Fútbol de trinchera: tentados por contratos millonarios, eligieron jugar en riesgo

Fútbol de trinchera: tentados por contratos millonarios, eligieron jugar en riesgo

Por Diego Morini
El estruendo atormenta y adormece los sentidos. El rumor de la batalla estremece. El miedo se materializa y somete. Se corta el aire y la mirada se pierde. Seis letras pueden paralizar y desatar un flujo de sensaciones que no deja espacio para la razón. Una guerra, en el contexto que se la ubique, excede cualquier empresa. Una pelota no puede maquillar tanto odio, tanto resentimiento, tanto sinsentido, tanta falta de humanidad. En ese escenario de espanto, también el fútbol es material de distracción, como en cualquier punto del mapa. Es complejo comprender cómo y por qué alguien puede elegir un destino así para desarrollar su carrera. Pero la necesidad o la cantidad de ceros que se ponen en un contrato pueden llevar a muchos futbolistas argentinos a aceptar la aventura de jugar en una zona de riesgo. Apuestas de un altísimo grado de exposición que en muchos casos obligaron a escapar y en algunos otros a soportar hasta el final para poder cobrar lo acordado. No se midieron las consecuencias, no imaginaron que una ametralladora iba a pasar por delante de sus narices, que no iban a disponer de sus documentos o simplemente jamás pensaron que iban a estar atentos a Internet para saber si sus vidas corrían peligro. Parece increíble, pero es tan real que asusta.
“Pasar por el Parlamento y ver todo vallado, con alambres y la gente convulsionada porque la guerra estaba por desatarse no es algo normal. Nos querían hacer pensar que todo estaba bien, pero yo iba a comer con mi novia a un restaurante y veía por la ventana que pasaban cuatro personas encapuchadas con ametralladoras. ¿Cómo alguien puede no tener miedo?” Facundo Ferreyra hoy disfruta de la tranquilidad de Birmingham. Newcastle es su nuevo club, pero hasta hace algunos meses era uno de los futbolistas que vivían en Donetsk cuando jugaba para Shakhtar, club que hasta hoy es dueño de su pase.
En Ucrania la escisión de Crimea el 11 de marzo de 2014 y su anexión a Rusia desencadenaron una guerra civil. Las guerrillas prorrusas enfrentaron al ejército de Kiev en Donetsk y Lugansk. Según la ONU, los combates causaron más de 6000 muertos.
Ferreyra no desconoce que quizá deba volver a Ucrania, y si bien prefiere evitarlo sabe que el club fue trasladado a Lviv y eso lo tranquiliza, al menos un poco. Porque lejos está de resolverse el conflicto allí y la ciudad en la que él vivía está cada vez más devastada. Hace menos de un mes, ocho civiles murieron y 17 personas resultaron heridas en el bombardeo a la región, según informó Eduard Basurin, el autoproclamado ministro de defensa del grupo rebelde República Popular de Donetsk.
El rostro de Ferreyra se transforma al hablar del tema. Sabe que lo que le tocó vivir fue una experiencia intensa y peligrosa. No hay contrato que le haga pensar lo contrario. “Viví muchas cosas que no me voy a olvidar jamás, por ejemplo cuando iba a entrenarme. Siempre había policías ucranianos que paraban y revisaban todo. Pero un día, de golpe, todos desaparecieron. Ahí tomaron protagonismo todos los prorrusos armados que paraban a la gente. Un día me preguntaron: «¿Quién sos?» Yo no sabía hablar ruso? Me desesperé por la situación. Hasta que logré que entendieran que era jugador de Shakhtar y me dejaron seguir. También fue extraño ver el Parlamento de Donetsk un día con la bandera rusa, al otro con la de Ucrania. Todo en medio de manifestaciones. De un lado prorrusos y del otro ucranianos. Se tiraban de todo…”
El relato de Ferreyra no se detiene y con gestos trata de explicar eso que vivió y lo llevó a tomar la determinación de abandonar Ucrania sin permiso del club. No fue fácil. Debió volver 10 días después y tuvo que pedirle disculpas a la hinchada por su determinación. “Me fui de vacaciones con mi novia y a los dos días los prorrusos tomaron el aeropuerto. Fue cuando pasó lo del avión malasio. Y la verdad es que no puedo dejar de pensar que pasó a poco de irme. ¿Y si eso pasaba antes? Todo lo que sucedió y sucede se dio en lugares en los que estaba con mi novia todos los días. Nos querían hacer pensar que era común lo que pasaba, pero no es así”, dice el futbolista.
El miedo y el instinto de supervivencia no derivaron simplemente en tomar la determinación de abandonar un trabajo (en este caso un club) de esa manera. Contratos como los de Ferreyra, que requieren una inversión de siete millones de euros, hacen que los clubes sean muy severos a la hora de retener a los futbolistas. Ferreyra encontró una buena salida y Newcastle pagó un préstamo por casi dos millones de dólares. Por eso pudo escapar de la guerra.
