La historia sin contar de las mujeres de la Generación Beat

La historia sin contar de las mujeres de la Generación Beat

Por Ivana Romero
“En el camino es la segunda novela de Jack Kerouac, y su publicación es un acontecimiento histórico en la medida en que el descubrimiento de una auténtica obra de arte reviste una trascendencia vital en una época en que la atención se ha fragmentado y la sensibilidad ha quedado embotada por los superlativos de la moda.” Esto escribió Gilbert Millstein en el New York Times el 5 de septiembre de 1957, el mismo día en que se publicó la novela que devendría en mito. Kerouac leyó la crítica luego de comprar el diario e irse a tomar un café en el Donnelly’s cercano. “Es buena, ¿no?”, le preguntó a su novia, Joyce Glassman, cuando terminó de leer. “Sí, es muy buena, buenísima”, dijo ella, que muchos años más tarde evocaría: “Volvimos al departamento y nos metimos otra vez en la cama. Jack se acostaba siendo un desconocido por última vez en su vida. Cuando el teléfono lo despertó a la mañana siguiente, ya era famoso.”
La anécdota pertenece a Personajes secundarios, editado por Libros del Asteroide. Glassman –que en realidad firma el libro como “Johnson”, el apellido de su primer marido- escribió esta autobiografía para poner en foco a quienes también estuvieron allí en los ’50, aunque hayan quedado desdibujadas: las chicas de la generación beatnik. De hecho, la portada rescata una foto de Kerouac en primer plano y muy al fondo “una jovencita de brazos cruzados y de negro, por supuesto”, según escribe Joyce. Descubriría esa foto en los ochenta, en un anuncio de pantalones Gap… con ella recortada. De allí extrajo dos conclusiones: a) la generación beatnik es una suerte de rumor que de tanto en tanto retorna, b) ella tenía derecho a decir “yo estuve ahí”, como antes había hecho Carolyn Robinson, esposa de Neal Cassady y amante de Jack, a través de su libro Heart beat, publicado en 1976.
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Escritoras, trahsumantes, cultoras de una indagación sobre la sexualidad que se burlaba de los prejuicios, para las mujeres que se hicieron adultas en la posguerra había una serie de mandatos que romper si querían abrirse camino por sí mismas. En principio, debían irse de sus casas, inventarse una vida sin amparo familiar y escapar de esos destinos anodinos de secretarias y madres que la sociedad les reservaba como toda posibilidad. “Los que quieran entender a las mujeres beat deberán considerarlas una transición: un puente a la siguiente generación, la que en la década del sesenta –cuando el derecho de la mujer a irse de la casa de sus padres ya estaba fuera de discusión- cuestionaría todas las ideas preconcebidas que limitaban la vida de la mujer y asumiría la larga tarea, nunca acabada, de transformar las relaciones con los hombres”, escribe Johnson, que además se define como parte de una “generación silenciosa” aunque hubiese preferido ser de la “generación perdida”, esa que tras el crack del 29 bautizó Gertrude Stein, popularizó Ernest Hemingway y engrosaron, ente otros, Zelda y Scott Fitzgerald, William Faulkner y John Steinbeck.
Y es que en este libro la autora indaga, justamente, esos ritos de pasaje que la situaron en una zona de pertenencia inestable pero que también le abrieron paso a ella y a otras a vidas intensas, contradictorias, honestas. Es decir, claro que allí aparecen Kerouac, Allen Ginsberg o William Burroughs. Pero también algunas mujeres que no siempre la pasaron bien ni zafaron de esa sordidez que traía aparejado el clima festivo y descontrolado de Nueva York. Edie Parker (novia de Kerouac), Joan Vollmer (que se casó con Burroughs y murió en 1951, adicta a la morfina) y sobre todo Elise Cowen (amiga de Johnson desde la secundaria, con un vínculo apasionado y conflictivo con Ginsberg) aparecen en esta trama. A través de ellas, Johnson habla de sí misma, volviendo una y otra vez a su infancia protegida en Manhattan primero y después, a una vida agitada que incluía trabajos en editoriales pero también, departamentos que debía abandonar cada tres meses porque los vecinos detestaban a una chica beat por más que fuera rubia. Sobre ese suelo levanta su historia con Kerouac, que duró entre 1957 y 1959.
Cuando se conocieron, hacía unos siete años que él había publicado su primera novela La ciudad y el campo pero no tenía ningún tipo de reconocimiento. A partir de 1947, y marcando sin saber a varia generaciones posteriores, Kerouac empezaría a viajar con lo puesto mientras tipeaba sus textos en máquinas de escribir prestadas. Así descubriría lo que Johnson define como “la dicha del movimiento”. Sin embargo, tras ese andar desesperado también se escondía la imposibilidad de alejarse de su madre, Gabrielle-Ange Lévesque, a quien él llamaba “Mémere”. “Jack nunca logró desarraigarse del todo. Sus raíces eran, de hecho, grilletes que le sujetaban el alma y lo amarraban a Memére para siempre, que lo paralizaban durante los períodos entre viaje y viaje, cuando regresaba a ella para intentar convertirse en el hijo que ella quería”, escribe Johnson. En ese vínculo además, aparecía la sombra del hermano mayor de Jack, Gérard, muerto cuando los dos eran niños.
La idea de presentar a Jack y a Johnson fue de Ginsberg mientras Kerouac vivía en el Village. Por entonces, Joyce ya conocía la leyenda trashumante de ese muchacho altísimo de ojos azules, que se mudó al departamento de ella desde la primera noche (un poco por amor y otro poco porque hasta entonces él era incapaz de conseguir plata para pagar un alquiler). A partir de entonces, el vínculo sería inestable y apasionado, con cartas intermitentes y descripciones de destinos donde Jack prefería andar solo que incluía México, Tánger o San Francisco. La publicación de En el camino –con esa conocida anécdota de Kerouac transportando de aquí para allá un enorme rollo de papel en el que había escrito la novela de un tirón- fue el punto de inflexión en su vida. “Imaginaba la fama con una inocencia absoluta, con el anhelo del tímido por establecer nexos más tangibles con el mundo. Con un libro podías ser conocido sin ponerte al descubierto. Cuando ya estuviera cansado de las fiestas literarias y de las locas noches de Manhattan, tomaría su dinero, se despediría de sus amigos de Nueva York y se pondría en marcha otra vez, más libre que nunca”, escribe Johnson.
El libro tiene anécdotas que incluyen fiestas con Cassady (que inspiró al Dean Moriarty de En el camino) o Lucien Carr –su “amigo aristócrata” según Kerouac- paseando al escritor en un barril que rodó cierta noche por las calles de Broadway. También, una conferencia fallida en el Brooklyn College donde, ya famoso, Kerouac era esperado como una eminencia aunque él decidió la honestidad brutal: cuando le preguntaron por qué escribía, respondió que “por aburrimiento”. Sin embargo, a lo largo del texto, al evocar a su amante Johnson se siente confrontada con espejo casi opaco. “Una personita interesante”, escribió él en Ángeles de desolación, “Judía elegante, clase media, de aspecto triste y buscando algo. Parecía muy polaca”. Y ella retrucaría: “¿Dónde estoy yo en todas esas categorías? No me reconozco.”
Aunque fue escrito en 1983, traducido al español en 2008 y recién ahora llegado a estas tierras, Personajes secundarios mantiene vigencia porque, como advirtió su autora, la generación beat es imperecedera. Y porque para las mujeres sigue siendo un desafío asumir con voz propia el centro de la escena.
TIEMPO ARGENTINO

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