan Stevenson quiere indulgencia para los criminales. “Hay que obligarlos a responder. Pero de forma responsable”. Quitar una vida que a uno no le han dado es erróneo, eso sólo le coresponde a dios. “No debemos matar para mostrar que matar es un error. Tampoco violamos a los violadores”.
TIEMPO ARGENTINO