Donetsk es hoy una ciudad fantasma en la que los disparos, entre los separatistas rusos que están en la ciudad y las tropas que intentan reconquistar el este de Ucrania, se han vuelto una constante. Incluso, el estadio Donbass Arena, la casa de Shakhtar, construido hace seis años para ser sede de la Eurocopa 2012, hoy está muy lejos de parecer un escenario deportivo.
La cancha está emplazada en el centro de la ciudad, una zona de guerra controlada por separatistas prorrusos. El Donbass, que tuvo un costo de 425 millones de dólares, fue bombardeado por primera vez el 8 de agosto de 2014. Varios sectores están destruidos y actualmente es utilizado como depósito y punto de entrega en la distribución de ayuda humanitaria.
El fútbol también propone desafíos. Fernando Dignani fue a trabajar como preparador físico de Metalist y su experiencia resultó menos traumática, aunque con algunos momentos poco habituales. “Terminé de trabajar el 12 de diciembre y vivía en la ciudad de Járkov. No me tocaron situaciones extremas. No estaba encerrado ni sin poder salir a la calle. Tenía una vida social normal, pero sí es verdad que cuando dejábamos Járkov para jugar en otras ciudades había policías por todos lados y soldados en cada esquina. Todos armados, en las rutas especialmente. Había manifestaciones, pero nada que se pudiera comparar con una guerra. Nada como lo que fue Donetsk, que quedó destrozada. No estábamos tan lejos, pero no se nos complicaba tanto. Cuando conocí Donetsk me pareció una ciudad hermosa, no puedo creer que esté destruida. Está devastada”.
La situación de Dignani era diferente de la de muchos jugadores. Estaba solo en Ucrania, por eso aclaró que con una familia las determinaciones seguramente son diferentes. De todas maneras, algunas situaciones resultaron intensas para Fernando: “Cuando me paraba la policía y se acercaba con armas que medían dos metros era algo impactante. Hasta que te acostumbrás? Uno dice: «Muchacho correte un poquito de acá que tenés la escopeta casi dentro del auto». Ellos lo toman como algo normal, pero no lo es. Un tipo de casi dos metros, con una arma de dimensiones similares y… te ponés a pensar un poco”.
Enseguida recuerda otra anécdota que lo llenó de incertidumbre: “Estábamos en Austria haciendo la pretemporada. Teníamos que volver a Ucrania y pasar por una zona complicada. Algunos decidieron no viajar, otros decidimos hacerlo igual. Sabía que estábamos en riesgo, porque teníamos que pasar por el espacio aéreo de una zona en conflicto. Además, hacía unos días habían derribado el avión de Malaysia Airlines. Por eso, hasta que no tocamos suelo, no estábamos tranquilos… Pero bueno, llegamos bien”.
Los testimonios de los futbolistas son de lo más diversos. Alejandro Gómez, que hoy juega en Atalanta, de Italia, estuvo en Metalist Járkov en la temporada 2014. Es otro de los jugadores que vivieron en zona de riesgo. Si bien la ciudad de su ex club está a unos 200 kilómetros de las áreas más complicadas, contó: “Fui a Ucrania por lo económico [Metalist pagó siete millones de euros por su pase]. Yo vivía a dos cuadras del centro, donde se hacía la gran mayoría de las manifestaciones. Avenida de por medio estaban los prorrusos y los que apoyaban sumarse a la Unión Europea. Un día sentí mucho miedo porque quedamos con mis hijos dentro del auto entre dos bandos. Fue una situación muy tensa”. Tanto Gómez como Sebastián Blanco, en el Metalist, decidieron que su estada allí había terminado cuando fue derribado el vuelo 17 de Malaysia Airlines. La aeronave cayó sobre la villa de Grábovo, en el distrito ucraniano de Shajtarsk, en la región de Donetsk, a 40 kilómetros de la frontera con Rusia.
Lejos de calmarse, el conflicto fue creciendo. A tal punto que cada vez son más los civiles que sufren la violencia. No hay datos oficiales actualizados, pero se sabe que al menos 224 personas murieron y unas 540 resultaron heridas sólo en enero, según informó Zeid Ra’ad Al Hussein, a cargo del Alto Comisionado de Derechos Humanos para las Naciones Unidas.

