Tras el San Martín que menos se conoce

Tras el San Martín que menos se conoce

Por Felipe Pigna
¿Qué huellas quedan en Francia del paso de nuestro querido Libertador además de su monumento ecuestre? Muchas más de las que a primera vista podría suponerse. Como se sabe, el general José de San Martín, tras un breve paso por Londres y seis años de estadía en Bruselas, pasó los últimos veinte años de su vida entre París, Evry y Boulogne Sur Mer, en el exilio voluntario, según los que lo obligaron a exiliarse.
En 1830, una vez en la capital francesa, alquiló un departamento en la Rue de Provence. Allí, gracias a su hermano, Justo Rufino de San Martín, pudo conocer al banquero y mecenas Alejandro Aguado. Entre las figuras que gozaron de su mecenazgo y frecuentaban sus casas se encontraban Víctor Hugo, Lamartine, Delacroix, Balzac y el célebre músico italiano Gioacchino Rossini, compositor de El barbero de Sevilla, Otelo y Guillermo Tell, entre otras célebres óperas. En compañía de su amigo, el general pudo disfrutar de una increíble pinacoteca e intimar con estas admiradas figuras en los cafés parisinos y durante las cenas que ofrecía. Aguado, además, se mostró dispuesto a extenderle un préstamo para paliar los pesares que le hacían pasar los gobiernos unitarios que se negaban, desde Rivadavia en adelante, a cancelar la enorme deuda (no sólo económica) que el país tenía con uno de sus mejores hijos.
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Gracias a las gestiones de sus amigos en Lima, San Martín comenzó a recibir nuevamente su pensión peruana, con lo que pudo devolver el préstamo a Aguado. Con esos fondos y probablemente con la ayuda adicional de ese mecenas, en abril de 1834, el Libertador compró su casa más famosa. Se ubicaba en la comuna de Evry, población que entonces se dividía en dos sectores: Petit Bourg, donde se encontraba la mansión de Aguado, y Grand Bourg, donde estaba la vivienda de San Martín. La casa era un edificio de tres plantas (la superior en buhardilla) y sótano, con sala, comedor, ocho dormitorios y otros tres para el personal doméstico. Estaba en un predio de una manzana, con un jardín donde el general practicaba su afición por la floricultura y horticultura. Tuve la suerte de visitarla. Hoy es el convento de La Solitude. No está abierto al público y está habitado por unas 30 amables hermanas de la orden de Sion que nos esperaron a la embajadora argentina, María del Carmen Squeff, a la querida amiga y agregada cultural Susana Rinaldi y a mí, con chocolate y bizcochos. El extenso jardín permanece como cuando vivían el Libertador, su hija, su yerno y sus queridas nietitas.
Refugio parisino. Tomo un café en Le bon marché con Rubén Alterio, notable artista plástico y sobrino de nuestro gran actor Héctor. Me cuenta que a comienzos de los años 80, buscando un atelier se contactó a través de un aviso con la Sociedad francesa de Paracaidistas que tenían uno en alquiler. Le contaron como curiosidad que en ese mismo edificio había tenido su atelier el célebre artista Auguste Renoir. El paracaidista francés le comentó que tenía amigos en la ciudad de Pigüé y se despidió diciéndole que en el mismo departamento que le estaba vendiendo vivió el general San Martín.
Me cuenta Rubén: “Cuando me mudé al departamento del primer piso de la rue Saint Georges, a través de sus grandes ventanas que daban a la calle podía ver y a veces escuchar a los pasantes que se detenían para observar las placas fijadas en pared de la casa en homenaje al general. Algunas veces, según mi inspiración, cuando escuchaba comentarios en nuestra lengua, abría la ventana y sorprendía a nuestros compatriotas con un saludo cordial como para darles a entender que la casa los comprendía”. Cuando Rubén tuvo que vender el departamento, allá por los 90, no logró que el gobierno argentino de entonces la comprara y la transformara en monumento histórico. Hoy la habita una simpática señora francesa que nos recibe en la entrada de la casa, se muestra orgullosa, nos cuenta que por allí pasó Alfonsín, pero no nos deja subir a conocer el lugar.
La última morada. La próxima parada es Boulogne Sur Mer, la hermosa ciudad costera que el general escogiera para pasar sus últimos años tras su decisión de abandonar una París conmocionada por los hechos de la comuna de 1848. Nos recibe el alcalde, Fréderic Cuvillier, un apasionado sanmartiniano que ha embanderado con las enseñas de Francia y Argentina el imponente monumento al Libertador emplazado en la costanera. Tras colocar ofrendas florales, nos dirigimos a la que fuera la última vivienda de San Martín, en el 113 de la Grand Rue, una de las actuales avenidas principales de la ciudad. Se trata de una casa de cuatro pisos en la que su propietario, el abogado Alfred Gerard, había instalado una biblioteca pública en la planta baja. Gerard le ofreció a nuestro notable exiliado el departamento del segundo piso. Como a Borges, los libros y la noche le llegaron juntos a aquel empedernido lector: sus ojos abrumados por las cataratas ya no le dejaban disfrutar de uno de sus placeres preferidos.
Hoy, todo el edificio es la Casa San Martín, un museo a cargo de un amable oficial de granaderos que se constituye en el paso obligado de todos los argentinos agradecidos que andan por la zona. El inmueble fue comprado en 1926 por el Estado argentino. Dos años más tarde fue convertido en museo bajo el nombre de Casa San Martín y en sede del Consulado argentino. Desde 1966 funciona sólo como museo y recibe miles de visita cada año.
En julio de 2010, la Justicia francesa dejó firme el fallo que prohibía el remate de la casa por tratarse de un monumento histórico. El embargo había sido pedido por la empresa estadounidense Sempra Energy, accionista de las distribuidoras gasíferas Camuzzi Gas Pampeana y Gas del Sur, para resarcirse de una deuda que tenía con ella el Estado argentino tras la devaluación de 2001.
Luego de visitar la Casa San Martín nos dirigimos a la sede del gobierno municipal, donde brindé una charla. La calidad de las preguntas me dejó en claro que la mayoría de los asistentes conocía perfectamente quién era aquel ilustre vecino de la ciudad. Finalmente fuimos a la catedral de Notre Dame de Boulogne, un hermoso edificio que originalmente fue una iglesia románica del siglo XI.
En espera de su traslado a Buenos Aires, el cuerpo embalsamado del Libertador fue depositado en agosto de 1850 en una cripta en el subsuelo de la bellísima iglesia. Finalmente, los restos de nuestro prócer partieron, en 1880, hacia Buenos Aires.
CLARIN