Los Galgos, otro bar notable porteño que baja la persiana

Los Galgos, otro bar notable porteño que baja la persiana

Por Gustavo Sarmiento
A pesar de que existe una Ley de Bares Notables que insta a protegerlos, otro local emblemático de la Ciudad de Buenos Aires cerró sus puertas, entre el olvido y la resignación. Pocos se percataron en el barrio de San Nicolás, dominado por el trajín cotidiano de oficinistas y estudiantes, pero el Bar Los Galgos –en Callao 501, esquina Lavalle, frente al pasaje Discépolo– dejó de funcionar el último 31 de diciembre. “El último día del año pasado saludaron a todos, el primero de enero pusieron un cartel de ‘cerrado por vacaciones’, pero nunca volvió a abrir. Le pregunté a la dueña y me dijo que vendían”, relata a Tiempo Julio, el portero del edificio lindero, que desde hace 25 años les llevaba la correspondencia.
Como en la mayoría de los bares o cantinas históricas, la debacle surge ante la ausencia de quien lo llevó adelante toda la vida. En este caso fueron dos hermanos: Alberto y Horacio Ramos. El primero falleció hace unos cuatro años; el segundo, en octubre pasado. Su viuda, Olga, siguió con el bar, pero cambios de pareceres con sus sobrinos nietos, dificultades económicas y cierta desmotivación la llevaron a vender.
De su futuro poco se sabe. Aparentemente, al lugar (que consta de 110 m2 en planta baja, 100 m2 de primer piso y un subsuelo de 70 m2) lo compró un empresario para ponerlo en alquiler. Pide 75 mil pesos por mes. “Sólo puede ser alquilado para el rubro cafetería, por ser bar histórico”, advierten desde la inmobiliaria Baigún.
bar-los-galgos “Horacio me explicó que en Los Galgos primero se consumía, se charlaba y recién después se pagaba”, rememora María Virginia Gallo, licenciada en Letras que desde 2009 maneja un blog con crónicas porteñas, entre ellas la de este bar.
Los Galgos estaba lleno de tiempo. La mesa de los tangueros y la de las maestras del Normal 9 eran las más resonantes. Fue refugio de personalidades como Enrique Cadícamo, Arturo Frondizi, Oscar Alende y Martín Karadagian; todos confluían en este sitio que parecía no tener intrigas, con sus pisos en damero y las mesas de madera, pero que resultaba tan sofisticado y enigmático como Los galgos, los galgos de la novela de Sara Gallardo; o aquellos galgos a los que quiso homenajear un asturiano aficionado a la caza y a las carreras de perros cuando llegó a Buenos Aires e instaló un bar, en 1930, en esa esquina de Callao y Lavalle, donde antes funcionaron una fábrica de Singer y una farmacia. En 1948 lo compró José Ramos, y mantuvo el nombre, la boisserie, una manija choppera con forma de cisne que ya tiene cien años y, cómo no, los dos galgos de porcelana.
En un reciente artículo del periódico VAS (Vecinos Autoconvocados de San Nicolás), Gabriel Luna recuerda charlas con Horacio, barra de por medio, quien contaba cómo su padre los llevó de la mano a la inauguración del Obelisco. “Cuando empezó todo, nosotros ya estábamos”, decía risueño, mirando por sobre los lentes. Y recordaba cuando conoció a Aníbal Troilo: “Él trabajaba en el Tibidabo, un cabaret bacán que estaba en Corrientes entre Libertad y Talcahuano, y después de tocar pasaba por acá a tomar una copita. También venían Manzi, Discépolo, De Caro, Biondi.” Ramos amaba la vista desde la ventana que daba a Callao, aunque en el último tiempo percibía que “la gente ya no camina, sobra mucho hierro. A cierta hora, Callao es una avenida de cortinas y candados”, según contó en una nota de Clarín de abril de 2013. También le daba tristeza que la gente dejara de frecuentar los mostradores: “Se empezó a alejar de la barra, y la madera se me fue pudriendo.”
Los Galgos tenía un célebre especial de crudo, y el vermouth con un triolé era un clásico. Julio comenta que, una vez fallecido Horacio, “los nietos sugirieron incorporar comidas, para ampliarlo al rubro restaurante, pero Olga se negó.” Invocaba a su marido, que no entendía a los que mezclan pizza con café. “Abarcan, abarcan… son como bares hechos por gente insegura”, decía él. Y acotaba: “Esto nació como bar-café y va a morir siendo bar-café.” Qué pena cuando se cumplen ciertos presagios.
TIEMPO ARGENTINO