Arte por armas: el saqueo arqueológico, otra fuente de financiación para EI

Arte por armas: el saqueo arqueológico, otra fuente de financiación para EI

Por Ramiro Pellet Lastra
La oscura ciencia de la alquimia aún existe en Medio Oriente, donde las obras de arte se transforman en armamento. Para sostener sus avances militares, la conquista de ciudades, las decapitaciones televisadas y las ejecuciones que dejan al mundo sin aliento, el grupo jihadista Estado Islámico (EI) aprendió a transmutar vasijas de 3000 años en fusiles, y textos babilonios en bazucas.
O más que alquimia es magia negra, por la intención del negocio y la magnitud de los daños. Daños materiales, culturales y en vidas humanas. El secreto, que bien conocen los iniciados, está en el saqueo de antigüedades en las zonas bajo dominio de EI, que luego son vendidas al exterior en cifras millonarias para financiar la campaña militar del califato fundado en territorios de Siria e Irak.
¿Cuánto dinero le deja a EI este tráfico? El autoproclamado califa Abu Bakr al-Baghdadi y sus esbirros no presentan facturas, precisamente. Se sabe que a nivel internacional, sin embargo, el robo de arte y antigüedades es uno de los negocios más lucrativos del crimen organizado. El FBI da cuenta de un movimiento de 4000 a 6000 millones de dólares al año, superado sólo por la venta ilegal de armas y drogas.
En el caso de EI, el tráfico de antigüedades es uno de los preferidos en una lista propia que encabeza el contrabando de petróleo. Los bombardeos de la coalición internacional liderada por Estados Unidos a los pozos petroleros del territorio bajo control jihadista, desde finales del año pasado, sumados a la caída de los precios del crudo, hicieron más seductora la búsqueda de esa otra fuente de divisas bajo tierra que son las piezas arqueológicas.

a-fondo-2056621w645
Se estiman ingresos por decenas de millones de dólares, incluso por encima de lo que recaudan por el secuestro y rescate de extranjeros que trabajan para organizaciones humanitarias y otras tareas de riesgo; es decir, cualquier tarea que realice un trabajador occidental en esa región hostil.
“En nuestra experiencia son los objetos más pequeños [monedas, fragmentos o mosaicos] los más buscados, porque son mucho más fáciles de esconder y contrabandear. Basta con ver las fotos aéreas de sitios como Dura Europus, en Siria, para ver la escala de excavaciones ilegales que han proliferado desde el auge de Estado Islámico”, dijo a LA NACION, desde Londres, Jerome Hasler, jefe de comunicaciones de la firma especializada Art Recovery Group.
Son esas piezas pequeñas las que más circulan en sitios de Internet, casas de subastas de dudosa reputación y oportunistas de todo pelaje en Europa y Estados Unidos. También sobran clientes adinerados en los países petroleros del Golfo, Rusia, China y Japón. De modo que los coleccionistas occidentales y de otras partes financian, con la compra nada inocente de sellos o anillos de Medio Oriente, el crecimiento del insaciable monstruo terrorista.
Según el diario británico The Times, por ejemplo, EI contrabandeó el año pasado cerca de 100 objetos de la guerra siria a Gran Bretaña. Y eso pese a que circulan en Internet diversas “listas rojas” de entidades como el Consejo Internacional de Museos (ICOM, por sus siglas en inglés), con extensos inventarios de obras robadas o en peligro que se recomienda no comprar bajo ningún pretexto.
Pero, como los monos del famoso dibujo que no quieren ver, escuchar ni decir nada, los compradores realmente interesados no quieren saber nada que los distancie de su objetivo. O sólo se preocupan del verdadero origen una vez que se hacen de su presa, por si la quieren volver a mover.
“A menudo se nos acerca gente con fotos para saber si un objeto que tienen en su poder figura en listas de bienes saqueados. En casos de antigüedades en piedra, a veces ni siquiera necesitamos revisar nuestros archivos, porque los excavaron hace tan poco tiempo que todavía se les nota la tierra”, señaló Hasler.
Un vistazo a las listas del ICOM en su sitio web no deja dudas sobre las obras de las que vale sospechar si se cruzan en el camino del coleccionista. Hay fotos de esculturas, bajorrelieves, vasijas, mosaicos, joyas, aros, armas, herramientas, lámparas de aceite, sellos, monedas… Todo prohibido y todo tentador, dos cosas que van de la mano desde el principio de los tiempos.
Pese a todo este movimiento, los jihadistas no tienen el arte en gran estima. Todo lo contrario.
Sitios arqueológicos, ciudades antiguas, estatuas, esculturas, palacios y monumentos cayeron bajo el peso de sus mazas, picos y bulldozers, sin que los emires y otras autoridades derramaran una lágrima de despedida. Sobre todo si eran monumentos previos al nacimiento de Mahoma, que vivió en el siglo VII.
Según la doctrina que profesan los fanáticos de EI, en la vida del profeta empieza y termina la historia, la edad de oro a la que quieren volver a punta de pistola y bombazo limpio. Todo lo demás, a la compactadora.
Ellos sí están al tanto, sin embargo, de la cotización actual de las obras robadas, que se traduce en varios dígitos en dólares, euros o yenes. Por las dudas, mejor no regatear. “Este patrimonio es canalizado a redes ilegales que no podemos identificar con precisión. Menos del 10% de los objetos traficados es recuperado y muchos años después del saqueo”, dijo a LA NACION Edouard Planche, especialista de la Unesco en la lucha contra el tráfico de bienes culturales.
Tan buen negocio no podía pasar inadvertido para el tropel de bandas armadas que merodean como hienas errantes. Las denuncias señalan que todas las partes de la guerra civil en Siria sacan partido de las antigüedades para financiar sus aventuras. El tráfico en ese territorio ya estaba aceitado desde antes de la irrupción de EI, a mediados del año pasado. Se trata de un saqueo de identidades múltiples donde no faltan militares y funcionarios públicos que, en el río revuelto, se hacen unos pesos adicionales con changas arqueológicas. Con el auge del grupo islamista, sin embargo, el tráfico se potenció.
“EI está aprovechando mucho el tema del saqueo para financiar la guerra. Hay mucho saqueo, a veces está organizado por ellos, otras les cobran comisiones o impuestos a los saqueadores. También se supo que crearon un departamento o ministerio de arqueología para organizar y vender los objetos arqueológicos, y eso preocupa”, destacó el sirio Isber Sabrine, director de la fundación Heritage for Peace, con sede en Cataluña.
En el mundo del revés del califato, en efecto, EI estableció un ministerio no para rescatar, preservar y presentar la riqueza patrimonial acumulada por sumerios, babilonios, persas, griegos, romanos, árabes y turcos, sino para traducirlo de la manera más exacta en efectivo.

