10 Mar San Martín y el recuerdo de la chacra Los Barriales
Por Martha Salas
Corría el año 1816 cuando San Martín fue designado capitán general del Ejército de los Andes, tarea que ocuparía todas sus horas. Es por eso que para las funciones civiles de Mendoza fue designado gobernador intendente el Coronel Toribio de Luzuriaga. Era Luzuriaga un hombre de larga trayectoria en las armas del país; había comenzado su carrera en las Invasiones Inglesas, integró el Ejército del Norte con Belgrano, y al suceder San Martín a Belgrano se relacionó estrechamente con el nuevo jefe, y así llegó a Mendoza acompañándolo en su proyecto de cruzar Los Andes.
Del general San Martín sabemos que descendía de viejas familias apegadas a la tierra, que trabajaban pequeñas parcelas y criaban los animales necesarios para esas faenas.
Pensamos que la belleza del paisaje mendocino, los campos con sus acequias y la imponente visión de Los Andes produjeron en San Martín admiración, y quizá los recuerdos de sus infancia o de los relatos de sus abuelos campesinos, más las funciones de su padre en las estancias de los Jesuitas expulsados. Quizá todo esto que suponemos motivó en él el deseo de tener una parcela de tierra para poder algún día descansar en ella de las fatigas que el ejército y la política producían en él.
Hacía escasamente dos meses que el coronel Luzuriaga esta a al frente del gobierno de Mendoza, y San Martín en el Plumerillo organizando el Ejército de los Andes, cuando un día recibió Luzuriaga un oficio del General para solicitarle 50 cuadras de tierra en el paraje conocido con el nombre de Los Barriales, según afirma el li ro El niño criollo. Luzuriaga se apresuró a contestar el pedido diciéndole “que comprende que después de haber enriquecido los anales de la Historia de América quiera buscar el descanso en el cultivo de los campos, convirtiéndose en un labrador apacible”.
Termina la nota accediendo a la concesión y agregándole al pedido doscientas cuadras más para su señora hija Mercedes Tomasa. Destaca el gobernador el eneplácito del cabildo agradecido por la distinción de tener tan ilustre vecino. El Cabildo y el pueblo de Mendoza no sólo le agradecían a San Martín por hacerla elegido para descansar de sus fatigas, sino también porque “había hecho brillar esta provincia entre todas las Unidas del Sur”.
A su vez, San Martín agradeció la ofrenda, pero al aceptar la merced pidió que las doscientas cuadras asignadas a su hija, y en nombre de ella, fueran donadas a los individuos de su ejército que más se distinguieran en la campaña que pronto se iba a emprender. “En cuanto a mí –dice su oficio–, las cincuenta cuadras que me ha dispensado la agrada le sociedad de Mendoza es lo que apetezco, y la quietud de la vida privada forman el centro y el único punto de vista de mis aspiraciones”.
Después de recibir esta nota del general, el cabildo, el gobernador y la justicia se unieron para hacer respetar la donación hecha a nombre de Mercedes Tomasa, la llamada infanta mendocina, que hacía escasos meses había nacido. Los tres poderes se expidieron so re el derecho de los padres que pudieran hacer otro uso del dominio útil de los legados a los hijos; y le contestaron al general diciendo: “El gobierno de e amparar a doña Mercedes Tomasa en el derecho de su propiedad…”.
Fue así que no se aceptó la propuesta de San Martín asada en su generosidad, modestia y delicadeza. De o agregar que esa chacra de Los Barriales fue la preferida del general, que la hizo mensurar, cercar y trabajar con el orden que le era característico, y fue el lugar que eligió para vivir después de renunciar al Protectorado del Perú. Y tras una estadía en Chile esperando el deshielo de la Cordillera para poder cruzarla.
Curiosamente San Martín en una carta de su nutrida correspondencia decía: “Es muy natural al hombre, prever la suerte que se le propone pasar en la cansada época de su vejez. El estado de labrador es el que creo más análoga a mi genio”.
“La provincia de Cuyo es la que he elegido por el buen carácter de su gente, y un rincón de ella para romper a tierra del campo, cultivarlo y formar mis delicias… Y por haber propendido yo mismo a que se fomenten, se pueblen y se cultiven inmensos espacios deshabitados…”.
La chacra de Los Barriales fue la eterna ilusión de sus años de ostracismo, no deja a de escribirse con su administrador, ni deja a de pensar en ella. Su mayor deseo era volver a Mendoza, tierra pródiga en vinos, frutos de la tierra, y una po lación a la que ha ía llegado a querer tanto como los mendocinos lo querían y se enorgullecían de esta relación.
Pero el destino tiene sus reveses. No pudo dejar sus huesos en su “ínsula cuyana”: una ovación popular destinó sus restos a la capital del país y dentro de ella, a la Catedral de Buenos Aires.
Pero en Mendoza descansan sus amores familiares: su hija Mercedes, “la infanta mendocina”; el esposo de ella, Mariano Balcarce, y su nieta, los tres en la Iglesia San Francisco ajo la advocación de la Virgen del Carmen de Cuyo, Patrona del Ejército de los Andes.
LA NACION