06 Jun El renacer de Boedo: con teatros y bares, el barrio cambió su cara
Por Ana Orfano
Está el florista, el dueño del negocio de camisas y la relojería más famosa del barrio. Todos se dan cita en la avenida Boedo, donde el barrio del mismo nombre encuentra su centro comercial y, en los últimos años, es escenario de un resurgimiento cultural y gastronómico que se mezcla con el paisaje barrial.
En la última década, la fisonomía de la avenida cambió y esa reconfiguración explotó hace tres años, con la apertura de nuevas salas de teatro y la mayor trascendencia que cobraron espacios como Timbre 4 o la nueva puesta de bares notables como Café Margot. Boedo pasó de ser un barrio de casas bajas y gente mayor a recibir a jóvenes y artistas de todas partes de la ciudad.
Lucas Marín es el director de la Fundación Pan y Arte, un complejo ubicado entre las calles Carlos Calvo y Estados Unidos. En el año 2000 el lugar abrió como restaurante y una pequeña sala teatral con 40 localidades. Allí colgaban algunas muestras, se ofrecía a los clientes una pequeña biblioteca de arte y de vez en cuando se hacían presentaciones. Hace tres años, el lugar sumó una sala más de 80 personas estilo anfiteatro. Entre las dos salas, hoy tienen en cartel diez obras que incluyen presentaciones para niños en las que se especializan en espectáculos con títeres. Además, hay talleres y muestras todo el año.
“Pan y Arte tiene 15 años y el lugar, el público y la gente del barrio fueron cambiando. Antes venían de afuera a nuestros lugares. De alguna manera, el lugar se fue transformando y hay un movimiento barrial que acompaña eso porque en Boedo está sucediendo algo interesante a nivel cultural. Hay mucha gente trabajando en proyectos interesantes”, asegura Marín.
Si uno se sienta en algunas de las mesas de afuera de Pan y Arte, puede ver en diagonal, en la vereda de en frente, el tradicional Café Margot fundado en 1904 en la esquina del Pasaje San Ignacio. Junto al Homero Manzi son los dos cafés de la avenida considerados bares notables por el gobierno porteño. “A las siete de la tarde, en Boedo ves un movimiento increíble. Negocios, gente caminando que va y viene, y se sienta a tomar un café. Eso no se da en todos los lados de la ciudad. Ha crecido bastante en los últimos años. El público de Margot siempre fue de barrio, mucho personaje porteño, mucho artista”, sostiene Martín Paesch, a cargo del café.
Para Martín, el encanto de la zona que hoy vuelve a llamar la atención proviene de la época del Grupo de Boedo, el conjunto de artistas, escritores, periodistas y músicos que en la década de 1920 trabajaron temáticas comprometidas con la lucha social y el movimiento obrero. Además de su producción artística, trascendieron por su supuesto enfrentamiento con los intelectuales agrupados alrededor del Grupo de Florida.
PASADO GLORIOSO
“Boedo tuvo una época muy brillante comercialmente en la década del 50 y 60, después decayó como en todo el país. Ahora, en este momento, hay un movimiento más que nada de cafés y bares que han puesto mesas en las calles y ha hecho que se vea mucha más gente por las calles”, explica Alicia Rodríguez, secretaria de la Junta de Estudios Históricos del barrio de Boedo.
Las noches de los viernes, sábados y domingos son las más concurridas porque coincide con las funciones de las obras o los espectáculos musicales que se dan dentro de los bares. El ritual del teatro y cena funciona a la perfección en esta zona, donde a lo largo de cinco cuadras se puede realizar todo y hasta disfrutar de un paseo de esculturas o de las placas que marcan los espacios emblemáticos vinculados al tango y al Grupo de Boedo. Los turistas, que antes se refugiaban en el Homero Manzi, ubicado en la emblemática esquina de San Juan y Boedo, ahora se animan al resto del barrio.
Al lado del Café Margot está el teatro Boedo XXI. Funciona desde hace 14 años con la dirección de Concepción Natoli. Para ella, una mujer de 74 años que llegó al barrio apenas casada de la mano de un marido nacido y criado en Boedo, los cambios empezaron a notarse en los últimos tres años. “Algunos vienen y dicen que ahora se parece a París con todas las mesas en la calle que están hasta muy tarde, con la gente esperando mesas. Está muy bueno”, relata.
Tanto para Marín, a cargo de Pan y Arte, como para Paesch, de Margot, la revalorización está vinculada a la búsqueda de nuevas zonas que funcionen como centros de entretenimiento frente a opciones más difundidas como San Telmo o Palermo. Todas las personas consultadas coinciden en que el de boca en boca es el mejor y más eficaz convocante.
El Club Cultural La Minga está ubicado en una típica casa antigua reciclada en la calle Maza, entre San Juan y Humberto I. Con apenas dos años en el barrio, son los últimos en sumarse a la movida. Francisco Chibán está al frente de este proyecto que empezó como un pasatiempo de amigos y que en muy poco tiempo se convirtió en su principal interés. “Nos instalamos en Boedo porque todos somos de ahí y hay una pertenencia fuerte con el barrio, pero también porque hay una movida cultural recontra interesante”, sostiene.
Además de talleres, presentación de bandas y muestras, La Minga recuperó la calle como lugar de encuentro y celebración barrial al organizar festivales en los que la cuadra queda cortada hasta la madrugada previa autorización municipal.
Todos creen que aún hay mucho para desarrollar, pero es Marín quien pone algunos reparos: “Me parece que a nivel masivo no va a ser como Palermo porque los proyectos son distintos. Es otro concepto, más pensado en lo cultural”.
LA NACION