Relatos de náufragos y otras criaturas en altamar

Relatos de náufragos y otras criaturas en altamar

Por Loreley Gaffoglio
Carlos Páez Vilaró contaba que durante los 72 días en que lo buscó, a caballo, en mula o a pie, a solas en la vasta precordillera, jamás dudó que su hijo estaba vivo. La búsqueda de sobrevivientes por la tragedia de los Andes había culminado al octavo día, tras veintinueve rastrillajes infructuosos. Ese saldo imponía una cuota de realismo y sentido común. Sólo la obstinación -la certeza de un padre- lo desafiaban. Páez Vilaró no claudicó: patrulló aldeas y parajes trasandinos y, a cada paso, el rostro de su hijo se encarnaba en otros jóvenes. Corría a abrazarlos, pero ninguno de ellos era Carlitos.
Christian Valls buscó a su hijo Pablo, náufrago en el Río de la Plata, durante más de una década. En riberas uruguayas, en hospicios y caseríos cercanos a la bahía de Santa Lucía, donde su embarcación zozobró, buscó en vano dar con su paradero. En 1973, el casco del yate tripulado por dos británicos fue impactado por una ballena en el Pacífico; lograron sobrevivir 117 días en altamar en un bote de goma. En 1989, en Oceanía, cuatro neozelandeses estuvieron 119 días a la deriva sobre los restos de su trimarán semi-hundido.
La desaparición en aguas brasileñas del Tunante II, tripulado por argentinos, reavivó el misterio de rodea a los naufragios. Suspendida la búsqueda oficial, Giovanna Benozzi y Luana Morales, hijas de dos de los tripulantes, emprendieron por tierra la travesía que hicieron sus padres, deteniéndose en los puertos donde amarró el velero. Las anima una convicción: están con vida y a la deriva.
En el océano del escepticismo, la esperanza. El milagro que impugne la estadística. Pero, ¿quién cree hoy en milagros? ¿Existen en un mundo donde la razón, que todo lo explica, tiende a desestimarlos? ¿Qué separa la realidad de la ilusión? Quizás el amor filial, para otros intangible.
La historia jamás escrita de los naufragios está plagada de hechos inverosímiles. El caso de Poon Lim es excepcional. Al marinero chino nadie lo buscó jamás en altamar. En la tapa de The New York Times del 23 de noviembre de 1942 se lee que un submarino alemán torpedeó al vapor Ben Lomond, de la marina mercante británica, a unas 750 millas de la costa. El buque se hundió en apenas dos minutos. Antes de que explotaran las calderas, Lim logró arrojarse por la borda con un salvavidas. No sabía nadar. Flotó varias horas en altamar. Halló una balsa de madera vacía, provista con una lata de galletas, un bidón de cuarenta litros de agua y una linterna. No encontró rastros de ninguno de los 53 tripulantes. Navegó a la deriva y anotó cada día de su supervivencia con nudos en un cabo. Cuando las provisiones se agotaron recurrió a la pesca y juntó agua de lluvia ahuecando su chaleco salvavidas. Extrajo un cable de la linterna y lo convirtió en anzuelo. Lo colocó en el extremo de un cabo, el mismo que utilizaba para amarrarse cuando lo asolaban las tempestades. Cuando quiso capturar peces más grandes, sacó un clavo de uno de los tablones de madera y lo trasformó en anzuelo. Usó el filo de la lata vacía de galletas como cuchillo para abrir los peces, los secó al sol y los comió. Cuando el agua de lluvia escaseaba, con los restos de pescado como cebo cazó aves marinas y bebió su sangre para aplacar la sed. Una vez, le contó él mismo al Times, un tiburón picó en su enorme anzuelo de hierro. Se protegió ambas manos con pedazos de la lona del bote y logró subirlo a cubierta. Sobre la balsa inestable, castigada por el viento y las lluvias, luchó contra el escualo. Consiguió doblegarlo, le cortó las aletas y las disecó al sol. Los restos del pescado que arrojó por la borda atrajeron a los pájaros. Fue entonces cuando un carguero lo divisó. Pero por ser chino -se quejó Lim- sus tripulantes le negaron asistencia. Poco después lo encontró un avión de la marina norteamericana. Le arrojaron una boya para marcar su posición. Pero una tormenta la hundió.
El 5 de abril de 1943 el náufrago percibió que el azul profundo del oceano había mutado a un turquesa más propio de aguas cálidas. Intuyó que se acercaba a un área costera. Tres pescadores lo rescataron y trasladaron a Belén. Poon Lim había perdido un tercio de su peso y no podía caminar. Había sobrevivido 133 días en altamar. Su historia está consignada en los anales de la navegación. Es el náufrago que logró sobrevivir más tiempo en una balsa en altamar. Su método ha sido incluido en los protocolos de los manuales de supervivencia. Fue condecorado con la medalla de la Orden del Imperio Británico.
Buscadores de náufragos, escépticos o fatalmente esperanzados, al fin sucumben ante una evidencia: los milagros, con sus infinitos misterios, siguen desafiando a la razón.
LA NACION

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