El shock del futuro, un acertijo del siglo XX

El shock del futuro, un acertijo del siglo XX

Por Nora Bär
A mediados de enero, el célebre astrofísico norteamericano Neil deGrasse Tyson, director del Hayden Planetarium de Nueva York y conductor de la reedición de Cosmos, recordó en una serie de tuits algunas de las predicciones de Regreso al futuro II, el segundo film de la saga que a fines de los 80 contaba las peripecias de Marty McFly (Michael Fox), enviado por el doctor Emmett Brown a viajar en el tiempo en un De Lorean modificado.
“Enero 21, 2015: el film Regreso al Futuro II mostraba la vida el 21 de octubre de 2015 -escribe DeGrasse Tyson-. Nos quedan nueve meses para inventar los autos voladores.” Y lo mismo dice de otros inventos que aparecían en la película, pero que no llegaron a ser, como la fusión nuclear hogareña, las tablas de levitar o las correas autónomas para pasear el perro.
El guiño de DeGrasse Tyson me hizo recordar el libro del físico Gregory Benford, The wonderful future that never was [El maravilloso futuro que nunca fue](Hearst Books, 2010), que reúne predicciones de la revista Popular Mechanics publicadas entre 1903 y 1969.
Un artículo de 1921 anticipaba, por ejemplo, que el correo aéreo se entregaría por paracaídas. “El sistema está siendo rápidamente desarrollado en los Estados Unidos, Francia e Inglaterra. La carga valiosa, que es la única que transportan los aviones, debe ser cuidadosamente guardada, lo que significa, entre otras cosas, que debe ser depositada a pocos centímetros de la persona autorizada para recibirla”, argumentaba.
En 1928, un plan sometido a la consideración de las autoridades de Chicago proponía canales venecianos para resolver los problemas de transporte y para “permitir un agradable día de compras”. Ese mismo año, la ciudad del futuro se imaginaba con muchos niveles de tráfico superpuestos: “Subterráneo, elevado, en las calles sólo para peatones y con campos de aterrizaje para aviones”.
“Los rascacielos del futuro -declaraba un renombrado urbanista- tendrán escaleras móviles fuera de los edificios en lugar de ascensores. Algunos de los más altos alcanzarán casi mil metros de altura y albergarán pequeñas ciudades.”
Ese mismo año, un artículo presentaba la “casa de 2000”, que un arquitecto había diseñado y exhibido en Londres. “La nueva invención del Vitaglass admite el ingreso de los rayos ultravioletas en cada pieza -detallaba- y produce luz solar artificial para usar en días nublados y de noche de tal forma que se crea un efecto de verano permanente.” La vivienda dispondría de cabinas en lugar de dormitorios, paredes móviles y un garaje para autos y ¡aviones de alas plegables!
Hace 87 años, alguien predijo que la ropa del futuro se haría nada menos que con asbesto “tan lustroso como la seda y fácil de limpiar” (pero, hoy lo sabemos, también cancerígeno). Se aseguraba que en el siglo XVII Carlomagno tenía un mantel de ese material que se limpiaba tirándolo al fuego.
En la euforia tecnológica de las primeras décadas del siglo XX, dice Benford, incontables inventores diseñaron cosas como “el apretón de manos eléctrico” para que las personas pudieran comunicarse y sentir la mano de un extraño a distancia. El artilugio nunca se concretó, y la misma suerte corrió el correo entregado por cohetes rápidos o el envío de facsímiles de diario vía fax, pero la revista acertó cuando pronosticó que los teléfonos con teclas reemplazarían a los de disco.
Otra predicción, esta vez de 1950, anticipaba que un “teléfono-televisión” transmitiría no sólo la voz, sino también la imagen del hablante. Hoy lo hacemos diariamente por Internet, gratis y a cualquier parte del planeta vía Skype.
En esos días, la radio era la tecnología del momento y había propuestas de instalar antenas de retransmisión cada 30 kilómetros. Hoy, miles de satélites (como los imaginados entonces por Arthur Clarke) reciben y envían telefonía, TV e Internet a casi cualquier punto del planeta.
Tampoco se instaló todavía un observatorio en la Luna ni se desarrollaron autos que se desplazan en colchones de aire y ruedas retráctiles, como los que el Automóvil Club de Michigan pronosticaba? para 2016.
La ciencia ficción imaginó que íbamos a colonizar rápidamente el espacio, pero se quedó corta a la hora de anticipar los avances en la miniaturización de las computadoras, en bioingeniería y en nanotecnología. ¡Ni los novelistas son inmunes al shock del futuro!
LA NACION