13 May El fútbol espejo
Por Ezequiel Fernández Moores
Chelsea, flamante campeón, tiene patrón ruso, DT portugués y crack belga. Pero la Premier League, dice David Goldblatt, uno de los sociólogos más respetados del fútbol inglés, es un espejo de la “opulencia privada y miseria pública” de la Gran Bretaña que mañana celebra elecciones generales. Manchester United paga 525.000 euros por semana a Wayne Rooney. Pero se niega a pagar el salario mínimo de 9,2 euros la hora al empleado que limpia un asiento que cuesta 67 euros en la tribuna Sir Alex Ferguson. “¿Acaso hay algo que refleje la fuerte división de nuestra economía mejor que el fútbol, donde una pequeña élite secuestra los beneficios de la globalización pero no puede pagar un salario digno a su personal de tiempo parcial?”. Goldblatt, que hace otras preguntas críticas sobre la Premier League, publicó su “Manifiesto por un fútbol mejor” el 28 de marzo pasado en The Guardian, el principal diario del Reino Unido (goo.gl/Hex5EI).
Ed Miliband, opositor laborista, anunció al menos que si mañana vence al premier conservador David Cameron, presionará a la Premier League para que siga el ejemplo de los grandes bancos y obligue a sus clubes a pagar el salario mínimo. Es una población que, pese a las mejoras que destacan analistas económicos, creció de 3,4 a 5,3 millones de personas es en los últimos cinco años en Gran Bretaña. La Premier League firmó un contrato record de 6900 millones de euros por tres años de la TV, una suba del 70 por ciento. Y los clubes ingleses son los que más pagan a sus jugadores: 2400 millones de euros al año. “Pero un acomodador -denuncian ONG’s- deberá trabajar trece años para ganar lo que un jugador cobra en una semana”. Apenas seis clubes de la Premier respondieron al reclamo. El único que aceptó pagar el salario mínimo fue el campeón Chelsea, el club del magnate ruso Roman Abramovich. “Es una decisión individual”, se atajó Richard Scudamore, director ejecutivo de la Premier League. Citó encuestas que destacan a la Premier, la BBC y la Reina como orgullo británico. Y dijo que Cameron se pone feliz cuando en el exterior le preguntan acerca del “fenómeno” de la Premier League.
Cameron cambió de equipo en plena campaña. Siempre dijo que era de Aston Villa, pero en un reciente acto electoral se declaró hincha de West Ham, clásico rival. “El cansancio”, se excusó el premier, no muy cercano al fútbol ya en sus tiempos de estudiante en Oxford y miembro del Bullingdon Club, hijos de millonarios que solían beber y destrozar restaurantes, pagando los daños, claro. Sin carisma, Cameron, igual que Miliband, hizo una campaña que, según ironizó la periodista Marina Hyde, copió la táctica de “ganar sin riesgos” del DT campeón de Chelsea José Mourinho: no es necesario ser “mejor”, sino saber explotar “el error rival”. Dan risa algunas fotos armadas de Cameron hablando supuestamente ante miles. Una toma distante desnuda que son apenas decenas de contratados (goo.gl/y1v0w7). En octubre de 2011, haciendo tiempo en el aeropuerto de Heathrow, me sorprendí al leer una crónica de Peter Oborne, especialista del Partido Conservador, en el diario también conservador Daily Telegraph. “Convenciones -decía Oborne- eran las de antes, cuando el candidato debía hablar ante tres millones de trabajadores”. La crónica contaba que hubo que reclutar gente para llenar las sillas vacías en la sala del hotel de Manchester donde Cameron cerraba la convención tory de 2011. “Los votantes más influyentes -ironizaba Oborne- no vienen, mandan el cheque”.