INQUIETUD
El Consejo de Seguridad de la ONU advirtió en febrero pasado, en la resolución 2199 sobre financiación del terrorismo, su inquietud de que grupos como EI, el Frente Al-Nusra y filiales de Al-Qaeda “están generando ingresos al participar directa o indirectamente en el saqueo o contrabando de artículos de patrimonio cultural de los sitios arqueológicos, museos, bibliotecas, archivos, y otros sitios en Irak y Siria, que se están utilizando para apoyar sus actividades de reclutamiento y fortalecer su capacidad operacional para organizar y perpetrar atentados terroristas”.
Párrafo seguido, el Consejo llamó a los países miembros a trabajar por impedir el tráfico de reliquias de esas zonas de guerra.
Pero ¿cómo impedir uno de los oficios más viejos del mundo, que se ejerce sin pausa desde los saqueadores de las pirámides de Egipto hasta los jerarcas nazis de la Segunda Guerra Mundial? La conquista nazi empezaba con el blitzkrieg (guerra relámpago) y terminaba con el saqueo de arte.
Más adelante, luego del colapso de la Unión Soviética, floreció el robo de íconos religiosos de la Iglesia Ortodoxa rusa. También Irak era un filón entre los contrabandistas desde 2003, cuando el caos que siguió a la invasión de Estados Unidos para derrocar a Saddam Hussein hizo desvanecer, en las bolsas de oportunistas, cientos de objetos del Museo de Bagdad.
Y si el Consejo de Seguridad se preocupa por las finanzas terroristas, la Unesco se concentra en el cuidado del patrimonio. Para sus especialistas, por difícil que resulte, luchar contra el saqueo no es arar en el desierto. “Nos ponemos en contacto con el mercado del arte y con museos en todo el mundo, especialmente las casas de subastas, para llamar su atención sobre una región particularmente vulnerable, y estar atentos a cualquier objeto que no tenga la documentación adecuada”, dijo Planche.
La documentación suele ser, más que adecuada, falsificada, otro dolor de cabeza para quienes combaten este negocio de dimensiones fabulosas. Desde que una estatuilla de bronce o una lámpara de aceite sale de Siria o Irak, cambia cientos de veces de manos, de precio y de estatus, siempre en camino ascendente.
Las rutas son menos originales que las piezas, porque se usan las mismas que para la droga o cualquier contrabando rentable, con Turquía entre los primeros destinos fronteras afuera. En el medio, se les fabrican documentos que dotan a las piezas de cierta legitimidad, con fecha y origen potables, aunque no superarían el examen de un ojo entrenado.
La Unesco ha recibido informes de capturas policiales de obras sirias e iraquíes robadas en el Líbano, Gran Bretaña y Turquía. “Aunque es difícil determinar cuántos objetos fueron confiscados”, dijo Planche. Mejor que nada. La batalla continúa para cortar la financiación terrorista por la vía del arte y detener la sangría cultural de la cuna de la civilización.
Además de los esfuerzos de la Unesco, Interpol, el FBI y otras entidades lanzadas contra el bandolerismo histórico, surgieron también fuerzas de la sociedad civil, de la que Heritage for Peace es una de sus expresiones.
La fundación que comanda Isber Sabrine cuenta con una red de voluntarios en el terreno. Su misión, si deciden aceptarla, será hacer relevamientos de los sitios y objetos en peligro que cayeron en las manos nada amistosas de contrabandistas de todos los bandos. Los voluntarios rastrean a los mercaderes, se hacen pasar por compradores incautos y sacan fotos a escondidas para comprobar el origen. O inspeccionan sitios arrasados para salvar lo que se pueda y catalogar los vestigios de la destrucción.
“Una parte de nuestro trabajo es controlar. Los colaboradores están poniendo su vida en peligro, son voluntarios sin ningún tipo de apoyo, arqueólogos, arquitectos, gente local. Son gente que cree que ésa es la única manera de ayudar a la integridad de su cultura y su pueblo”, dijo Sabrine.
Dadas la riqueza de la oferta y la demanda del exterior, todo indicaría que ni la maldición de Tutankamón podría detener la escala de pillaje, contrabando y dinero que nutre a los jihadistas y alimenta el sueño de una sharia universal. O tal vez el trabajo de tanta gente dedicada y solidaria, que nunca baja los brazos, finalmente, aporte lo suyo para atenuar el tráfico, salvar la memoria y acercar la paz.
LA NACION