Alcides Ghiggia: el día del Maracanazo, el destino del héroe

Alcides Ghiggia: el día del Maracanazo, el destino del héroe

Por Nelson Fernández
No habrá ninguno igual, ninguno nunca, como ese gol, no habrá ninguno igual.
Fue un gol para el infarto. Y 65 años después, fue un infarto lo que se llevó al autor de aquel zapatazo que dejó mudas a las 200 mil almas brasileñas que colmaban el estadio Maracaná y a los 50 millones de brasileños que esperaban la hora del festejo para levantar la Copa del Mundo.
Alcides Edgardo Ghiggia fue un futbolista excepcional, un puntero veloz sorprendente, un deportista de los de antes, y exitoso como pocos. “Voy a caminar un poco para estirar las piernas”, le dijo antes de la finalísima del 50, a su director técnico Juan López.
Brasil era el favorito para quedarse con el cuarto campeonato mundial de fútbol de la historia, y la fiesta estaba preparada. Empatando (era un cuadrangular final y no un partido final como ahora), Brasil era el campeón del mundo.
Algunos dirigentes de la Asociación Uruguaya de Fútbol ni se quedaron en Río de Janeiro. Escaparon de una posible goleada y no querían participar en la fiesta brasileña. Le servía el empate, y a los dos minutos del segundo tiempo, el brasileño Friaça hacía el gol que levantaba el Maracaná y anticipaba la fiesta.
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Pero en el minuto 21, Ghiggia escapó por la derecha y mientras que cuidaban que no pateara al arco, dio el pase al medio del área, para que Juan Alberto Schiaffino empatara el partido. Trece minutos después, Alcides Edgardo hizo igual corrida pero no dio el pase, pateó al arco con fuerza y precisión. El golero Barboza quedó mirando, sin consuelo.
Y el Maracaná en silencio. Absoluto silencio.
Hace dos años, los uruguayos hicieron un homenaje a Ghiggia: llenaron el Centenario, lo llevaron al centro de la cancha, escucharon por altoparlantes el relato de aquel gol histórico, y le hicieron escuchar el grito de gol que jamás había escuchado. Porque en el 50 sólo hubo silencio.
Nació el 22 de diciembre de 1926, comenzó su carrera en el modesto Sud América y brilló en Peñarol del 48 al 53.
No sólo hizo aquel gol. Integró la máquina aurinegra del 49 con Juan Hohberg, El Cotorra Miguez, Pepe Schiaffino y Ernesto Patrullero Vidal, que ganaban goleando todos los partidos y que fue la base del seleccionado campeón del mundo.
Emigró a Italia y llevó su fútbol a la Roma (1951-52) y al Milan (1962-3), e incluso jugó por la selección de Italia.
Nunca dejó el fútbol. Los uruguayos lo dejaron prisioneros de una camiseta celeste, como una de aquellas que terminaron apretadas en abrazos de los pocos que celebraban para asombro mundial.
No pudo dejar el fútbol ni salir de esa casaca. Tuvo que repetir mil y una vez cómo había hecho aquel gol.
Y Ghiggia aceptó el papel que le había tocado. Aceptó todos los homenajes, participó en cada partido que jugó la celeste, en presentaciones de libros y videos; o inclusos mensajes de aliento a la selección de cada época.
Este 16 de julio Uruguay volvía a la parafernalia del Maracanazo. Desde el amanecer se escuchó el relato de Carlos Solé, o de Duilio De Feo, o Cheto Pellicciari.
Alcides estaba en su casa, con familiares, mirando por tele un partido de fútbol. Como no podía ser de otra manera. Veía la repetición de la semifinal de la Libertadores entre el Inter y Tigres, cuando avisó a su hijo que sentía naúseas, luego ganas de vomitar, después dolor de espalda… se volvió para atrás, y sintió el dolor de un paro cardíaco. Su corazón no aguantó.
El gobierno uruguayo dispuso honores especiales y el velatorio se hará hoy viernes en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo. El presidente Tabaré Vázquez se enteró en Brasil, justamente en Brasil, en su viaje a la cumbre del Mercosur. “Ironías que tiene la vida; estamos en una fecha en la que tenemos que festejar y en estas horas se cambia el festejo por el dolor”, dijo Vázquez en alusión a la muerte del héroe futbolístico justo un 16 de julio.
Se fue el último de aquellos leones.
Como en 1996 se fue el “Negro Jefe”, Obdulio Jacinto Varela, capitán que hizo respetar a la Celeste en un partido en el que parecía ser un invitado de relleno.
Como se fueron todos los responsables de haber cambiado la historia.
Ghiggia, con aquel gol irrepetible, cargó en su vida con la responsabilidad de haber generado en Brasil una de las tristezas más tristes. Y también cargó, él y los otros leones celestes de ese Mundial, con la responsabilidad del peso que tuvo Uruguay en todo este tiempo. El “fantasma” del Maracaná se identifica con el festejo inesperado de aquel mundial, pero también con el peso de una mochila de éxito de otro tiempo, para un país que corrió el riesgo de quedar prisionero de vivir de recuerdos.
El “peso” de ese Maracanazo se ha estudiado en política y en sociología, como parte de un mal de los orientales de quedarse en lo que se fue, y no pensar en lo que se puede seguir siendo.
El Mundial de 2010 ayudó a borrar un poco aquella imagen, y Ghiggia lo vivió directamente así en Sudáfrica.
Ayer, hoy, son momentos de tristeza en Uruguay por la muerte del ídolo, del autor del gol más gritado en el tiempo.
Es que se escuchará mil veces la voz ronca de Solé cuando trajo por radio a los uruguayos una de las alegrías más potentes de la historia oriental. Fue cuando Ghiggia corrió por la punta derecha y el “Cotorra” Miguez iba por el medio, gritándole desesperado “Alcides, pasámela, dale…”.
Pero el puntero miro al golero Barbosa y vio un hueco en el arco. “Saqué el tiro que entró justo contra el palo y cuando el arquero se tiró, la pelota ya estaba adentro”, recordó Ghiggia una de las millones de veces que debió contarlo. “El primero que me abrazó fue Morán, que cortó mi carrera, después vinieron todos, Miguez, Julio, Obdulio. Y Omar no paraba de decirme, ‘no me oíste, te la estaba pidiendo, ¿por qué no me la pasaste?’, y yo le contesté, “Omar, dejala ahí; que ahí está bien'”.
Aquella pelota en el fondo del arco brasileño. Ghiggia levantando en andas. Gargantas roncas en Montevideo. Pasaron 65 años y sigue emocionando hasta el fondo del corazón. A los 88 años, el corazón de Alcides paró de latir. Un país lo llora. Y el mundo del fútbol le rinde homenaje como campeón de la vida.
LA NACION