30 Jun El triunfo de la voluntad
Por Hernán Ferreirós
Arnold Schwarzenegger desembarcó en los Estados Unidos sólo con un par de cuádriceps en el pantalón, se convirtió en millonario a los 22 años, se fue a Hollywood, se volvió la estrella de cine mejor paga del mundo, se casó con una Kennedy y llegó a gobernador de California. Su historia es el sueño americano aumentado con anabólicos. Actualmente está reconstruyendo su carrera cinematográfica de las esquirlas que dejó su paso por la función pública. Es probable que la venidera Terminator Génesis (se estrenará el 9 de julio en nuestro país) y luego Trillizos (la secuela de Gemelos) lo reincorporen, al menos por un rato, al estrellato global que no pudieron arrebatarle del todo las reiteradas acusaciones de acoso sexual, una paternidad clandestina,Batman y Robin o haber pulverizado el presupuesto de California, la octava economía más grande del mundo, con las decisiones de su gestión como The Governator.
Desde siempre, Schwarzenegger se sintió condenado al éxito y llamado a viajar a los Estados Unidos, un país a la medida de su ambición. “América es la nación más poderosa del mundo, yo debo estar ahí”, escribió en su autobiografía de 2012 Total Recall (algo así como “Memoria perfecta”, título original de El vengador del futuro).
Nacido en 1947 en la derrotada Austria, encontró en sus bíceps la continuación de la política por otros medios que, finalmente, lo condujeron a la conquista global. Su padre, un policía alcohólico y miembro del partido nazi, que manifestaba una clara predilección por su hermano, solía golpearlo y burlarse de sus aspiraciones, de modo que es probable que las largas horas en el gimnasio fueran un refugio y una forma de mantenerse alejado del hogar. Su relación con ambos fue tan mala que no asistió a sus funerales (el padre murió en 1972, cuando Arnold ya estaba en Estados Unidos; su hermano poco antes, en un accidente automovilístico).
Su otra vía de escape eran las películas, en especial las de clase B que mostraban a hombres fuertes en papeles heroicos. Ya en los Estados Unidos, su primer film sería Hércules en Nueva York (1969), en el que encarnaba al dios griego que llegaba a la Gran Manzana para dedicarse al fisicoculturismo. Aunque para ese momento Scwharzenegger ya tenía el récord de cinco títulos de Mister Universo y seis de Mister Olympia, aún no era tan famoso como para que alguien se tomara el trabajo de aprender su apellido, de modo que firmaba como Arnold Strong.
Su triunfo sin precedente en el mundo de levantamiento de pesas lo convirtió en un millonario prematuro y fue el ticket que lo llevó a Hollywood, pero no le garantizó reconocimiento. Recién ocho años más tarde obtuvo un papel importante en una película prestigiosa, Stay Hungry (1976), dirigida por Bob Rafelson, con Sally Fields y Jeff Bridges, en la que interpretaba a un fisicoculturista venido de Austria para participar de un concurso de Mister Universo, es decir, tenía que hacer de sí mismo (y no fue su mejor trabajo). Igual, su labor le valió un Globo de Oro como actor debutante.
Su figura estatuesca y su expresividad también estatuesca eran atributos que podían convertirlo en un nombre del cine de acción. El primero en percibirlo fue John Milius, quien requirió que perfeccionara sus dotes actorales para interpretar a un bárbaro. “Aplastar a tus enemigos, verlos arrastrándose frente a ti y escuchar el lamento de sus mujeres” es el texto más largo que dice en Conan (1982), la respuesta a un general mongol que le pregunta qué es lo mejor de la vida. El éxito de este film lo condujo al papel que haría de él una estrella: un robot venido del futuro que debe asesinar a una mujer para someter al género humano.
El director James Cameron no le pidió que hiciera de sí mismo ni tampoco que actuara: su personaje era una máquina sin sentimientos con un único objetivo. Tal vez sí había un componente autobiográfico en el rol. Las dos primeras partes de la saga Terminator son sus mejores películas y sus mejores papeles. Cameron usó a Schwarzenegger como se usa una herramienta: la aplicó exclusivamente a la función para la que parecía creada. Schwarzenegger era una tela en blanco en la que cualquiera podía proyectar sus ansiedades. Lo único que significaba algo en esa tabla rasa era su anómalo acento alemán. El robot estaba hecho del material de las pesadillas: nunca se detiene, nunca deja de perseguir. Luego, los próximos Terminators tendrían también la plasticidad del inconsciente.
Aunque estos films lo consagraron como una estrella del cine de acción y alto presupuesto -una elección laboral reforzada por buenas películas como Depredador o El vengador del futuro- Arnold también demostró que podía ser efectivo como actor cómico, aunque lo fue una sola vez: en Gemelos (1988) junto a Danny De Vito. Su carrera siguió avanzando a caballo de estos dos modelos: el rol natural (máquina de matar en las películas de acción) y el rol antinatural (ingenuo, despistado y bonachón en las comedias).
En 2003 encaró un nuevo tipo de personaje: fue elegido gobernador de California por el Partido Republicano, aunque estaba ligado por vía matrimonial con el clan Kennedy: su ex mujer es Maria Shriver, sobrina de JFK. Schwarzenegger fue incorporado a la política por George Bush -otra deuda del ex presidente con la sociedad norteamericana-, quien lo presentaba como su “zar del fitness”. Su gestión, que terminó con menos del 20 por ciento de aprobación entre sus coetáneos, se inició con la bravuconada “el fracaso no es una opción”. Entre sus muchos fracasos triplicó el déficit de ese estado llevándolo a un récord de 28.000 millones de dólares.
Mientras manejaba orgulloso “el primer Hummer destinado a uso civil” (una máquina monstruosa que debía consumir un T-Rex de combustible por viaje) declaró que su principal objetivo sería la protección del medio ambiente. A pesar de los esfuerzos ecologistas del hombre que le puso un rostro humano a Conan, el bárbaro, los 37 millones de californianos siguieron manejando sus 35 millones de vehículos (al juzgar por el tránsito de Los Ángeles, todos a la vez). Fue una excelente demostración del escepticismo de los angelinos. No ante la sustentabilidad, sino ante el aire: necesitan verlo para respirarlo. Acostumbrado a destruir el mundo para salvarlo, Arnold se comportó igual al frente de la gobernación. En su retirada, su gestión -también salpicada por acusaciones de abuso sexual- fue saludada como una de las más incompetentes de la historia.
El escritor británico Clive James una vez lo describió como “un profiláctico relleno de nueces”. Al parecer, el profiláctico no siempre permaneció intacto y The Sperminator -su último apodo- terminó confirmando que había tenido un hijo con una empleada doméstica, noticia que no fue bien recibida por su mujer, quien le pidió el divorcio en 2011. Estos pecados ya quedaron en el olvido y en la actualidad intenta su regreso al podio de los héroes de acción con la quinta parte de la saga de Terminator, Terminator Genisys, que da una vuelta de tuerca sobre el mundo del primer film. A diferencia de su personaje, Schwarzenegger logró reescribir su historia: un levantador de pesas e hijo de un nazi que sólo con esfuerzo y determinación se convirtió en uno de los íconos de su generación. Con este nuevo film tratará de reclamar nuevamente un lugar relevante en el imaginario popular. Tal es la acción más consecuente de su vida, expresada a la perfección por su famoso latiguillo: “I’ll Be Back!”.
LA NACION