18 Jul “La abracé y me di cuenta de que Ana ya no sabía cómo hacer para sobrevivir”
Por Juan Marco Candeloro
Nanette Konig tiene 85 años, es muy vital y encantadora, sonríe con frecuencia. Pero sus ojos azules dejan ver el dolor de una víctima de la Segunda Guerra Mundial. Es que Nanette, como tantas otras personas, forman parte de los sobrevivientes de los campos de concentración nazi durante la larga ocupación del Tercer Reich en Europa.
Nació en Holanda, un país que se había declarado neutral durante el primer conflicto mundial. Eso, según ella, motivó a su padre a quedarse en Amsterdam hasta que fue demasiado tarde. Proveniente de una clásica familia judía de clase media alta, Nanette siempre había recibido muy buena educación por parte de sus padres, concurría a una buena escuela y practicaba varios deportes.
Pero todo cambió el día en que los alemanes invadieron Holanda sin ninguna declaración de guerra. Una de las primeras medidas del régimen nazi al ocupar Holanda fue separar a los jóvenes de las escuelas. Así, las familias judío-holandesas debían enviar a sus hijos a estos nuevos liceos, además de registrarse en un Consejo Judío. Fue en ese liceo donde Nanette conoció a Ana Frank, su nueva compañera de estudio, con quien compartió un año de clases hasta que en julio de 1942 la familia de Ana decidió esconderse ante la amenaza de deportación.
–¿Como era su vida antes de la guerra?
–Cuando era una niña había viajado mucho, en auto o tren a Suiza y otras veces a Inglaterra a visitar a nuestra familia. Mis padres tenían una vida social muy activa y estaban acostumbrados a recibir amigos del exterior. Fui a una buena escuela y realizaba algunos deportes. Mi padre era un banquero, trabajaba en la administración del Amsterdamsche Bank. Había vivido por seis meses en Estados Unidos, visitado México, había viajado mucho por Europa. Mi madre nació en Sudáfrica, tenía otras tres hermanas. Cuando mi madre tenía 14 años de edad su familia regresó a Londres, Inglaterra. Ahí creció y trabajó como secretaria durante algunos años antes de casarse con mi padre. Mis padres tenían altas expectativas para mi hermano y para mí, y nos dieron una educación moderna para la época. Eran unos padres maravillosos. Nos educaron muy bien. Antes de la guerra había un antisemitismo latente en Holanda, el cual emergió tan pronto como comenzó la ocupación.
–¿Qué sucedió en Holanda durante la ocupación nazi?
–La vida en Holanda cambió, todos los lugares públicos tenían un cartel de “Prohibido para judíos”, plazas, cafés, restaurantes, hoteles, teatros, cines y bibliotecas. Los judíos no podíamos ser dueños de empresas, ni ser ser empleados en firmas que no fueran judías, teníamos que llevar una estrella amarilla con la palabra “JUDÍO”. Yo aún conservo la mía, nos obligaron a entregar las bicicletas, no podíamos usar el transporte público y los teléfonos de las familias judías fueron cortados, las radios debían ser entregadas y sólo se podía ir de compras en determinados horarios durante el día, a menos que se tratara de un almacén judío, cuyos dueños también fueron luego deportados. No podíamos ser más dueños de nada. Tampoco teníamos permitido asistir a instalaciones deportivas o de entretenimiento y se nos prohibió practicar deportes en público. Además se les confiscó todo el dinero a las familias judías en Holanda y se lo llevó a Lippman & Rosenthal, un banco judío intervenido por los nazis. Había un toque de queda desde las 8 de la noche hasta a las 6 de la madrugada, muchas personas fueron arrastradas de sus hogares, para nunca más ser vistas. Uno ni siquiera podía sentarse en su propio jardín después de las 8 de la noche y no se podía visitar familias cristianas. La resistencia que ayudó a esconder judíos tuvo que proveerles cupones de racionamiento para alimentar a aquellos que estaban escondidos.
–¿Cuándo conoció a Ana Frank?
–Conocí a Ana en el Liceo Judío en Amsterdam en octubre de 1941, una de las 25 escuelas para estudiantes judíos, quienes no teníamos más permitido asistir a escuelas comunes. Nadie se preguntó por qué esto se había vuelto necesario. De los 30 estudiantes que había en mi clase, sólo 14 permanecieron el segundo año. El liceo funcionó hasta septiembre de 1943, cuando se consideró que Holanda estaba libre de judíos. Mis casi dos años en el Liceo Judío fueron inolvidables. Estudiantes y profesores desaparecían constantemente y nunca estábamos del todo seguros si habían sido deportados o se habían escondido. El primer día de clases, cuando entre todos los otros chicos, ví a Ana, pensé que ella era como todas las otras chicas. Pero a medida que pasaba el tiempo, me di cuenta de que era una joven muy vivaz, con el don de la escritura. Nosotras vivíamos en diferentes barrios y teníamos diferentes grupos de amigas con los que caminábamos o andábamos en bicicleta para ir y volver del colegio. Éramos buenas compañeras.
–¿Usted estuvo en el cumpleaños número 13 de Ana?
–Estuve presente en su fiesta de cumpleaños en junio de 1942, cuando a Ana le regalaron su primer diario. Ella escribió en su diario que yo le regalé un broche por ese cumpleaños. Recuerdo que su padre nos pasó unas películas de Rin-tin-tín y otra de dibujitos animados. Luego en julio de 1942 Ana dejó de ir al Liceo, su familia se había escondido. Dejé de verla por unos años.
