22 Jul Adolescentes en riesgo: el 40% es víctima de alguna forma de bullying
Por Fabiola Czubaj
El mundo adolescente tiene su propia violencia, a la que los adultos no parecen estar prestándole atención: 4 de cada 10 chicos de entre 13 y 16 años son víctimas del bullying y sólo reclaman que les presten atención cuando piden ayuda para que termine lo que viven como un “calvario”, de acuerdo con los resultados de un relevamiento de la Asociación Ciudades Sin Bullying.
“El problema se agrava cuando docentes y familias minimizan las actitudes de acoso por parte de los pares y cuando desde el Estado no hay una política pública específica y sostenida”, aseguran desde el equipo de investigación que lideró Guillermina Rizzo, doctora en psicología y titular de la asociación.
Coacción, hostigamiento, intimidación, amenazas, agresiones y bloqueo, exclusión y manipulación social son las principales formas que adopta el hostigamiento entre los adolescentes. En todos los casos, cuando el mundo adulto no interviene a tiempo, los daños emocionales y psicológicos de las víctimas se traducen en un problema de salud pública.
Ansiedad, estrés postraumático, baja autoestima, distimia, recuerdos y sensaciones negativos que vuelven una y otra vez, y hasta malestar físico o enfermedades son algunas de las consecuencias del acoso y de la violencia escolar.
De acuerdo con la experiencia de la asociación en distintos puntos del país, esto no se resuelve con un día de reflexión en el aula, sino con la “urgente” incorporación de una materia escolar sobre convivencia y habilidades sociales.
Aunque en el estudio participaron 1700 estudiantes secundarios de colegios de la provincia de Buenos Aires, los datos coinciden con estudios previos en otros sitios del país. “Pudimos corroborar lo que recogemos en las distintas ciudades durante los talleres sobre bullying con los chicos y los adultos. Era la percepción que teníamos”, comentó Rizzo, que empezó a estudiar esta realidad adolescente con la masacre escolar de Carmen de Patagones de 2004 y en la que un alumno disparó un arma de fuego contra sus compañeros en el aula del Instituto Nº 202 Islas Malvinas.
Allí murieron tres chicos y cinco quedaron heridos. Cuando la jueza le preguntó al adolescente de 15 años por qué estaba enojado con sus compañeros, le respondió: “Me molestan… Siempre me molestaron, desde el jardín… Desde el séptimo que pensaba hacer algo así”.
-¿Y cómo es que te molestan?
-Y… me cargan. Dicen que soy raro. Me joden porque tengo este grano en la nariz…
Este diálogo con la jueza Alicia Ramallo aparece en Juniors. La historia silenciada del autor de la primera masacre escolar de Latinoamérica, de los periodistas Miguel Braillard y Pablo Morosi. En el relevamiento de Ciudades Sin Bullying, el 39,3% de los estudiantes dijo ser víctima, justamente, de la ridiculización, las burlas, el desprecio, los apodos o las imitaciones que faltan el respeto. Esto define el hostigamiento, una de las ocho conductas del bullying.
Otra es la intimidación y el 30,6%, sobre todo mujeres, dijo padecerla a través de persecuciones, amedrentamiento o acoso a la salida de la escuela. Un 22,5% mencionó específicamente las amenazas y un 44%, la coacción para hacer algo en contra de su voluntad, que prefería no comentar por temor y vergüenza.
Un 40% convivía con el bloqueo social: sus compañeros no lo dejaban jugar en grupo ni hablar o relacionarse con otros hasta hacerlo llorar frente a los demás. El 34,2% padecía la exclusión total del grupo y un 25,6% sufría la manipulación social a través de acciones que inducían el rechazo en el grupo. Un 26% fue centro de agresiones.
En todos los casos, los victimarios cuentan con “espectadores” que presencian, festejen o no el acoso, o graban todo con el celular para subirlo a las redes sociales.
EN PRIMERA PERSONA
En la investigación aparece una historia, la de Cintia, que contó, como el resto, su experiencia.
Día 1, en el aula, durante la clase de química:
-Profe, los chicos me dicen gorda.
-Volvé a tu silla y no molestes más.
Día 2, en el aula:
-Profe, los chicos me dicen bola de grasa.
-¡Ayyy, Cintia! A ver si te dejás de quejar. Y ustedes [dirigiéndose a la clase], por qué no resuelven la fórmula.
Día 3, durante el recreo:
-Profe, no puedo ir al baño. Me amenazan con encerrarme.
-No puedo atenderte, voy a la sala de profesores. Luego hablamos.
Día 4. Cintia entra al aula del recreo con un golpe en la cabeza y, ante la pregunta, dice: “Profe, me habían avisado por el grupo de WhatsApp que me iban a pegar…”.
Durante el estudio, que incluyó una encuesta de 50 preguntas para conocer la frecuencia del hostigamiento y la detección de daños psicológicos a través de 44 afirmaciones, los adolescentes expresaron un reclamo común: que un adulto intervenga. “Siempre piden que termine el hostigamiento, que viven como un verdadero calvario”, dijo Rizzo. De hecho, un 32% de las víctimas de bullying sufría de flashbacks o “invasión de imágenes, sensaciones o recuerdos no deseados” con los que reviven el acoso durante el día o mientras duermen.
El 30,7% padecía ansiedad, el 27,5% reunía los síntomas del estrés postraumático, el 25,5% tenía signos de depresión, el 29% sufría de síntomas físicos (dolores de panza u otros malestares), el 23% tenía una imagen negativa de sí mismo y casi un 30% expresaba autodesprecio u odio hacia sí mismo, un indicador de riesgo de suicidio. “Nuestros resultados coinciden con la Organización Mundial de la Salud cuando habla de que el bullying es una epidemia del siglo XXI porque no respeta fronteras ni clases sociales”, dijo Rizzo.
Liliana Caro, profesora de la Facultad de Psicología y Psicopedagogía de la UCA, leyó la encuesta a pedido de LA NACION: “Es interesante e invita a generar estrategias para abordar el bullying dentro y fuera de las escuelas”. Recomendó que los padres estén atentos a cambios “significativos” en sus hijos (el humor, las ganas de ir a la escuela, los malestares físicos, los hábitos alimentarios o la aparición de miedos recurrentes, entre otros). “Ninguno es un indicador de bullying en sí y pueden tener otros motivos, en particular en los adolescentes -dijo Caro-. En todo caso, es necesario generar un espacio de diálogo, no un interrogatorio, para dilucidar qué está pasando.”
En la escuela, sugirió generar espacios sobre estos temas. “Muchas lo hacen bajo el concepto de convivencia -dijo-. Los objetivos apuntan a trabajar situaciones de maltrato, aprender a ponerse en el lugar del otro, aprender a escuchar al otro. Todas conductas altamente deseables, pero no fáciles de sostener. Hay que hablar de los problemas, no de las personas, para no reproducir situaciones de acoso.”
Para el psicólogo Javier Díaz, docente y supervisor de la Institución Fernando Ulloa, el relevamiento es “un estudio importante y descriptivo que nos muestra y denuncia un síntoma social, presente desde siempre en la humanidad, pero que actualmente cobra una importancia relevante y demanda resolución”.
Y comentó: “A diario, en las consultas, vemos que los adolescentes demandan ayuda para construir y edificar cimientos que fallan desde los padres, que se posicionan desde un igual de amistad; desde las instituciones, que se muestran más permisivas, y desde una sociedad de consumo que alimenta y tapona la angustia con goces descartables que distraen, desorientan y adormecen el deseo de crecimiento”.
LA NACION