16 Jul Un terrorista particular: “El Chacal” ahora quiere acabar con el crimen en Venezuela
Por Javier Albisu
Con el alias de “Carlos” y el sobrenombre policíaco de “el Chacal”, el venezolano Ilich Ramírez Sánchez puso cara al incipiente terrorismo internacional en los años 70 en nombre de la causa palestina, hasta que fue apresado en Sudán, en 1994, y enviado a Francia, donde hoy purga dos cadenas perpetuas.
Este año se cumplen cuatro décadas de su operación más espectacular, cuando en diciembre de 1975 lideró un comando que tomó la sede de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), en Viena, y secuestró a 42 rehenes -entre ellos, 11 ministros- que fueron liberados días después en Trípoli y Argel.
“Tácticamente no salió como habíamos planificado, fue un fracaso. Estratégicamente fue un éxito extraordinario. Dominamos a esos países exportadores de petróleo traidores durante cinco años. Pero yo no recibí un centavo”, explica por teléfono “Carlos”, de 65 años, a la agencia EFE desde la prisión de Poissy, en las afueras de París.
Asegura que fue el líder libio Muammar Khadafy quien ordenó el secuestro, a través del dirigente del brazo armado del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), Wadi Haddad.
“Khadafy le dijo si podía tomar la sede de la OPEP porque los sauditas estaban jugando sucio, bajando el precio del petróleo con los americanos”, recuerda “Carlos”, elegido para el ataque porque podía organizarlo en poco tiempo.
Hijo de un adinerado abogado marxista, Ilich Ramírez Sánchez nacido en Caracas en octubre de 1949, estudió en Londres y Moscú, donde simpatizó con la causa palestina. Se entrenó militarmente en Jordania y en los 70 empezó a forjar en Londres un historial criminal que él sitúa en más de 1500 muertes, pero que la policía francesa limita a un centenar.
Desde la cárcel, donde ahora pasa sus días entre lecturas, dice que aceptó el encargo de la OPEP porque beneficiaba a la economía petrolera de Venezuela y perjudicaba a Estados Unidos, que necesitaba crudo barato en tiempos de recesión. Además, serviría para hacer propaganda propalestina.
“Era una magnífica idea. Venezuela era en la época el tercer productor de petróleo en el mundo y el primer exportador, hasta que Arabia Saudita tomó su lugar como primer exportador y estaba haciendo juego sucio con los latinoamericanos para bajar el precio del petróleo”, rememora “Carlos”.
Ante la prensa internacional, embarcaron a sus rehenes en un avión que despegó de Viena y debía deambular durante una semana por varios países árabes para llamar la atención sobre Palestina, pero…
“Khadafy nos saboteó la cuestión”, porque en el asalto murió un oficial libio, rememora.
Para entonces, el seudónimo “el Chacal” se había aferrado por “accidente” a su biografía. Un antiguo conocido mostró a un periodista de The Guardian una caja que conservaba de “Carlos” con “pistolas, notas, teléfonos y vainas”. El reportero le atribuyó también una novela de Frederick Forsyth que vio en la casa, titulada El día del chacal y cuyo argumento recrea el intento de un terrorista de matar al presidente francés Charles de Gaulle. Involuntariamente “Carlos” se convirtió para siempre en “el Chacal”.
“Los animalitos los he visto, son como perritos. Entre perro y zorro. Son bonitos”, comenta.
Tras el azaroso secuestro de la OPEP, “Carlos” intentó crear su propio grupo terrorista con un viejo camarada, el alemán Johannes Weinrich, ahora también encarcelado de por vida en Berlín.
“Me quieren presentar como un mercenario. ¿Cómo se explica usted que un mercenario trabaje para Yemen? ¡Nosotros llevábamos dinero a uno de los países más pobres del mundo! Si fuera un mercenario, no estaría preso, mi hermano, estaría con los norteamericanos”, razona.
Su reputación de mujeriego y su fama de bebedor son algunas de las muchas leyendas que gravitan en torno a su figura. No las desmiente, pero sí las matiza.
“Sé que está mal visto estos días, pero yo soy heterosexual. Es una tradición familiar. Y me gustan las mujeres, nunca me han gustado los hombres. Mujeriego en el sentido tradicional español, latino, sí. ¿Bebedor? Sí, me gusta, me gustaba, porque hace 20 años que no bebo. Pero nunca fui alcohólico”, dice.
“Carlos”, que habla siete idiomas y combate el desgaste de sus ya más de 7500 días entre rejas asistiendo a clases de literatura, se expresa con locuacidad, lo mismo cuando se refiere a asuntos de actualidad política como cuando habla de su “aburrida” vida en prisión.
“Los guardias son buena gente, en su mayoría. Aquí hay clases de la Universidad París VII y yo asisto cinco veces por semana a los cursos de literatura. Uno, por lo menos, puede usar el cerebro, no degenerarse como pasa en las cárceles: la droga, el alcohol, la perversión sexual… es terrible. Por lo menos estoy fuera de esos círculos”, resume.
Acabó entre rejas llegados los años 90, cuando fue perdiendo también el apoyo de los escasos aliados que le quedaban en Medio Oriente y se refugió en Sudán. Sus años de lucha clandestina terminaron el 14 de agosto de 1994, cuando fue capturado en Khartum y entregado a Francia, en lo que él considera un “secuestro” orquestado por la CIA.
Tras dos décadas preso, y con pocas opciones de recuperar la libertad en los tribunales franceses, las esperanzas de “Carlos” pasan por que Caracas presione a París para conseguir su extradición. “Oficialmente las cosas son buenas, pero en la práctica no hacen un carajo. Me tienen miedo porque le voy a quitar un ministerio a alguien”, dice el terrorista, que sueña, incluso, con ocuparse de la seguridad interior de Venezuela porque “nunca hubo tanta criminalidad como ahora”.
LA NACION