“Favio retrató el dolor con un ojo prodigioso”

“Favio retrató el dolor con un ojo prodigioso”

Por Gustavo Sarmiento
Destinos y contextos. El encierro en el reformatorio. La libertad. La huida transformada en ensordecedora poesía real. Favio. El 5 de mayo de 1965 se estrenó Crónica de un niño solo, la opera prima de Leonardo Favio. Cincuenta años pasaron ya de este film que fue elegido el mejor de la historia del cine nacional, en una encuesta realizada por el Museo Nacional de Cine Argentino entre críticos, historiadores e investigadores. Y sin embargo, poco se supo de su protagonista: Diego Puente, “Polín”.
En su departamento de Colegiales, los arreglos florales y una docena de trofeos de rugby se entremezclan con las dos referencias físicas a la película que lo vio nacer: el diploma del Premio de la Crítica del Festival de México, de 1965 (que le dio Favio, acosado por las deudas, como única forma de pago), y un cuadro con su rostro, también regalo del director. Esa misma imagen fue la que pobló los afiches promocionales de Crónica… hace 50 años, y es la que hoy lo interpela, como en un espejo, mientras él abraza el cuadro. El Diego Puente de hoy le sonríe, en pose de viejo amigo, y recuerda aquella mañana de febrero de 1964 cuando nadaba con su familia en la casa que tenían en el Tigre. Aquél día se apareció Leonardo, amigo de su tío materno, Jorge Montes, cronista cinematográfico. Llegó en lancha desde su isla a tomar el té. “Ahí lo conocí. Yo me estaba tirando del muelle. Y algo del physique du rôle del personaje que estaba buscando habrá visto en mí porque me dijo: ‘¿Vos alguna vez pensaste en ser actor?’ Creí que era una broma, yo no tenía la menor idea de lo que era el cine, y menos actuar.” Pero era en serio. Favio ya había publicado el llamado a un casting en revistas como Radiolandia y Antena TV para el papel principal. Y esa mañana, le graficó al Diego de escasos 11 años de qué iba el personaje: “Pensá que todo te sale mal, que la gente te persigue, que te meten en un reformatorio, que te separan de tus padres, que tu vida va para atrás, y que todo es un calvario. Te da la sensación de que el mundo te está agrediendo y decís: ‘¿por qué se meten conmigo?'” Llegó el casting y el resto es historia.
POLÍN. “Yo venía de un contexto totalmente contrario al personaje. Desconocía qué era una villa miseria, la promiscuidad de las calles, pero siempre fui muy observador. Él supo tocar un instrumento, que era yo, como hizo con los demás”, dice Diego, nacido en Olazábal y Conde, en Belgrano R, que menciona a Juan Moreira como su favorita. Geminiano igual que Favio, comparte con él “la misma visión de la vida”, por lo que “por cuestión de piel, de postura filosófica y política, Sinfonía de un Sentimiento es la Biblia”. Casado y padre de cuatro hijos, en junio cumplirá 62, y hace medio siglo veía “por primera vez un travesti, durante la película, en la villa. Eso no existía en mi vida ni en el cine. En ese momento la miseria era mucho más abyecta que hoy, y Crónica… fue un antes y un después de aquel cine con pobres pintados con poquito de tizne, escaleras y teléfonos blancos y hablando en idioma neutro”.
Hoy, Diego ve su rostro en una estampilla que sacó el Correo Argentino por los 100 años del cine. Sus amigos nunca lo llamaron “Polín”. Aunque en muchos blogs utiliza el nombre del personaje como nickname: “Donde soy más duro es en el de La Nación, me importa un cuerno porque ya estoy jugado.”
LA MIRADA A CÁMARA. Diego vuelve a la filmación de Crónica… “Para mí era una aventura, todo nuevo. Me pelan, después me ponen una peluca, porque la parte de pelado era después de que me escapo del reformatorio, pero la teníamos que hacer antes porque llegaba el invierno y yo tenía que meterme en el río Matanza y nadar. Todo era muy piola, me filmaban desde un botecito… además de conocer gente. Detrás de la soledad de un protagonista hay 30 personas, no me sentí nunca solo.”
Antes de cada escena, Favio le remarcaba qué sentía Polín frente a lo que iba a acontecer. “En la escena en que sacaba la plata que había robado, me decía que Polín ahí está pensando, mientras cuenta la plata, si va a gastarla con la prostituta en la casita de la villa, o decide comprarse el caballo que el personaje de Favio vendía. Él me decía que tenía una duda, y finalmente optaba por el caballo. La moraleja es que opta por eso y lo agarra la policía.”
Hubo una escena en que Diego pensó en dejar de filmar. Corría por el reformatorio con el letrero de “cuidado piantadino” hasta que se frena y el celador, un hombre enorme, le pega. “Favio quería mucha realidad, como cuando me trepaba por una claraboya, eran varios metros de altura. El hombre me pegó un cachetazo durísimo, me hizo llorar, no quería trabajar más.” El director encontró la solución: que el niño llore en la escena, se dé vuelta y le devuelva la cachetada. Y así quedó. En su cabeza aún perdura la culpa por la escena del río, “la que más me costó hacer”, cuando un grupo de mafiosos se llevan a su amigo.
La huida del final, con un plano de casi 15 minutos, tuvo varias tomas y aún más ensayos. Y Diego, al que le habían remarcado en los tres meses de filmación que jamás mirara a cámara, ahora debía observar fijo al espectador: “No sé si representaba un compromiso con la gente, un ‘vieron, intenté lo mejor y finalmente no hay alternativas para nosotros’, o un ‘no se preocupen, voy a volver a salir’. No recuerdo la intención de esa mirada.”

