27 Aug Un editor mitológico para la mitología del siglo XX
Por Pablo Capanna
Minotauro nació, como Minerva, de la cabeza de Paco Porrúa. Pero este minotauro no exigía sacrificios. Por el contrario, supo construir su propio laberinto, donde nadie iba a perderse y muchos se encontrarían.
Hace sesenta años, los lectores argentinos conocían a la ciencia ficción por la revista Más Allá, detrás de la cual había estado H.G. Oesterheld. Cuando sus editores estaban pensando en cerrarla, Porrúa salió al rescate del lector y lo sedujo con su propuesta. Con ella, el género dio un salto cualitativo que se hizo sentir en todo el mundo de habla hispana.
Cuando decidió publicar Crónicas marcianas, de Bradbury, muchos lectores (incluido quien firma) quedaron un tanto desconcertados. La audacia de Porrúa fue elegir precisamente ese texto para inaugurar Minotauro, para lo cual pidió y obtuvo el respaldo de Borges.
Jugarse por una literatura “popular” era entonces riesgoso, y la ciencia ficción era algo innombrable entre los académicos. En cuanto a Borges, no sólo se lo veía políticamente incorrecto, también tenía fama de elitista.
Minotauro se distanció bastante de Más Allá, donde todavía pesaba mucho el factor científico. Porrúa venía del surrealismo y la patafísica (Minotauro se había llamado una de las revistas de André Breton) y más tarde se atrevería a publicar a Alfred Jarry y las Historias de Cronopios y de Famas, de Cortázar.
El proyecto nació con nombres de los cuales se seguiría hablando, como Sturgeon, Bester, Clarke y Bradbury, y con una selección de textos y un nivel de traducción superiores a las mejores colecciones francesas de esos años.
Compré El color que cayó del cielo con mi primer sueldo, y a la hora de escribir mi primer libro pedí la ayuda de Porrúa, uno de los pocos que conocían el tema. Gracias a su labor, varias generaciones de lectores descubrieron que la ciencia ficción también podía ser literatura. Después, el género sufrió más retrocesos que avances, y fueron muy pocos quienes se mantuvieron fieles al espíritu de una aventura que había sido tan personal.
LA NACION