UNA PELOTA EN MEDIO ORIENTE
Sin posibilidades de conseguir una mejor propuesta, Víctor Ormazábal, formado en las divisiones inferiores de Boca, con varios partidos en la primera división de la entidad xeneize y algunas temporadas en el fútbol español, se subió a la aventura de aceptar una propuesta para llevar su carrera a Irak. Su vida deportiva estaba depositada en el ascenso de la Argentina y cuando apareció la chance de Erbil SC, el equipo de la ciudad capital del Kurdistán, no lo dudó. Era lo más seguro. Pero claro, no imaginó nunca que el miedo por el conflicto con los jihadistas de Estado Islámico, en Irak, lo iba a tener en tensión. Poco tiempo después de la llegada de Ormazábal, se desató el mayor foco de violencia de EI, que avanzó hacia el norte del país dejando en el camino a cientos de víctimas. Casi 1.600.000 personas se refugiaron en Erbil huyendo del terror. “Si hubiese tenido otras posibilidades no habría elegido estar ahí. Ver de cerca todo lo que pasó en la guerra me impactó. Yo les preguntaba a mis compañeros y me decían que no pasaba nada, pero uno veía en la tele que estaban a 30 kilómetros; después escuchabas que habían entrado a la ciudad. Después nos decían que no habían entrado. Estaba ahí y no tenía bien claro qué pasaba. Ellos bloquean las redes sociales. Con mi familia me comunicaba por Skype o por Viber, es decir que usaba Internet. Lo que sí me pasó es que me bloquearan las redes sociales (Twitter y Facebook). Teníamos un preparador físico español que cuando encontraba una noticia nos llamaba y nos contaba. «Están cerca, ya entraron», nos decía. Era una situación bastante tensa, porque al principio el club tenía nuestros pasaportes y no nos podíamos ir. Cuando mis compañeros españoles se fueron lo tuvieron que hacer por la embajada. A mí el pasaporte me lo dieron cuando comenzó la Copa de Asia. Podría haberme ido, pero en realidad necesitaba jugar para mostrarme y poder conseguir otro club”.
De otro lado del teléfono se escucha el silencio que hace Ormazábal cuando piensa en los riesgos que decidió asumir. Le había tocado jugar en Israel, en Maccabi Haifa, en 2005, pero no vivió allí momentos de real nerviosismo. “Cuando empezó el torneo, tuvimos que ir a jugar a Bagdad. Estaba arrasada. Mientras uno está ahí no termina de darse cuenta de las cosas, pero a la distancia estremece. A 30 o 40 kilómetros, los Estados Unidos estaban bombardeando. Una locura. No creo que pueda volver a aceptar una propuesta de ir a jugar a esa zona. Se usaron mucho las redes sociales para infundir miedo. Ahí esa gente no anda con vueltas, te ve, te secuestra, te tienen cautivo o te matan directamente. Mi familia, desde la Argentina, tenía más miedo que yo. Traté de tranquilizarlos, pero no era sencillo. Los primeros días no quería contar todo lo que escuchaba o lo que sabía que estaba pasando. Les contaba lo menos posible. No es fácil, porque si uno allá está preocupado, a lo lejos es mucho peor. La gente del equipo me decía que no pasaba nada, pero el miedo está. Yo me guiaba por mis sensaciones y si veía que la cosa se ponía peor, me iba. No me importaba nada lo que pudieran decir. Por suerte no pasó nada y pude jugar la Copa Asia”. En diciembre de 2014 Ormazábal terminó su contrato, volvió a la Argentina y actualmente está sin club.
A unos 160 kilómetros de Erbil, Mauricio Mazzetti, otro argentino, se dejó tentar por un buen contrato. Algo que no podía conseguir acá. Este defensor, que se inició en Talleres de Córdoba, aceptó la propuesta de jugar por seis meses en Duhok, muy cercana a Mosul, una ciudad que fue capturada por Estado Islámico. Él tampoco pudo escapar de la tensión. Si bien cumplió los seis meses de contrato no pudo ni quiso seguir. Se fue a jugar a Birkirkara, de Malta.
“Venía de quedar libre en Chipre, estuve dos meses parado. Volví de unas vacaciones, salió todo muy rápido, el contrato era bueno y me la jugué. Averigüé todo antes de ir y acepté. Si era Bagdad era diferente, porque ésa era una zona mucho más crítica. Sabía que eran seis meses; primero fui solo y después viajó mi mujer. Ellos me decían que no pasaba nada, que estaban cerca de los problemas pero que no había riesgos. Sin embargo, cuando llegué, a fines de enero de 2014, el primer partido que me tocó jugar fue en Bagdad. Era una locura de controles, perros revisando todo, lleno de militares con pasamontañas… Eso me impactó bastante. Tanques de guerra cada 150 metros… Recién ahí tomé real dimensión del conflicto que había en el país donde iba a jugar.”
El acento de su Córdoba natal se potencia cuando relata el plan de escape ante una emergencia: “Estaba en el Kurdistán. Había muchos militares estadounidenses refugiados. En los últimos meses empezaron los problemas a unos 80 kilómetros. Estábamos permanentemente mirando la tele para informarnos por si teníamos que salir en cualquier momento. Teníamos la valija lista para no perder ni un segundo. Conocimos a otra familia argentina, que estaba trabajando ahí, pero nada vinculado al fútbol, con la que hicimos un acuerdo. Cualquier cosa que nos enterábamos, nos llamábamos, coordinábamos para que nos pasaran a buscar, porque ellos tenían auto, y nos íbamos para Turquía. Erbil, donde estaba el aeropuerto, quedaba lejos. Era más fácil escapar para Turquía”. El último mes fue complicado. No hizo falta echar mano al plan de escape. Pero ya lo tenía resuelto, sus días en Irak habían terminado.
LA NACION