Fortalecido, Obama tuvo su cumpleaños más feliz

Fortalecido, Obama tuvo su cumpleaños más feliz

Por Silvia Pisani
A veces la historia se acelera. Acaba de ocurrir con Barack Obama, que cumplió el martes 54 años con una intensidad de gestión superior, no sólo a la de sus primeros años, sino con una audacia y capacidad transformadora mucho mayor para la figura del débil “pato rengo” que se pronosticaba para este tramo de su presidencia.
“Estamos viendo al mejor Obama”, sostuvo, semanas atrás, Celinda Lake, una reconocida estratega demócrata con experiencia en la Casa Blanca y el Capitolio, en una opinión extendida en esta ciudad y compartida -aunque más por lo bajo- por analistas republicanos.
“Le imprimió más potencia a la gestión en comparación con lo que vimos antes”, admitió Carl Meacham, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (por su sigla en inglés), con sede en esta ciudad.
En éste, el séptimo cumpleaños que pasa en la Casa Blanca y el penúltimo antes de despedirse de ella, Obama se dejó en el camino el aire juvenil con que llegó a ella, cuando sólo tenía 48, para convertirse en el primer presidente afroamericano de la historia del país. A cambio, ganó canas, arrugas y, en el último año, la voracidad y la audacia para imprimir sello a su legado y a su gestión.
President Obama Speaks On Automotive And Manufacturing Industry At Ford Michigan Assembly Plant
En el último año, ocurrieron los golpes de agenda más significativos de la gestión en política exterior. Por un lado, la normalización de relaciones diplomáticas con Cuba, en un giro que significó desandar la inercia de medio siglo de política de hielo.
Por el otro, la negociación de un pacto de desarme nuclear con Irán, el adversario y la cuna de todos los fantasmas de su política exterior. Un acuerdo por el que Teherán acepta verificaciones para garantizar que no producirá armamentos.
“Son las dos transformaciones más revolucionarias de su gestión”, dijo Roger Simon, el columnista estrella de Politico, un medio que no se caracteriza por la complacencia.
Lo llamativo e inesperado es que todo eso ocurre con enormes dificultades para una gestión que, en el camino, perdió el control del Congreso, en manos de legisladores republicanos reacios a regalarle nada.
A ello suma el paso que acaba de dar en materia de cambio climático. Como se sabe, junto con China, Estados Unidos figura a la cabeza de los emisores de contaminantes.
“Tenemos una responsabilidad que asumir de cara al futuro”, dijo Obama, al anunciar esta semana una propuesta de sustitución de plantas de generación eléctrica a base de carbón por otras que se nutran con energías alternativas, sobre todo solar y eólica.
Catalogado como el reto más importante en la materia de los últimos años y llamado a complementar la política de independencia energética ya en marcha con el suministro de petróleo y gas, el plan enfrentará serios obstáculos.
Previsiblemente, por los fuertes intereses que afecta en las administraciones estatales y, sobre todo, en economías especialmente dependientes del carbón, como es el caso de Wyoming y Virginia Occidental.
No son pocos los que le vaticinan un futuro de dura batalla judicial, con participación de la Corte Suprema, tal como pasó ya con la controvertida reforma del sistema de salud, en cuya compleja aprobación el presidente invirtió buena parte de su energía negociadora en el primer año de gestión.
“Somos la primera generación que siente el impacto del cambio climático y la última que puede hacer algo al respecto”, advirtió en la Casa Blanca, en una breve intervención en la que inyectó el dramatismo del caso.
En otros frentes fracasó. Le viene sucediendo con lo que fue la primera medida que firmó como presidente y que no fue otra que el cierre de la cárcel de Guantánamo, a la que definió como el símbolo de lo que Estados Unidos no quiere ser.
El penal de la triste fama sigue allí, en territorio cubano, con más de 150 presos en su interior y un panorama incierto. La misma suerte lo persigue con su aspiración a limitar el acceso de civiles a armas de grueso calibre. O con la tantas veces anunciada reforma migratoria, en la que se juega la suerte de millones de personas.
Pero, como contraparte, fueron también estas semanas las de mayor vértigo en otras transformaciones sociales: la legalización del matrimonio homosexual, el aval judicial a la reforma del sistema de salud y el ocaso de los símbolos segregacionistas en la zona sur del país.
Todo, a un ritmo que sorprende para un final de gestión que se anunciaba débil.
LA NACION

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