Cuando el propio cuerpo es el territorio de todas las batallas

Cuando el propio cuerpo es el territorio de todas las batallas

Por Ivana Romero
Alguna vez su abuela le dijo no se moviera mientras ella salía. Y la pequeña Marina Abramovic tomó la indicación al pie de la letra. Durante dos horas permaneció sentada, tiesa, con un vaso de agua en la mano. Y así la encontró su abuela cuando regresó a la casa. Desde temprano, la artista serbia –pionera del arte performático– decidió que su cuerpo sería el territorio de todas las batallas. A partir de los setenta, se acostó alrededor de una estrella de fuego y también sobre un bloque de hielo; se cortó el vientre, rebotó cientos de veces contra una columna de cemento, se flageló. Lavó los huesos de 2700 vacas en la Bienal de Venecia en 1997 para denunciar los horrores de la guerra de los Balcanes. Y permaneció sentada 720 horas sosteniendo la mirada de los visitantes en una retrospectiva que el Museum of Modern Art (MoMA) le dedicó en 2010. Uno de los últimos en hacerlo fue su ex pareja y el resultado cuando las miradas de ambos se encontraron es una suerte de hit en YouTube. O sea que Abramovic se transformó además en una enigmática figura popular, a veces más conocida por las lágrimas que caen sobre su vestido rojo al ver al hombre que amó, que por su nombre. Esa misma mujer –que en los videos de sus performances parece en trance, fugada hacia otro lugar–, tenía una mirada suavísima el lunes por la tarde. Vestida con una túnica negra y zapatos bajos, con dos trenzas oscuras que evocaban vagamente a la niña obstinada que fue, Abramovic se plantó bajo la luz del escenario y saludó poniendo la mano derecha sobre su corazón. Así comenzó la charla que brindó en el Centro Experimental de la Universidad de San Martín, ante 500 personas que en pocos minutos agotaron las entradas gratuitas para verla. De esta manera se inició la Primera Bienal de Performance que se realiza en nuestro país, que continúa hasta el 7 de junio.
Al presentar la Bienal, el rector de la UNSAM, Carlos Reta, destacó el hecho de que sea una universidad pública la que propone este tipo de actividad. “La Universidad tiene como desafío no sólo brindar conocimiento sino también correr los límites, los horizontes, asumir riesgos y provocar a la sociedad para que viva una vida mejor”, sostuvo en relación con la pertinencia de este evento artístico, que pone en foco un tipo de arte tan efímero (polémico para muchos) como la performance. A continuación, la crítica e investigadora Andrea Giunta –directora del centro de experimentación de la UNSAM y encargada de llevar adelante la entrevista pública con Abramovic– brindó algunos datos biográficos de la artista. Por ejemplo, que Abramovic dice ser hija de un país que no existe por haber nacido en Belgrado, capital de la ex Yugoslavia, en 1946, hija de padres milicianos, defensores comunistas del mariscal Tito. También comentó que la artista huyó a los 29 años a Amsterdam, donde conoció a Ulay (Frank Uwe Laysiepen) quien fue su compañero, vital y artístico, desde mediados de los ’70 hasta finales de los ’80. Desde entonces su arte es reconocido en todo el mundo e incluso acaba de abrir el Instituto Abramovic en Hudson, cerca de Nueva York, donde investiga las posibilidades del arte efímero; es decir, la performance, pero también el teatro o la danza.
Abramovic comenzó leyendo su manifiesto, interesada, dijo, en recuperar esa tradición de fines del siglo XIX y comienzos del XX donde los artistas sentaban posiciones éticas y estéticas. “Un artista no debe mentirse a sí mismo o a otro, no debe robar ideas a otro artista, no debe hacer concesiones con el mercado del arte, no debe hacer de sí mismo un ídolo”, comenzó. Y también: “un artista debe mantener un punto de vista erótico en relación con el mundo; debe pasar largos períodos en soledad, debe mirar profundamente dentro de sí porque de ese modo se vuelve universal”. Consideró que no es necesario “tener autocontrol de la vida pero sí del arte”. “Un artista debe comprender el silencio para entender su propio lenguaje, el silencio es como una isla en un océano turbulento”, afirmó. También citó a los monjes budistas en cuanto al desprendimiento y al Dalai Lama para señalar la capacidad de sentir compasión por los amigos pero también por los enemigos. Más tarde reconocería que su arte tiene una raíz “consciente”; un término que prefiere a “espiritual” porque, dijo, “el vínculo entre arte y espiritualidad es complejo”.
“La performance es una estrategia física y mental, uno se pone en un tiempo y en un lugar precisos con la audiencia y ahí ocurre el diálogo. Es una forma viva e inmaterial del arte y basada en el tiempo y en lo efímero”, definió. También diferenció la performance del teatro: “En un teatro el cuchillo no es cuchillo y la sangre es ketchup; en la performance, el cuchillo es cuchillo y la sangre es real”. Un rato después se vieron imágenes de algunas performances memorables en ese sentido. Como la que realizó en 1974 en Belgrado, donde puso a disposición del público 72 objetos –espejos y flores pero también un revólver y una bala– con las que se podía “intervenir” su cuerpo desnudo. “Al principio jugaban conmigo pero luego alguien tomó las tijeras, cortó las ropas, la piel y alguien llegó a poner la pistola cargada en mi cabeza. El público te puede matar pero si les das algo bueno para el espíritu, también lo usarán”, dijo. En ese sentido, Giunta la consultó sobre los límites del cuerpo. Abramovic respondió que esos límites se corren porque una performance no sólo depende de la energía propia sino de la combinación con la energía del público. “Que seas vulnerable te hace buena performer. Porque en ese momento no sos vos, estás presentando una idea y lo importante es esa idea así que tenés que sacrificar tu subjetividad”, sostuvo.
Situó al body art de los setenta como raíz común de la performance donde la desnudez del cuerpo cobra un necesario significado. “Cuando sos un artista de performance, se encuentra una división estricta entre el uno personal y el uno público. En mi vida privada soy tímida. Pero en lo público uno presenta una idea, un concepto y ya no importa si sos gordo, flaco, viejo o qué. Me enfoco en la idea de lo que quiero decirle al público y eso transforma el cuerpo en una escultura, donde ya no hay pudor”, dijo. También consideró que la performance ha tenido gran influencia (“aunque no siempre se la reconozca”, observó) en la moda, el teatro y el videoclip. De hecho, ella trabajó, entre otros músicos, con Lady Gaga (quien participó de un retiro físico y espiritual en la casa de campo de la artista) e incluso en una de sus performances fue vestida por Givenchy. Además, la vida de Abramovic se transformó en una ópera.
Evocó la mítica performance The Lovers, de 1988, donde ella y Ulay caminaron desde los extremos de la Muralla China hasta encontrarse en el medio. “Lo habíamos planeado como forma de casamiento pero los trámites para conseguir el permiso de caminar la muralla se prolongaron tanto, que finalmente nos separamos. Decidimos hacer la performance de todos modos, como forma de separación”, dijo y bromeó: “Un amigo me dijo ‘hubiese sido más sencillo resolverlo con una llamada por teléfono'”.
Defendió la idea de observar el mundo con detenimiento y en silencio, sin computadoras ni celulares (esa parte del “Método Abramovic” que desplegó con Lady Gaga pero además, ayer y hoy en un workshop, también en la sede de la UNSAM). Aseguró que le gusta bailar tango y accedió a probar alfajores de dulce de leche que le alcanzó una chica que estaba en la platea. Dijo que entre el amor y el arte, prefería el arte, aunque también el amor, si era universal.
TIEMPO ARGENTINO