LA PREGUNTA. Diego vio Crónica… unas ocho veces en toda su vida, pero la vez que se estrenó en el Cine Sarmiento, sobre Lavalle, hace exactamente 50 años, no pudo entrar por ser menor. Recién la vio en el Festival de Mar del Plata, como parte de la delegación, levantado en andas por Palito Ortega en el maratón de aplausos que sucedió al final de la película. La siguiente vez tenía 17 años, la pasaban por tevé, y procuró que su novia de entonces no viera las escenas de desnudo. Después vinieron invitaciones a cineclubes y festivales. Los últimos, hace diez años, en Pinamar y San Rafael, Mendoza, donde vio por última vez a Favio. Décadas atrás, le había propuesto actuar en El dependiente, pero sus padres le dijeron que primero terminara el colegio. “A Favio le pareció fantástico eso.” Aunque le llovían ofertas, Diego tuvo sólo cinco años de actuación; hizo una con Fernando Siro, teatro en el Di Tella, y la película Turismo Carretera, en 1968, de Rodolfo Kuhn. “No me gustaba que la gente hablara de mí, salir en las revistas, que si era bueno o malo, humilde o soberbio. Dije: ‘no quiero trabajar más aquí’.”
Cuatro años después, mientras llegaba a jugar al rugby en primera, volvió a tomar clases de actuación, y cuando estaba por formar parte de una obra le surgió el gran interrogante: “¿Quiero hacer esta vida, de actuar hasta la 1, salir todos después y terminar a las 4? Yo estaba enamorado del deporte.” Jugó 12 años al rugby: empezó en Obras y terminó en San Martín, donde luego dirigió y hoy juegan dos de sus hijos. En estas décadas tuvo negocios de ropa, de zapatillas, y desde hace 15 años una empresa de arreglos florales junto a su mujer. A los 49 incursionó por última vez en el mundo de las cámaras, participando de un cortometraje en el que su hija fue directora de arte. Hoy confiesa que le gustaría volver a actuar.
Hace diez años, Favio le escribió una carta: “Sin tus sentimientos y tu cara no habría existido Crónica… como fue”, le decía. Diego relata esa frase de memoria, lagrimeando: “No lo puedo creer todavía, porque es una mentira… pero quién te quita lo bailado.”
–Pasados ya 50 años, ¿cómo definiría la película?
–Es el retrato de la tristeza, de la melancolía, la soledad y el dolor, hecho por alguien con una sensibilidad, una capacidad creativa y un ojo de una magnitud prodigiosa. Una bisagra en el cine. No existía hablar en argentino, la puteada, exhibir así la marginalidad, ese submundo de gente olvidada era desconocido, para que se supiera que hay personas que no tienen más remedio que ser lo que son.
TIEMPO ARGENTINO