11 Jun Chirlos: el debate que reabrió el Papa: ¿sirven para educar?
Por Evangelina Himitian
Las declaraciones del papa Francisco acerca del castigo físico -“dos o tres palmadas en el traste no vienen mal”, dijo- provocaron polémica. Sobre todo porque a partir de agosto también en la Argentina esta forma de castigo, que ya resulta extemporánea (aunque habitual), pasará a estar prohibida por ley, cuando rija el nuevo Código Civil.
El padre que golpee a sus hijos podrá ser denunciado ante la Justicia, aunque el Código no habla de cuáles serán las sanciones. Especialistas consultados por LA NACION dicen que el castigo corporal es un planteo de otra época, inconducente y que en muchos casos, lejos de mejorar la conducta de los niños, sólo sirve para que los padres descarguen su bronca por situaciones que no logran manejar.
Otras formas de crianza, como la disciplina positiva, el tomarse un tiempo para pensar (padres e hijos) y hacerlos asumir la responsabilidad por las decisiones son las que se recomiendan para criar hijos felices, con autoestima y buen comportamiento social.
A partir de agosto, cuando entre en vigor el nuevo Código Civil, el castigo corporal pasará a estar prohibido explícitamente, junto con cualquier otra forma de maltrato. El artículo 647 del Código dice: “Se prohíbe el castigo corporal en cualquiera de sus formas, los malos tratos y cualquier hecho que lesione o menoscabe física o psíquicamente a los niños o adolescentes”.
Hasta ahora no existía una ley que prohibiera explícitamente el castigo físico por parte de los padres. Por el contrario, el artículo 278 del actual Código Civil, redactado en 1871, señalaba: “Los padres tienen la facultad de corregir o hacer corregir la conducta de sus hijos menores. El poder de corrección debe ejercerse moderadamente, debiendo quedar excluidos los malos tratos, castigos o actos que lesionen o menoscaben física o psíquicamente a los menores”. Este texto, que es anterior a la Convención Internacional de los Derechos del Niño, ha hecho que distintos jueces interpretaran que el castigo físico “moderado” estaba incluido entre “los deberes correctivos parentales”.
“Se deroga el llamado poder de corrección, por ser ésta una facultad más acorde con la vieja idea dede patria potestad, es decir el padre dueño de la mujer y los hijos, totalmente contraria a la noción de responsabilidad parental. En cambio, el nuevo Código regula el deber de los progenitores de prestar atención y dirección. Y se expresa que para esta labor se requiere un intercambio con el hijo de acuerdo con cada etepa de su desarrollo”, apunta Marisa Herrera, abogada especialista en derecho de familia, una de las juristas que redactaron el nuevo Código.
Las estadísticas de la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema de Justicia indican que en abril último, el 24% de las denuncias recibidas fueron de casos de violencia ejercidas contra niñas o niños. En sólo un mes, 285 casos, una cifra que viene creciendo. Y en el 9% del total de casos denunciados, los agresores fueron los mismos padres o madres.
Según un trabajo publicado por la investigadora Elizabeth Gershoff, del Centro para la Disciplina Efectiva de la Universidad de Michigan, Estados Unidos, las palizas en la cola, los tirones de oreja y los sopapos no mejoran la conducta de los hijos a largo plazo, sino que incrementan las posibilidades de que se vuelvan agresivos, desafiantes, con predisposición a desarrollar un carácter antisocial y a establecer, en el futuro, relaciones violentas. Se estableció una lista de once conductas y experiencias asociadas al castigo físico, diez de esas conductas fueron negativas y sólo una “positiva”: un incremento de la obediencia inmediata.
“Los castigos físicos los aplican los padres porque son violentos o porque se sienten impotentes y no saben cómo ejercer la autoridad. El que tiene autoridad la tiene porque es respetado por los demás y no porque ejerce la violencia. Lo que produce es miedo, odio, humillación, descalificación”, asegura la psicóloga Eva Rottemberg, directora de la Escuela para Padres, una ONG que da cursos de crianza.
“Todos los niños necesitan límites para crecer sanos, pero el castigo corporal implica dolor físico y sufrimiento psíquico. Es un claro indicador de impotencia y desborde por parte de los adultos”, apunta la psicóloga Mónica Cruppi, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
Algunos especialistas desalientan el establecer límites mediante un sistema de premios o castigos. “Porque el niño puede condicionarse a obtener algo a cambio por su conducta. El resultado es temporal y no ayuda a internalizar valores y a hacerse responsables de su comportamiento. Un límite es una pauta de comportamiento, un aprendizaje y una modificación de una conducta instaurada principalmente por los padres. Hay que enseñarle al niño a generar su capacidad de espera”, dice Cruppi.
“Como padres tenemos que pensar en la importancia de predicar con el ejemplo. Los hijos miran nuestra conducta y la imitan. Es necesario que como padres nos planteemos objetivos educativos, en los que ambos estemos de acuerdo y sobre los que trabajemos en conjunto a partir de las distintas situaciones que se presenten”, dice Adriana Ceballos, orientadora familiar y directora de la Red Interpadres.
Hay formas de comunicación que resultan más eficaces. “Por ejemplo, no decirles por la negativa, lo que no deben hacer, por ejemplo «no grites» sino «hablá bajo». Cuando un chico entiende el motivo de una pauta, como por ejemplo prevenir un peligro, obedece más rápidamente”, dice Cruppi. “La sanción negativa, a diferencia de la positiva que premia el logro, y es muy necesaria para reconocer y estimular a los hijos, tiene que ser acorde con el acto equivocado de un hijo, y también posible de cumplir. Muchas veces, en el fragor de la situación, el enojo lleva a tomar una decisión tajante, tan tajante, que al rato los padres comprenden que es imposible de sostener. Dejar de aplicar la sanción es lo mismo que decirle que todo es posible y que da lo mismo como se comporte”, agrega Ceballos.
“El castigo físico es atemporal, tiene que ver con una sociedad medieval que educaba con el castigo porque los hijos debían continuar con el oficio de los padres y los hombres debían ir a las guerras. Se debía educar en la obediencia y sometimiento. Hoy hay que enseñarles a pensar y a respetar, Cuando los padres tienen autoridad, le dicen claramente no, no deben dar ninguna recompensa. Educar con recompensas es pagar por obedecer. Estamos dando un mensaje equivocado”, agrega Rottemberg.
LA NACION