–¿Qué sucedió con usted y su familia?
–Nuestra familia fue tomada prisionera en Amsterdam en septiembre de 1943, con un fatal e inolvidable golpe en nuestra puerta a tempranas horas de la mañana. Nos reunieron en la estación de tren y fuimos llevados a Westerbork, el campo de tránsito, desde el cual todos los judíos holandeses eran deportados a Polonia y Alemania. Todas las semanas un tren con 2000 judíos hacinados en vagones de ganado se irían hacia estos campos de exterminio. Recuerdo que cuando leían el día anterior la lista de aquellos que serían deportados la desesperación era total. En febrero de 1944, nos llevaron en tren a Bergen Belsen, que no era considerado un campo de exterminio. Era un campo residencial, no un campo de internación, porque los campos de internación estaban sujetos a una inspección por parte de la Cruz Roja, lo que no era de ningún interés por parte de los nazis.
–¿Cómo es la vida en un campo de concentración?
–Un infierno. Bergen Belsen era supuestamente un campo privilegiado, las personas no eran exterminadas inmediatamente, sino que morían de hambre, tifus, frío, agotamiento, golpizas, tortura, y exposición a todos los climas. Nuestra familia estaba en una lista palestina, por esa razón viajamos en un tren común. Las familias eran separadas en barracas para hombres y mujeres dentro del mismo campo. Nuestras cabezas no fueron rapadas y no nos tatuaron un número en el brazo. Sufrimos desmoralización, y constantes mudanzas de una barraca a otra, lo que causó estragos para la población de mayor edad, muchos morían cuando eran trasladados, por el agotamiento. La vida en el campo era una lucha minuto a minuto por sobrevivir. La comida consistía sobre todo en nabos, algo de pan, otras veces no había nada. Mi padre cambiaba algunas raciones por cigarrillos, algo que aún hoy no logro entender. Estábamos muy delgados, sucios y cubiertos por piojos y eso de por sí era suficientemente desmoralizante.
–¿Su familia murió en Bergen Belsen?
–Mi padre murió el 24 de noviembre de 1944, a los 47 años, de inanición. Hasta el día de su muerte se lamentó no haber sido previsor y salvarnos de los campos de concentración. Mi hermano y mi madre fueron deportados de Bergen Belsen el 4 y el 5 de diciembre respectivamente, en transportes separados. Mi hermano fue asesinado en Oranienburg el día que me dejó. Mi madre fue deportada a las minas de sal en Magdeburg, donde trabajo en una fábrica de partes para aviones, ubicada 700 metros bajo tierra. Murió a los 44 años en un tren, camino a Suecia en abril de 1945.
–¿Fue cuando se reencontró con Ana Frank?
–Sí. Bergen Belsen estaba dividido en varias secciones, separadas por alambre de púas. La primera vez que vi a Ana fue a través del alambre, pero apenas pude reconocerla. Se veía como un esqueleto, muy flaca, como yo. En febrero descubrí que el alambre de púas había sido quitado entre los campos siete y ocho, y entonces decidí ir a buscarla. Ana aún tenía esperanzas de que un día iba a poder usar su diario como la base para un libro que quería escribir después de la guerra. Ella hubiera sido una gran escritora. Nos habíamos visto por última vez antes de que su familia se escondiera en julio de 1942, y el impacto de verla en este estado demacrado es indescriptible. Ana temblaba de frío, estaba envuelta en una manta, porque ya no podía soportar usar su ropa llena de piojos.
–¿Sobre qué hablaron?
–Cuando Margot, la hermana de Ana, fue citada, en julio de 1942 a presentarse frente a las autoridades, lo que significaba deportación, Otto, su padre, decidió esconderse enseguida. La familia dejó instaurado un rumor de que había huido a Suiza, pero cuando me encontré con Ana en Bergen Belsen me contó lo que realmente había sucedido, sobre el escondite en Ámsterdam, cuando los descubrieron, su paso por Auschwitz, como había sido separada de sus padres. Después la abracé, me di cuenta de que Ana ya no sabía cómo hacer para sobrevivir.
–¿Qué mensaje dejaría a las futuras generaciones?
–Que no es suficiente con decir “Nunca Más”. Debemos analizar las circunstancias económicas y sociales que causaron el Holocausto. Sólo así podremos entender cómo se volvió posible manipular las masas con tanto éxito como lo hizo Hitler. Es muy importante ser conscientes de las señales antes de que sea demasiado tarde para actuar. No estamos exentos de que algo igual vuelva a ocurrir en el mundo. El precio de la libertad es la vigilancia constante de ella.
Nanette fue asistida por el ejército británico en abril de 1945 luego de que Bergen Belsen fuera abandonada por los nazis. Pesaba 30 kilos y estuvo tres años en un hospital en Inglaterra hasta que pudo recuperarse. Hoy vive en Sao Paulo, Brasil, junto a su marido John.
Ana Frank falleció un mes antes que terminara la guerra. Murió sin saber que su padre había sobrevivido, sin saber que el diario que escribió fue milagrosamente encontrado en su casa y publicado años más tarde.
Hoy Nanette cuenta su historia, que es también la de Ana. La muchos otros. Historias de vida de aquellos que volvieron de la muerte y que al igual que el diario de Ana Frank sortearon la oscuridad para finalmente ver la luz.
TIEMPO ARGENTINO