Estoico, el palenque aún es referencia del paisaje cultural

Estoico, el palenque aún es referencia del paisaje cultural

Por Silvina Long-Ohni
Los argentinos, todos, quien más, quien menos, sabemos qué cosa es un palenque y que no sólo sirve, metafóricamente o no, para rascarse. Al respecto, de seguro nos suenan, al menos, estos dos versos del poema de José Hernández: “Pues siempre es güeno tener /palenque ande ir a rascarse”, consejo que, en el capítulo XV, da el Viejo Vizcacha a uno de los hijos de Fierro.
No ignoramos que, además, un palenque es un poste que, clavado en la tierra, permite atar a un caballo o a cualquier otro animal, poste que, desde luego, debe ser resistente y estar muy bien afirmado, de modo de poder soportar los eventuales esfuerzos de la bestia por liberarse, como es en aquellos donde se sujetan los caballos que han de participar en jineteadas.
Antaño frecuentes en las entradas de las viviendas y referencia clásica para describir el exterior de las pulperías, los palenques son una imagen consagrada del tradicional paisaje de la pampa, en especial del correspondiente a las épocas en las que el gaucho podía andar libremente de lado a lado, con escalas en fortines, rancheríos o en almacenes, trance que nos señala el citado poema: “Y los pingos relinchando/ los llaman dende el palenque”.
Lo que tal vez muy pocos sepan es que esta acepción de “palenque” únicamente es de uso en el Río de la Plata y, menos todavía, creo, que la etimología de ese vocablo, extrañamente, nos remonta a la lengua catalana, mediante un término (palenc) que nada tiene que ver con nuestra acepción, ni con un “atadero” o “vichana”, destinado a quebrantar la bravura de los potros en las estancias, sino a un cerco o barrera que se empleaba para delimitar una superficie como medida defensiva, o con el fin de acotarla, durante la Edad Media, para algún espectáculo, festejo o torneo.
Acerca de esto último, es cierto que aparte del sentido usual que damos a esa palabra, cabe añadirle un segundo significado posiblemente hoy inusitado y que viene a coincidir con “cerca para una exhibición”, pues llamamos -o llamábamos- palenque a la valla perimetral que delimitaba el espacio destinado a las riñas de gallos, actividad originaria de Asia, traída por los españoles desde Filipinas.
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Pero cómo es que ha llegado, en el Río de la Plata, a significar lo que significa en tanto poste para atar a los animales, es asunto para el cual no se ha dado ninguna explicación, al menos que yo conozca . Se me hace que tanto más extraña es esta limitación de palenque a un solo poste, cuando que el mismo término tiene en otros países de América hispana un significado por completo ajeno al que le damos y que, asimismo, difieren mucho entre sí.
Al que todavía nos falta referirnos es al palenque horizontal, hoy el más conocido. Es un caño largo sostenido por postes de alambrados, siempre con uno al medio para hacerlo más firme y hasta en donde podía descansar el recado si había más tiempo y cansancio para no solo aflojar la cincha.
Cabe recordar que para que no ocuparan mucho lugar, en las residencias mendocinas se habían inventado unas argollas sujetas al suelo, sobre todo para que nadie atase el cabestro a aquellos árboles recientes y que tanto hacían falta para la sombra mendocina. La prohibición de atar los caballos a los frágiles árboles partió del intendente de esa ciudad de cuyo: el General don José de San Martín.
Otros ejemplos nos vienen de Costa Rica y de Nicaragua, donde el palenque es un tipo de vivienda pobre o mero refugio. En otros países, por asociación, es sinónimo del brasileñismo “quilombo”, es decir, lugar donde habitaban los negros retobados que, en la época de la colonia y a comienzos de la vida independiente de las repúblicas americanas, huían de la opresión esclavista. Por último y también en varios países, palenque es la parte de la sala teatral en que se acomodan los espectadores.
Sea como fuese, quedémonos con lo nuestro y convengamos que, en efecto, siempre es bueno tener uno “ande ir a rascarse”.
LA NACION

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