09 May Solanet, el “decano” de la raza Criolla
Por Mariano Wullich
Se está juzgando la capacidad de unos caballos en la “Cátedra de la Rural”. Se están observando y, con ojos agudos, lo que hacen esos animales en la arena del centro de la Capital. Se están comparando, mano a mano, a los mejores pingos de Sudamérica. Se mira con agudeza esa raza que arrancó con los 79 yeguarizos de don Pedro de Mendoza. Es que allí, en la histórica Pista Central de Palermo, pisan fuerte nuestros criollos. Invencibles e inalcanzables como Mancha y Gato; rústicos y poderosos como mesa de quebracho; versátiles, de rienda suelta como los inolvidables Tañido Tutor y Dormido El Afinado, o impecablemente ágiles o femeninos, como la baya Jota A. Ballesta.
Pero hoy no se trata de hablar de su criador (La Ballesta), el recordado y querido Ricardo Miguens, sino tirar, así como al pasar, unos recuerdos de ese veterinario que impuso al criollo en la Rural, que fue político radical, que nos enseñó a todos de pelajes y que tuvo su bastión en la mejor cabaña de criollos: ¡la estancia El Cardal! “El decano”, don Emilio Solanet. Esta columna deberá, insistentemente, referirse a él cuando se hable de cualquier bicho que ande suelto, más aún de un caballo de la raza Criolla, la única que pudo hacer la epopeya de unir los barrios de Palermo y Broadway, pero ésa es otra historia.
Habría que imaginarlo al caer la tarde, tranqueando con su gateado preferido. Habría que imaginarlo volviendo del campo, silencioso, pensativo, como recopilando lo visto y analizando sucedidos.
“Se ha dicho que el caballo criollo es demasiado petiso. Bien puede ser que su tamaño no alcance a prestar como un mestizo la importancia de un general gordo y cubierto de condecoraciones a la cabeza de un desfile militar.
“Pero eso sí se ve en su destino de llevar a un jinete de Buenos Aires a Nueva York. Su falta de tamaño no será inconveniente para llegar a destino”, decía don Emilio después de haber compartido el gran logro de llevar a dos caballos de su estancia, un gateado y un manchado a los Estados Unidos.
Decía, y eso hay que recordárselo a muchos noveles criadores, que tiene “la obligación todo juez o inspector de la Asociación, de guiarse y respetar el estándar de la raza; Si no, no pueden representarla.
“No debe olvidarse que criar ganado de pedigrí sin guiarse por un estándar es lo mismo que navegar sin brújula y desechar la ventaja de seguir el único camino para uniformar el tipo de la raza” (1943). Por eso, mucho antes, en 1918, Emilio Solanet, el sabio y experto no dudó en presentar el modelo de la raza Criolla: “Pelo gateado. Eumétrico, mesodormo y rectilíneo o subconvexilíneo. Alzada (1.45). Tórax (1.78); cerca de la tierra: cabeza de base ancha y vértice fino; frente amplia. Mucho cráneo y poca cara. Cuello de largo mediano; cruz musculosa y poco destacada. Lomo corto. Espaldas semioblicuas. “Mucho costillar: poca luz bajo el cuerpo. Riñón corto y alto. Grupa semioblicua. Antebrazos y piernas largas y musculosos. Cañas cortas, con cuerdas bien destacadas. Nudos secos y redondeados, Poca ranilla y solo alrededor del espolón. Cuartillas de mediana longitud. Temperamento activo.” Don Emilio, como la pampa, no tuvo límites, salvo cuando había que precisar el estándar de la raza. ¿Habrá hoy alguien igual para explicarnos por qué los chilenos no están en esta exposición? Sí, es que ellos rompieron con todo aquello.
LA NACION