Sobre mitos y verdades de la medicina casera

Sobre mitos y verdades de la medicina casera

Un increíble recorrido en el que figuran fascinantes historias de remedios y las drogas, incluyendo el clavo de olor para el dolor de muelas, el arte del tirado del cuerito, o los mil y un usos de la aspirina, por ejemplo como quitamanchas…

Pablo Neruda escribió: “Cuando no puedo mirar tu cara, miro tus pies”. Imaginen si esos pies tuvieran hongos, callos, ampollas… ¡Qué decepción para el poeta! Nuestros pies merecen un reconocimiento. Muchas veces sufren porque los descuidamos. Otras, por elegancia, van encaramados sobre un taco aguja de catorce centímetros, soportan nuestro peso sin quejarse, o nos llevan de aquí para allá corriendo el colectivo (o bus), saltando charcos o jugando al fútbol. Por eso son los primeros en nuestro recorrido corporal, a modo de reivindicación y de merecido homenaje. Las manos vienen de “bonus”, atendiendo a que, en el ser humano, los pies y las manos son partes del cuerpo muy parecidas y, a la vez, bastante diferentes.

AMPOLLAS. Las ampollas, esas bolsitas de piel llenas de líquido que tanto dolor nos causan, pueden formarse por varias razones. Una de ellas es el rozamiento y la fricción excesiva con alguna superficie, que generalmente es el interior de ese zapato maravilloso, que encima estaba de oferta, y que en el momento en que nos lo probamos pensamos: “Ya se va a estirar”. Pero ¿por qué las ampollas suelen aparecer en las manos o en los pies y no en otros lugares del cuerpo?
Nuestra piel está constituida por distintas capas ubicadas una sobre la otra: la epidermis, la más externa, formada en más de un 90% por células llamadas queratinocitos; la dermis, que es unas 20 a 30 veces más gruesa que la epidermis, y el tejido subcutáneo (o hipodermis), que es la capa más interna.
La epidermis está formada por cuatro estratos (córneo, granular, espinoso y basal), y en ocasiones puede tener un quinto estrato (lúcido). Tiene un espesor muy variable, que va desde un mínimo de 0,1 milímetros en los párpados, a un máximo de 1,5 en las palmas de las manos y en las plantas de los pies. Esto hace que el grosor de la piel no sea el mismo en todo el cuerpo: es más finita en algunos lugares y mucho más gruesa en otros.(3)
Las células que constituyen estas capas están conectadas entre sí formando un gran entramado. A veces esa conexión se rompe porque hay mucha fricción (fatiga mecánica) y así comienzan los problemas.
En general, cuando hay un roce continuo en la piel más fina, se produce un corte sangrante. Por ejemplo, debido la fricción con la ropa de fibras duras como el nailon, los maratonistas que no toman precauciones suelen sufrir cortes en los pezones. Sin embargo, cuando el roce ocurre en zonas donde la piel es más gruesa, como las plantas de los pies o las palmas de las manos, el corte puede no llegar a producirse. En su lugar, lo primero que aparece es un área de color rojo, que nos indica que ahí está ocurriendo el roce.
Si no le prestamos atención e insistimos en usar esos bellos aunque incómodos zapatos o en seguir practicando con la guitarra hasta que las velas no ardan (o los vecinos nos denuncien),
De los pies (y las manos)… la continua fricción hará que el entramado que une las células de las capas que forman la epidermis –en particular, las del estrato espinoso– se rompa y dichas células empiecen a separarse entre sí formando un huequito. Esto genera un cambio en la presión hidrostática y causa un incremento de la permeabilidad de los vasos sanguíneos, que comienzan a “filtrar” un líquido acuoso de color claro que llena el espacio entre las capas.
Este fluido contiene iones, lípidos y algunas proteínas; es parecido a la sangre, pero con la diferencia de que las únicas células que posee son los glóbulos blancos, que migran desde los capilares.
Los glóbulos rojos son demasiado grandes y no pueden atravesar las paredes de los vasos sanguíneos, aunque a veces, si el daño es mayor, directamente pueden formarse ampollas de sangre. Este líquido similar al plasma proporciona a la zona lesionada hidratación abundante, un buen ambiente para el proceso de regeneración de la piel y actúa como una amortiguación para proteger la zona lastimada mientras está sanándose. Así, carna-val carioca mediante, ya tenemos nuestra ampolla por fricción.

