02 Feb Tomás Bulat, el economista del corazón caliente y el millón de amigos
Por Fernando Gonzalez
Te quiero mucho”. Fue lo último que me dijo Tomás Bulat el viernes a las tres de la tarde. Era la frase que siempre decía al final de una charla o de un llamado telefónico. Me quería avisar que no iba a venir a casa a la cena que habíamos preparado para compartir esa noche con algunos algunos amigos porque viajaba hacia San Genaro, un pueblo cercano a Rosario adonde iba a dar una charla en una feria del trigo que se celebraba allí. Era una de sus actividades preferidas. Las disertaciones que él llamaba jocosamente el “Bulat Economic Tour”, como si se tratara de un recital de los Rolling Stones. Es que Tomás era el Mick Jagger de la economía. El único que podía vestir jeans colorados y hablar sin perder la clarividencia del destino del dólar, de las mentiras en torno a la inflación real o de la necesidad de volver al superávit fiscal.
Tomás se fue en la madrugada del sábado, cuando el remise en el que venía por la ruta 9 se estrelló contra un camión a la altura de Ramallo. Y nos dejó absolutamente solos. Quedan sus fantásticas apariciones en radio y en TV. Su programa de cabecera, El Inversor, sus columnas en El Cronista y en cronista.com y el éxito fenomenal de sus charlas en Buenos Aires y en todas las ciudades grandes o chicas del país. Divertido, sólido, valiente para arrojar definiciones a las que otros no se animaban. Y honesto cuando se equivocaba y tenía que corregir una proyección o un pronóstico. Tuve el honor y el privilegio de compartir la presentación de su primer libro, Economía Descubierta, junto a dos personas que Tomi admiraba. Su profesor, el respetado economista José María Fanelli, y su amigo, el popular periodista Alejandro Fantino. Es que eso era Tomás. La universidad y el barrio. La complejidad y la simpleza para explicar lo complejo. Pero siempre todo a su medida.
Y tuve también el regalo de que Tomás viviera a presentar las Crónicas de un País Adolescente, el libro que publique en noviembre pasado. Llegó un rato más tarde porque venía de dar una charla en Beccar, pero enseguida se ganó a la platea de la Librería El Ateneo cuando se sentó a debatir con Graciela Fernández Meijide y Hernán Lombardi. Un mes antes había cumplido los 50 y pasaba por un momento de corazón caliente y felicidad a flor de piel. El sábado temprano, antes de postear la noticia que jamás hubiese querido publicar en cronista.com, una frase suya sobre el atraso cambiario del dólar era lo más leído de un sitio web que al rato se llenó de tristeza y de comentarios de amigos y de sus admiradores conmovidos.
En medio del inmenso dolor quedan su esposa, Carina Onorato, sostén emocional y partner de la vida y el trabajo. Y lo honrarán con el mandato de la sangre sus tres hijos a los que adoraba: Santiago, Lucía y el pequeño Fausto. Con ellos evaluó a fin de año la oferta que le había hecho Sergio Massa para lanzarse a la alternativa de una candidatura electoral en la Ciudad de Buenos Aires. Y aunque el desafío lo tentaba como muy pocas cosas, Bulat prefirió resguardar el tesoro familiar y esperar a alguna chance futura que lamentablemente no habrá. Lo preocupaba el impacto de las críticas que la política suele descargar ferozmente contra los que se atreven a la aventura del poder. Y se concentró en un año que lo encontraba en el pico de su popularidad tan bien ganada a través de la constancia y el profesionalismo.
Una buena prueba de ello fue su velatorio en el barrio de Palermo. Además de su familia, incluidos su padre, su madre y sus hermanos, allí estaban todos los que lo conocían bien y muchos de quienes sólo lo conocieron a través de sus charlas o simplemente de verlo en la tele o escucharlo en la radio. Doscientos mil seguidores en twitter y un millón de amigos, como solía decir él mismo. Economistas, periodistas, dirigentes políticos y decenas de sus alumnos en la universidad. De Margarita Stolbizer a Francisco De Narváez. De Patricia Bullrich a Gustavo Ferrari. De Alfonso Prat Gay a Ricardo Alfonsín. O de Nelson Castro a María José Lubertino. También Sergio Abrevaya, un amigo incondicional de Tomás, como Ricardo Delgado, Luis Novaresio, María O Donnell, Carlos Burgueño, Cecilia Luchia Puig, Agustín Dattellis o Matías Tombolini. Seguramente muchos más estarán hoy en Jardín de Paz, en Pilar, para el último saludo. El que nos dejará más estremecidos.
Bulat, el hombre de los mil proyectos, era el centro de todas las conversaciones que permitía la congoja. Y al compartir los últimos diálogos, varios de los que estábamos allí comprobamos que Tomás nos había llamado el viernes casi en cadena para contarnos los detalles de todas las iniciativas en las que estaba surfeando. Su voz en el teléfono sonaba llena de energía. Estaba entusiasmado con la propuesta de radio Continental para acompañar a Nelson Castro en la radio desde esta semana. Y mucho más con el viaje a EE.UU. y a Hawai que ya tenía planificado junto a Carina y los chicos para disfrutar a pleno en la segunda quincena de febrero. Después vendría otro año intenso y un universo de senderos laborales que su potencia abría sin cesar.
Pero quedate tranquilo Tomás. Te vamos a seguir leyendo, escuchándote o viéndote en youtube cada vez que te necesitemos. Nos quedamos con tu legado de honestidad, con tu talento y con tu mirada generosa sobre la Argentina y sobre todos nosotros. Te despedimos con la certeza tranquilizadora de que vas a permanecer en nuestra memoria. Y te digo algo más que debería haberte dicho en esa charla del viernes por la tarde. La del último viernes. Yo también te quiero mucho. Y te voy a extrañar como sólo se extraña a los buenos amigos que cada día entregan su corazón.
EL CRONISTA