13 Mar Relegada por el teclado, la escritura a mano está en peligro de extinción
Por Malva Marani
Quien no haya utilizado el WhatsApp para anotar algún teléfono o no haya recibido el regaño de una abuela sobre la carta que nunca le escribió, que tire la primera piedra. La nuestra aparenta ser definitivamente una era de transición en múltiples fenómenos, y desde luego lo es en los modos de escribir: son pocas las personas que logran escapar a las nuevas tecnologías, que acaparan todos los rincones comunicativos a través de los dispositivos electrónicos y las redes sociales, y son cada día más los que nacen inmersos en este contexto virtual. La presión de la yema de los dedos sobre teclados de computadoras y pantallas de smartphones le roba terreno en la vida cotidiana al pulso de la mano que unía letras y era soporte de declaraciones de amor, machetes con respuestas, listas de compras y cartas de todo tipo. Y esto, ¿qué significa? ¿Genera optimismo en la especie humana o se trata de una perspectiva enteramente desalentadora?
“No encuentro más fundamentos que la indolencia o la comodidad, pero lo cierto es que se está perdiendo el hecho de escribir a mano, que proponía algo menos frío y mecánico. Me acuerdo de cuando mis padres recibían cartas de España: uno veía escrituras volcadas con cariño, porque era el único contacto con seres que quizás hacía 20 años que no veían”, explica Francisco Juan Fores, presidente del Colegio de Calígrafos Públicos de la Ciudad de Buenos Aires. La institución a la que pertenece ha impulsado diversos proyectos con el fin de que vuelva a enseñarse Caligrafía en las escuelas, ya que, según su mirada, “sin esa materia, los chicos van perdiendo el interés, y el problema no es que no escriben, sino que lo hacen mal y, cuando pasa eso, no hay comunicación”.
Gustavo Cantú, doctor en Psicología y coordinador de la carrera de especialización en Psicopedagogía Clínica de la UBA, ha trabajado la temática y aporta su visión: “Está claro que la forma manuscrita ya no es más hegemónica, pero no lo veo como un versus ni como una pérdida o una ganancia en términos absolutos: son cambios culturales e históricos que tienen que ver con las condiciones sociales en que se producen los conocimientos”, analiza.
Su trabajo desmitifica la idea de que la escritura virtual está vacía de emociones y sentimientos: “Realizamos dos investigaciones acerca del uso que los adolescentes y los niños hacen de las nuevas tecnologías, haciendo eje en la singularidad, y nos dimos cuenta de que en algunos casos se veía un uso mucho más subjetivado de la escritura, que tenía que ver con lo que les pasaba, con sus miedos y sus deseos. Esto tiene que ver con que hay una diferencia muy grande entre la transmisión de la escritura tradicional y la electrónica: la primera se da en la escuela a través de los adultos, de forma sistemática y con una normativa estricta sobre cómo se debe escribir; mientras que la escritura en pantalla los chicos la aprenden solos o con compañeros y no aparece vinculada al mundo adulto sino al de los pares.”
Para Cantú, este período de transición delimita claramente a los llamados “nativos e inmigrantes digitales”: “Los adultos asociamos la escritura a mano con la proximidad del cuerpo y, en la forma virtual, este sólo interviene de un modo más abstracto y mediato, pero para los chicos esto no quita valor emotivo ni vigencia de lo que se dice: ellos se enojan, se comprometen y se enamoran con lo que leen en Facebook o WhatsApp, y nosotros no, porque fuimos educados en la época de hegemonía de la escritura a mano, y lo que nosotros necesitamos es tocar el papel.”
“Se escribe menos a mano, pero eso no significa que se haya dejado de escribir: el modo es diferente”, revela María Di Scala, psicopedagoga clínica y titular de la cátedra Psicología Educacional en la Universidad Nacional de San Martín. “Un tuit tiene 140 caracteres, y sintetizar la idea en ese espacio también es un trabajo cognitivo bien complejo e interesante. Es cierto que la ortografía, la gramática y el estilo sí se ven más afectados, pero en este mundo tecnológico, aprender a escribir también se puede volver más fácil: los chicos pequeños ya están en contacto permanente con la formación de palabras, las tablets hablan y ofrecen juegos didácticos para las primeras experiencias y, en ese sentido, la tecnología es un facilitador”, argumenta la especialista, coautora junto con Cantú del libro Diagnóstico psicopedagógico en lectura y escritura.
Lo que sucede con la escritura a mano, en este momento de encuentros y desencuentros tecnológicos, quizás no debería interpretarse radicalmente desde uno de los dos extremos sino desde la coyuntura histórica en que vivimos y en el contexto, como propone Di Scala, de una convivencia necesaria: “No creo que una forma de escribir sea mejor que la otra: son maneras distintas de dejar huellas de pensamiento.”
TIEMPO ARGENTINO