(3) El grosor de la piel varía considerablemente según la edad, el género, nuestro lugar de nacimiento y las diferentes regiones de la superficie corporal. Y sí, hay investigadores dedicados a este tipo de determinaciones, como pueden ver, por ejemplo, en “Skin thickness of Korean adults” (2002). En este trabajo se realizaron numerosas biopsias en diferentes regiones del cuerpo, en hombres y mujeres coreanas.

PÍLDORAS DE BOLSILLO. EL GIGANTE DE ILLINOIS. Robert Wadlow, el hombre más alto de la historia del que se tienen registros (2,72 metros), murió por culpa de una simple ampolla. Cuando tenía 22 años, uno de los aparatos ortopédicos que necesitaba para poder caminar porque sus huesos no eran capaces de sostenerlo le lastimó el tobillo, causándole una ampolla que se reventó. Debido a que, por su altura, no tenía mucha sensibilidad en las extremidades no se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde y tenía una infección generalizada.
Aunque los médicos hicieron todo lo posible, y hasta realizaron una transfusión, no pudieron salvarlo. Finalmente, murió mientras dormía, once días después de haberse lastimado. La banda norteamericana de música country The Handsome Family le dedicó una canción: The giant of Illinois / died from a blister on his toe / after walking all day through the first winter’s snow / throwing bits of stale bread to the last speckled doves. / He never even felt his shoe full of blood (4). Bello.

(4) “El gigante de Illinois / murió por una ampolla en el dedo del pie / después de caminar todo el día a través de la nieve del primer invierno / lanzando trozos de pan duro a las últimas palomas motea-das. / Ni siquiera sintió el zapato lleno de sangre”.

La manera de evitar las ampollas es bastante lógica y evidente: identificar la causa, intentar solucionarla y tomar las medidas necesarias para que no se repita nuestro sufrimiento. Para eso, es importante conocer aquellos factores capaces de generar más fuerzas de fricción y minimizarlos. Algunos de ellos son la humedad, la temperatura, las características de la piel y el material del objeto con el que se produce el roce.
La piel húmeda, por ejemplo, es un enemigo a combatir porque, al contrario de lo que podríamos suponer, produce fuerzas de fricción mayores que las de la piel muy seca o muy mojada. ¿Cómo es esto?
El roce continuo sobre la piel muy seca puede generar exfoliación de las células del estrato córneo. Estas células desprendidas proporcionan lubricación (se deslizan unas sobre otras) minimizando las fuerzas de fricción. Pero cuando la piel está húmeda, la tensión superficial impide el movimiento de las células escamosas porque las mantiene “adheridas” a la planta del pie. Esto hace que las fuerzas por rozamiento aumenten y, consecuente-mente, se favorezca la formación de ampollas.
Por otro lado, cuando la piel está muy mojada, la lubricación es de tipo hidrodinámica: se forma un “colchón” de agua que separa las dos superficies. En la piel húmeda, esta capa no es suficiente como para minimizar la fricción. La lógica nos indicaría, entonces, que para reducir la incidencia de ampollas tendríamos que disminuir, en lo posible, la humedad del pie. En este sentido, los estudios son contradictorios. Algunos señalan que los antitranspirantes son efectivos para la prevención siempre y cuando no contengan emolientes, pero que, al mismo tiempo, generan mayor dermatitis. En cambio, otros no encuentran efectos significativos en la reducción de ampollas, pero sí en la reducción de dermatitis. (5)

5- Pensar que detrás de algo tan simple hay toneladas de papeles y litros de tinta… Bueno, quizá sea un poco exagerado, pero seguro que al menos existen dos estudios en donde se analiza la influencia de los antitranspirantes en la prevención de ampollas: “Influence of an antiperspirant on foot blister incidence during cross country hiking” (1998) y “Effects of an antiperspirant with emollients on foot sweat accumulation and blister formation while walking in the heat” (1995).