El fútbol, afirmaba días después Goldblatt, en la apertura de un Congreso en Coventry, no tiene sentido sin su gente. Pasaron cuatro años. Todo sigue igual. “El fútbol sin hinchas es nada”, decía un enorme cartel que la Federación de Hinchas de Fútbol desplegó el pasado 26 de marzo en Picadilly, ante la sede de la Premier League, que cobra los boletos más caros de Europa. “Los equipos -dijo la Federación- llevan el nombre de una comunidad que los antecede y con la que tienen una deuda de lealtad, no para ser explotada”. También los hinchas de Arsenal protestaron el lunes pasado con un cartel que destacaba que, pese al nuevo contrato de TV, deben seguir pagando boletos de 64 libras (86 euros). Mourinho se había quejado meses atrás porque los hinchas de Chelsea alentaban poco. “Si quieren más ambiente déjennos estar de pie”, replicaron hinchas con un cartel. Enarbolaban otro reclamo central: autorizar tribunas con hinchas parados, no sentados como en un teatro. “Mirá las tribunas -me dice desde Londres el colega Neil Clack-, la edad promedio del hincha hoy está cerca de los 50 años. Hay más ruido en los pubs”. En los pubs siguen hoy los partidos miles de hinchas. No hay hooligans en los estadios. Tampoco hay jóvenes y, mucho menos, grupos familiares.
Una semana atrás, “Spirit of Shankly”, hinchas de Liverpool que reivindican a un mítico DT del equipo, boicoteraron los boletos que cuestan 67 euros y desertaron de un partido ante Hull City. En 2010, disconformes con el desembarco al club del nuevo patrón estadounidense, los hinchas emitieron un emotivo y duro documental: The Potemkin League (goo.gl/oyKEBj). Desde mucho antes, Goldblatt advierte sobre los costos de la Premier League, la millonaria y espectacular Liga inglesa nacida en 1992 tras el desastre de 1989 en el estadio de Hillsborough. Surgió gracias a un Estado thatcheriano que ayudó a modernizar estadios con créditos públicos, pero para beneficiar a empresarios-patrones que se enriquecieron con la política de desregulación financiera, con los millones que pasó a pagar la TV de Rupert Murdoch y con boletos que aumentaron mil por ciento. El negocio cerró con el desembarco de oligarcas rusos, jeques árabes, magnates asiáticos y millonarios estadounidenses. Clubes con dinero de todo color y que -por primera vez en quince años y sólo porque fueron obligados por la UEFA- cerraron por fin en 2014 balances con superávit y dejaron de agrandar un rojo que igualmente trepa a los 3400 millones de euros. La Premier es la Liga más rica. Sin embargo, ninguno de sus equipos repletos de cracks extranjeros logró clasificarse a cuartos de final de Liga de Campeones y su selección se fue del último Mundial en primera rueda.
“Llegamos a un punto en el que la trasformación del juego por intereses comerciales y privados ha desgastado el tejido y la cultura del fútbol de modo tan delgado que sólo una intervención mayor por parte del gobierno puede comenzar a detener este proceso”, pide Goldblatt en su Manifiesto del 28 de marzo. Hay que leer otros tramos de su formidable texto: “El fútbol -dice Goldblatt- es un lugar raro y precioso? parte de nuestra cultura común, una herencia fabulosa de más de cien años de juego, un repositorio de identidades poderosas y solidaridades? un complejo juego de rituales colectivos y conversaciones públicas en un mundo profundamente individualista, atomizado y dividido, un lugar en el que nos mezclamos socialmente, que trata de nosotros, no de yo”. Alguien “tiene que pagar el show”, admite Goldblatt, que aplaude los estadios más seguros y el éxito de la marca Premier League. Pero cuestiona el celebratorio relato “neoliberal” que, “como muchas de las historias que nos cuentan de la economía y la trasformación social de Gran Bretaña”, deja de lado lo que el mercado llamaría “bonos basura”. Dice que el fútbol “fue privatizado de modo sigiloso”, barriendo de modo deliberado con viejas reglas que regulaban la actividad comercial y mitigaban “las peores formas de desigualdad financiera”. Y anulando también “la cultura dominante” del fútbol británico según la cual “el dinero no es todo”. Goldblatt afirma que el fútbol ofreció ya “alternativas reales a la venalidad, criminalidad e incompetencia de muchos propietarios privados” y enumera 11 propuestas para el cambio. Titula su artículo como un “Reclamo de un fútbol para todos”. Una foto muestra un cartel en plena tribuna que cita el nuevo y millonario acuerdo con la TV. “Aún así -continúa el texto- nos siguen explotando”. Y la línea siguiente reclama: “Compartan la riqueza, cerdos”.
LA NACION