Hace 60 años Crónicas marcianas y Minotauro mostraron el futuro

Hace 60 años Crónicas marcianas y Minotauro mostraron el futuro

Por Martín De Ambrosio
Era ciencia ficción, era literatura de calidad y era muy popular. No siempre -por no decir casi nunca- una colección de libros puede reunir estas tres características. A las que se les puede sumar la idea del escritor y traductor Marcial Souto: creó, hace décadas, el mundo en que vivimos hoy, algo que, a su vez, también explicaría cierto melancólico repliegue del género en el siglo XXI.
Minotauro fue un suceso singular en la historia de la edición en español. Y el volumen elegido para ese debut, del que se cumplen este mes 60 años, no pudo ser más ajustado. El extraordinario Crónicas marcianas, de un escritor norteamericano que tenía entonces 35 y no era aún una celebridad mundial, un tal Ray Bradbury, que a partir de entonces tuvo miles de seguidores en español que esperaban y agotaban con rapidez las ediciones de sus cuentos. Fue una veneración que el mismo Bradbury pudo comprobar en la histórica visita que hizo en 1997 a la Feria del Libro de Buenos Aires, donde se sorprendió por el cariño de “mis amantes”, como dijo en tono de broma en un almuerzo con Adolfo Bioy Casares y la prensa.
Pero el personaje clave en esta historia de Minotauro, quien seleccionaba autores, elegía prologuistas y traducía los textos (sin poner su nombre: usó siete pseudónimos), era Francisco “Paco” Porrúa, un verdadero genio de la edición al que, por otro lado, también se le reconoce un papel fundamental en ese otro éxito de taquilla conocido como boom latinoamericano (aceptó el manuscrito de cierto colombiano de Aracataca y continuó publicando a un argentino-belga cuyo primer libro, Bestiario, había sido un fracaso comercial, por ejemplo).
cronicas-marcianas-2
“Paco se enteró de los nuevos autores por una revista francesa, y fue a una librería de las que había en Buenos Aires con obras en inglés, encontró cuatro o cinco, las leyó y decidió crear una editorial para publicarlas. Paco pidió la traducción a alguien, no le gustó y tradujo él mismo las Martian Chronicles con el pseudónimo de Francisco Abelenda”, recuerda Souto.
Porrúa, fallecido en diciembre pasado, a los 92 años, también tuvo la astucia de pedirle un prólogo a Jorge Luis Borges, que entonces sí era una figura camino a la consagración absoluta. “¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de soledad? ¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima?”, se preguntaba el autor de Ficciones antes de que Bradbury se subiera a la nave espacial. En esas líneas introductorias Borges colocaba a la ciencia ficción en línea con las mejores obras literarias sin restricción de género.
Para Souto, lo que hizo Porrúa en esa época y esas condiciones “fue extraordinario, sobre todo por la calidad de los resultados. Paco fue el editor más talentoso y brillante que conocí. Era mejor traductor y editor y lector que nadie. Exploró el mundo literario para encontrar los libros justos, que nadie asociaba con la ciencia ficción, como por ejemplo los de Olaf Stapledon”, cuenta Souto, que por su parte tuvo gran protagonismo: tradujo para la colección, entre otros, al propio Bradbury, a James Graham Ballard y a Brian Aldiss.

CREAR A LOS QUE ESCRIBEN
La ciencia ficción de Minotauro no solo creó este futuro, sino que creó nuevos autores. La rosarina por adopción Angélica Gorodischer confiesa que descubrió el género -del que se transformó en una de las autoras centrales- gracias al temprano hallazgo de un ejemplar de Crónicas marcianas. “Lo vi en la casa de una amiga y dije ¿esto qué es?”, cuenta la autora de Kalpa imperial. “Con mucho entusiasmo le escribí a Paco Porrúa, le mandé un cuento que parece que le gustó y me preguntó si tenía más material. Le mentí, porque no tenía nada, pero me puse a escribir entusiasmada y así salió Opus 2.” Gorodischer dice: “Resultaba raro escribir ciencia ficción entonces, en una Argentina en la que los teléfonos funcionaban mal, por ahí te levantabas y no tenías gas o agua. Por eso salían cosas más metafísicas, sobre el tiempo o los universos paralelos”. De Bradbury cuenta que pese a que no es uno de los amores de su vida (“por blandito, romanticón y un poco moralizante”, se atreve), con Crónicas marcianas quedó deslumbrada. “Me sigue pareciendo un libro estupendo, lo mismo que El hombre ilustrado.”
Carlos Gardini -otro argentino que publicó en la colección- cree que “Minotauro fue una colección muy importante. Publicó a los mejores autores del siglo XXI. Uno piensa en libros como Las ciudades invisibles, de Italo Calvino; los de Lem; William Goldin; Ursula Le Guin. Es realmente apabullante”, dice el autor de Mi cerebro animal.
Otro escritor del género y periodista especializado, Alejandro Alonso, menciona: “La colección, al igual que en su momento lo fue Séptimo Círculo en materia de policial clásico, era garantía de calidad, y por lo tanto formadora de un canon que hoy persiste. Podías no conocer al autor, pero la colección era garantía suficiente”. Desde entonces, “la ciencia ficción se volvió parte de la vida y el imaginario popular. Está ahí, en publicidades, en el cine, en las metáforas que usamos para comunicarnos o entender la realidad”, completa.
¿Qué más queda hoy de Minotauro en la cultura? A Gorodischer la sorprende que no permanezca nada parecido en lo editorial: “Fue muy acotado, personal en cierto sentido, y pasó rápidamente”. Para Souto, la marca es más profunda: “El mundo en que vivimos es una mezcla de Philip Dick, Ballard y los medios de comunicación. Clarke decía que en una sociedad tecnológicamente avanzada sus productos no se podrían diferenciar de la magia. Eso pasa ahora y estamos sumergidos, ahogados diría, en esa realidad”.
LA NACION