TALCO EFECTIVIDAD. Limitada. “Un poquito de talco ayuda para que el pie resbale” podría ser un consejo coherente a la hora de evitar las ampollas. He aquí un detalle sorprendente: el famoso y bien amado talco, del que tendemos a pensar que colabora con el objetivo de prevención de ampollas porque absorbe la humedad, es, en realidad, un arma de doble filo.
Mientras está seco, efectivamente reduce las fuerzas de fricción; pero en cuanto empezamos a transpirar y se humedece las aumenta y, encima, se empiezan a formar pelotitas de “engrudo” que terminan siendo más abrasivas. (6)

(6) Por supuesto, hay estudios al respecto, como “The skin surface and friction” (1955) y “The skin and friction: deviations from amontons’ laws and the effect of hydration and lubrication” (1971). Al parecer el talco reduce ligeramente la fricción, pero la aumenta cuando se humedece.

A la hora de ir al cajón de las medias, ¡atención! Exhaustivos análisis muestran que las que están hechas de poliéster o fibras acrílicas reducen la incidencia de ampollas, mucho más que las medias de algodón. Las de nailon son muy útiles cuando el pun-to de fricción problemático se sitúa entre el zapato y la media. Incluso hay investigadores que aseguran que lo mejor es usar doble media (no apto para un día de verano a las tres de la tarde, a menos que consulten el apartado “Mal olor”).
Varios estudios sugieren que, para reducir la aparición de ampollas en zonas muy expuestas como los pies y las manos cuando se realizan tareas repetitivas –como tocar la guitarra, usar un destornillador, marchar o correr maratones–, la solución es exponer la piel a fuerzas de fricción repetidas, que sean insuficientes para causar la ampolla pero capaces de generar el famoso callo (al cual nos dedicaremos en unas líneas más).(7)

(7) Y como muestra, tenemos un estudio en hámsters (“The effect of chronic frictional stimulation on hamster cheek pouch epithelium”, 1973) y ¡uno en marineros! (“A friction blister prevention study in a population of Marines”, 1981.) ¿Pueden imaginarse frotando al pobre hámster para generarle un callo? ¿Y al marinero? No se asusten, con los hámsters usaron un cepillo rotatorio.
La gran pregunta que resta responder es: ¿Qué hacemos con las ampollas una vez que aparecieron? ¿Pinchar o no pinchar?, esa es la cuestión.

No existe consenso acerca de si una ampolla por fricción debe o no pincharse para drenar el líquido porque tampoco hay demasiados trabajos científicos al respecto. Distinto es el caso de las ampollas por quemaduras, que sí está más estudiado y además cuenta con guías de las distintas unidades de quemados del mundo. En general se trata de situaciones más graves, con grandes porciones del cuerpo afectadas. También es diferente el caso de las ampollas por presión, que se observan cuando un paciente tiene que estar mucho tiempo en cama, y aquí cada médico tiene su postura y argumentos para defenderla, dependiendo de su tamaño, localización y aspecto (de la ampolla, no del médico). Si es pequeña, generalmente no requiere mayor intervención. Sólo se protegerá la zona afectada con algún apósito y la ampolla se irá secando y vaciando de líquido hasta su curación. ¿Para qué generar una herida abierta, susceptible de infecciones, donde no existía?
Sea cual fuere el caso, es fundamental comprobar en todo momento que el líquido no sea amarillento o blanco, porque eso indicaría la presencia de una infección, que deberá ser tratada por un médico. También es muy importante no retirar la capa superior de piel (por muy tentador que sea), ya que sirve de protección frente a otras lesiones o infecciones. Y, por supuesto, si las ampollas salen sin ninguna razón aparente, no dejen de consultar con el médico.

LA ABUELA DICE:
No te arranques la pielcita de la ampolla porque se te puede infectar. No obstante, muchos deportistas, frente a la necesidad de seguir entrenando y para reducir el dolor cuando la ampolla está en la planta de los pies o es muy grande, deciden vaciarla de líquido haciendo una punción con una aguja esterilizada. Algunos incluso enhebran hilo en la aguja y pasan el hilo por la ampolla para que este absorba el fluido.
(…)
TIEMPO ARGENTINO