26 Jun Esoterismo: un fenómeno que permanece latente
Por Aigul Safiullina
“Che, ¿me tirás cartas?”, pide Gimena a su amiga mientras están mateando junto a otras cinco chicas en su casa de verano en La Lucila del Mar.
Ana, la que sabe tirar cartas, trata de eludir del pedido porque estudió la lectura de Tarot hace poco tiempo como un hobby.
“Dale, que te sale muy bien”, insisten las amigas, todas estudiantes o profesionales de veintipico de años. “Bueno, mezclate las cartas y elegí tres”, así arranca el ritual sagrado, y las chicas se quedan silenciosas, intrigadas y ansiosas por lo que dirá el Tarot, las cartas místicas.
La lista de consultas se repite y se enfoca en la vida personal, profesional y en algunas cuestiones puntuales. “No adivino el futuro ni doy consejos”, advierte Ana, y trata de limitar las sesiones, solicitadas por amigas todo el tiempo, porque la idea que tuvo cuando empezó a estudiar el Tarot fue “conocerse a sí misma” y entender diferentes aspectos de su vida.
En cambio, para Dalia F. Walker, el interés por el esoterismo se convirtió en el proyecto de su vida. Productora de cine en el pasado, hace tres años inició FE, que define como un “espacio con espíritu joven para acercase a las ciencias ocultas”.
“Empecé a estudiar gemoterapia (el arte de curar a través de las propiedades que manifiestan cristales y gemas) con una profesora y después estudié Tarot”, cuenta a LA NACION en su despacho del Patio Liceo, en Recoleta. Pensado como un hobby en principio, FE creció en una red de personas que vienen a los talleres y a la tienda, piden la lectura del Tarot y comparten conocimientos de otras ciencias relacionadas.
De algo oculto y secreto, que pasaba de boca a boca durante varios siglos, hoy, el esoterismo vive una especie de renacimiento, sobre todo en las ciudades grandes. Nicolás Viotti, antropólogo y sociólogo de Flacso e investigador del Conicet, vincula el fenómeno con “la gente interesada en una psicología silvestre” -manejo de emociones, pensamientos positivos y autoayuda- y encuentra sus raíces en la Argentina con la inmigración francesa y española en el siglo XIX, sobre todo el movimiento teosófico.
Hoy, el fenómeno -aunque sin estadísticas oficiales- está presente en todos lados y de muchas formas: los avisos en la vía pública y online (sólo Mercadolibre tiene más de cuatro mil); escuelas de astrología y Tarot, como la popular Casa 11; el servicio adicional en restaurantes porteños, como la lectura de la borra de café, de las manos, de las cartas. Las cuentas de Facebook y Twitter de la venezolana Mía Austral tienen decenas de miles de seguidores en los países anglo e hispanohablantes.
Para el psicólogo Miguel Espeche, el esoterismo “no es un tema menor”, ya que “llaman la atención los resultados” de estas prácticas, sobre todo la astrología, que utilizan a veces algunos psicólogos.
Viotti dice que hay un boom por la psicología junguiana, que reconoce el Tarot como el reflejo de la experiencia interna de cada persona. “Además, es una cuestión generacional: los que tienen entre 20 y 40 años viven un cambio cultural y tienen otra relación con la religión -explica Viotti-: estas prácticas también son religiosas. Más flexibles, más íntimas, menos dogmáticas y una forma de gestionar certeza.”
También Espeche vincula el esoterismo con el manejo de certezas: “Existe una necesidad de dominar el destino porque no se acepta la incertidumbre. Las prácticas esotéricas les generan alivio, como los padres durante la infancia que aseguraban que todo iba a estar bien”, dice.
La gestión de la certeza y “la solución hecha a la carta”, como la define Espeche, es uno de los costados criticables del esoterismo. Además, se vincula a las ciencias ocultas con la mentira y la manipulación con fines lucrativos. El año pasado, Brasil, el país con un 3% de la población declarada como seguidora del espiritismo en el último censo, vivió un escándalo. La prefectura de Río de Janeiro tenía contratada a la Fundación Cacique Cobra Coral para resolver la crisis hídrica con sus “poderes místicos”.
Los antropólogos explican la imagen negativa con una marginalización y manifestación elocuente del esoterismo en la cultura popular, sobre todo en telenovelas y en los medios. Otros ven las raíces en las épocas medievales, cuando la Iglesia Católica combatía a las brujas y los heréticos.
“Todo el mundo espera encontrar a una bruja pelirroja con ojos verdes y se sorprende viendo lo contrario”, dice Silvia Bang, terapeuta psicocorporal con numerosos títulos en psicología social y ciencias ocultas. Tras una larga trayectoria, que empezó en los años ochenta en la discoteca Blades, en Palermo, donde se formó la mayoría de su clientela, hoy Bang recibe a la gente en su departamento de Belgrano. Durante dos horas, realiza la lectura del Tarot y las técnicas de curación y manejo energético para cada persona.
Ante las dudas de encontrar una solución fácil, Bang asegura: “Mi trabajo es sacar de la crisis, el Tarot solo no lleva a ningún lado”. Walker coincide con Bang: “Nuestro trabajo es escuchar y ayudar a una persona, no salvarla”.
Viotti advierte: “Hay un corte de clase; la psicologización es más común para la clase media. En cambio, la relación que existe con un santo popular es más práctica: te resuelve las cosas”.
La historia de la curandera Isolina, fallecida hace más de siete años, es un ejemplo clásico. Su casa, ubicada en Puente de la Noria, era tan conocida que existían micros enteros para trasladar a la gente hasta su puerta. “No creo en la magia, pero fui a verla porque estaba buscando trabajo y durante mucho tiempo no conseguía”, contó un taxista a LA NACION hace unas semanas.
“Isolina me aseguró que iba a encontrarlo pronto? y en una semana me llamaron desde un lugar que se convirtió en mi empleo”, agregó contento.
Los peregrinajes, oraciones y ofrendas a los santos populares como el Gauchito Gil, la Difunta Correa o San Cayetano son otros ejemplos clásicos que confirman su fuerte influencia en todo el país. “Pero hay que diferenciarlos de las prácticas en las ciudades grandes, donde el objetivo es una búsqueda personal y el manejo del yo”, subraya Viotti.
LA NACION