El colmo de la felicidad

El colmo de la felicidad

Por Sergio Di Nucci
Su padre fue Jean-Francois Revel, acaso el mayor polemista de Francia durante el largo siglo XX: un hombre que discutía sobre todo y sobre todos: lo enfurecían los católicos, los ateos, los árabes, las religiones con o sin Dios, las modas intelectuales, las terapias saludables, la corrección política y el fundamentalismo. Su hijo, en cambio, ostenta una rúbrica mucho más envidiable para unos, pesada para otros: la de ser el hombre más feliz del planeta. Porque Matthieu Ricard, que abandonó Francia por Nepal hace más de medio siglo para internarse en un monasterio en el Tibet, fue sometido a un estudio neuro-científico en los laboratorios de la Universidad de Wisconsin, EE UU, donde midieron su corteza cerebral izquierda. Concluyeron, en efecto, que no hay en la faz de la Tierra hombre más feliz que él.
El 20 de mayo llegó a la Argentina para hablar de lo que mejor sabe: la felicidad y el budismo. Y así, con su atuendo de monje tibetano, recibió a Tiempo en un hotel boutique de Recoleta, en vísperas de un encuentro sobre, cómo no, “Felicidad”, que lo tendrá como principal orador.
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“Me molesta el título de ‘el hombre más feliz del mundo’, porque mi objetivo es otro: bregar por el budismo, y los desafíos que implica en un mundo como el que estamos viviendo”, dice Ricard, 69 años, sonriente, amabilísimo, sobre el sillón del lobby. En Wisconsin le colocaron en el cráneo unos 256 electrodos, para captar imágenes en un aparato de resonancia magnética nuclear. Ricard tiene –según reveló el estudio– el más alto nivel de actividad en la corteza cerebral pre-frontal izquierda jamás detectado, lo que se asocia a las emociones positivas. La escala varia de +0.3 (lo más triste) a –0.3 (lo más feliz). Pero el monje francés alcanzó, de acuerdo a los resultados publicados en 2004 por la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, un valor de –0.45, algo completamente por fuera de la escala y nunca registrado en otro ser humano.
A pesar de tener un cerebro como el que tiene, ¿cómo lidia este francés budista con las inequidades del mundo y, sobre todo, con las penurias que padece la región donde eligió vivir hace tantas décadas? “Como lidian todos los seres humanos, en el sentido de que las inequidades son tan antiguas como el mundo. Las hay en el mundo moderno y en los países más ricos, y las hay en los más pobres. Como hay amor, gratitud, amabilidad en unos y otros países”, responde con equilibrio, imperturbable, Ricard, que desde hace un lustro es asesor personal del Dalai Lama, pero antes vivió en el Himalaya, fue discípulo de Kangyur Rinpoch, maestro de una ancestral escuela budista de la tradición Nyingma.
“No tiene nada que ver la instrucción que he recibido en Francia, ni la inteligencia, como vos decís, para desplegar los pensamientos positivos que despliego”, sigue Ricard. “Porque lo más importante en los seres humanos es la sabiduría, no la inteligencia. Derribar las Torres Gemelas pudo haber sido un plan de personas más o menos inteligentes, pero desde luego para nada sabias”, añade. El budismo, afirma, logra esa serenidad que es requisito para un mundo mejor, interior y exterior, “pero no es escuchando que se aprende a lograr eso, sino teniendo la fuerza, el coraje, de emprender ese camino. Porque no se trata de tener fe. El budismo implica un entrenamiento gradual, que comienza con el esfuerzo de alejar las toxicidades”.
Miembro del Mind and Life Institute, una organización que se dedica a la investigación mixta entre científicos y budistas, Ricard es fotógrafo y autor de numerosos libros, y evita responder sobre los conflictos religiosos y políticos en Francia o en Occidente, “porque dejé a Francia y a Occidente hace 50 años, y no soy el más indicado para opinar sobre ello”.
Y habla de su padre. “Cuando me propusieron hacer un libro con él, dije que no, pensé que él no querría. Quiso. El libro se llama El monje y el filósofo, y fue best-seller en Europa, traducido a 21 idiomas: Es que mi padre fue el último intelectual independiente. Y tenía una mente muy abierta. Acaso eso haya influido, pero no sé”.
TIEMPO ARGENTINO