19 May Neurociencias para ciudadanos del siglo XXI
Por Nora Bär
Viajar también ofrece la dicha de visitar librerías maravillosas. En las mesas de Scoop, por ejemplo, la acogedora y concurrida tienda que queda cruzando la calle del edificio histórico de la Universidad de Harvard, en Cambridge, Massachusetts, se encuentran libros de los más diversos temas y de títulos tentadores. En uno de ellos, Física para futuros presidentes (Physics for future presidents, W.W. Norton & Company, 2008), Richard Muller, profesor de la Universidad de California en Berkeley, ensaya un curso acelerado de ciencia y tecnología para no científicos.
“¿Se siente intimidado por la física? ¿Lo desconciertan el calentamiento global, los satélites espías, la fisión y la fusión? ¿Cree que todos los materiales nucleares, aquellos que se usan en bombas y los que se emplean en plantas de producción de energía, son básicamente iguales? ¿Lo dejan perplejo las afirmaciones de que se están acabando los combustibles fósiles mientras hay quienes aseguran que no? ¿Está confundido por la física y la alta tecnología? Si es así, no está listo para ser un líder global”, asegura Muller, que sostiene que para tomar decisiones referidas a temas candentes no se puede depender sólo de la buena voluntad de un asesor.
A medida que avanzaba entre capítulos dedicados tanto a la energía solar como al precio del petróleo o la física de la radiactividad, se me ocurrió que tanto como los fundamentos de la tecnología, cualquiera que pretenda llevar el timón de los asuntos públicos debería conocer por lo menos el abecé de los últimos hallazgos sobre el cerebro en materias que van desde la educación hasta las curiosidades del pensamiento colectivo.
Esta semana comprobé que, como sospechaba, estoy muy lejos de haber descubierto la rueda. Fue durante la presentación del último informe del Banco Mundial, que se realiza anualmente desde 1978 y que en esta edición no se refiere a procesos inflacionarios, inversiones o deuda externa, sino nada menos que a los vericuetos de ese kilo y medio de neuronas que todos tenemos entre oreja y oreja. Su título: “Mente, sociedad y comportamiento”.
La economista Anna Fruttero, que participó en su elaboración y lo presentó en el auditorio de OSDE, argumentó que, dado que detrás de toda política hay un supuesto de por qué la gente hace lo que hace, cabe pensar que “una mejor comprensión de los fundamentos de la conducta humana puede llevar a políticas públicas más efectivas”.
A lo largo de más de 200 páginas, el estudio alterna descubrimientos de las neurociencias (como el hecho de que la mayor parte de nuestras decisiones las tomamos automáticamente y guiados por emociones más que por análisis racionales) con sencillas experiencias empíricas sobre rasgos sorprendentes del comportamiento social; por ejemplo, que nuestra conducta está fuertemente modulada por el contexto y las expectativas de nuestro grupo de pertenencia. “Pensamos socialmente”, explicó ese día Facundo Manes, que participó de la conferencia.
Para ilustrar la propuesta, Fruttero comentó un episodio ocurrido en Belén, Costa Rica, el año pasado. Allí se logró disminuir la carencia de agua con el simple trámite de agregar unsticker a la factura indicando si el usuario había consumido más que el promedio de su barrio.
“Para trazar estrategias de desarrollo, en lugar de suponer, hay que diagnosticar, evaluar y adaptar”, dijo Fruttero. Y agregó Manes: “Pretender entender la historia de la humanidad en forma racional es un error. ¿Cómo explicar el hambre? Hoy tenemos los recursos para erradicarla. ¿Por qué no lo hacemos? Porque tenemos un cerebro humano. Se sabe más sobre sus procesos, pero en muchos casos recién estamos empezando a reunir evidencias”.
De algún modo, esto nos trae de regreso a Muller y su libro, donde subraya que tan importante como aprender sobre la ciencia de la vida moderna es desaprender ideas erróneas que nos confunden. “Frecuentemente se atribuye a Mark Twain el aforismo: «El problema con algunos no es su ignorancia. Es que saben muchas cosas que no son como creen».” Y para demostrar que, como sostenía Carl Sagan, vivimos en un mundo acosado por demonios, enseguida aclara que irónicamente esta cita no es de Mark Twain, sino de un célebre humorista norteamericano de esa época llamado Josh Billings, un absoluto desconocido para el siglo XXI.
LA NACION