03 Feb La salud mundial mejora, a pesar de la desigualdad
Por Martin Wolf
La esperanza de vida más alta registrada en mujeres de todo el mundo ha aumentado un año cada cuatro años desde 1840. Este avance inexorable de la longevidad es, sin duda, el más importante de todos los cambios en la vida humana en los últimos dos siglos.
Estos avances en salud también son ampliamente compartidos: “India tiene hoy una esperanza de vida superior a Escocia en 1945 – a pesar de tener un ingreso per cápita que Gran Bretaña había alcanzado ya en 1860”. Esta observación viene de un libro maravilloso, The Great Escape: Health, Wealth, and the Origins of Inequality (El Gran Escape: Salud, Riqueza y los Orígenes de la Desigualdad), de Angus Deaton de la Universidad de Princeton, publicado el año pasado, que documenta la revolución en la salud y la riqueza desde principios del siglo XIX. De las dos, la primera es la más importante. ¿Quién no renunciaría a muchas comodidades materiales si, a cambio, pudiera evitar la agonía de ver morir a sus hijos o disfrutar de la compañía de sus seres queridos en la vejez?
Pero ninguna bendición viene sin inconvenientes. La supervivencia prolongada “sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada” no debería ser ni envidiada ni deseada. Sin embargo, la revolución de la salud sigue siendo una bendición. Como señala el Profesor Deaton: “De todas las cosas que hacen la vida digna de ser vivida, más años de vida es, sin duda, una de las más preciosas”. Incluso podría considerarse que alguien cuyo nivel de vida es dos veces más alto y espera vivir el doble de tiempo que otra persona se encuentra cuatro veces mejor.
Entonces, ¿qué ha sucedido?
Comencemos con las tasas de mortalidad (defunciones por cada mil habitantes) a través del tiempo en tres de los países de altos ingresos de la actualidad: Suecia en 1751; EE.UU. en 1933; y los Países Bajos y EE.UU. en 2000. En 1751 la tasa de mortalidad de los recién nacidos suecos era de más de 160 por cada mil personas. Era de más de 40 por cada mil en EE.UU. en 1933. En el año 2000, se encontraba por debajo de 10 por cada mil. En edades mayores, las tasas de mortalidad se han vuelto sistemáticamente inferiores a través del tiempo, siendo las más bajas de todas las de los niños de edades cercanas a los 10 años. Hoy vemos un aumento de las tasas de mortalidad en la adolescencia, en gran parte debido al comportamiento riesgoso de los hombres jóvenes. Después de estabilizarse a finales de los 20 y principios de los 30 años, las tasas de mortalidad aumentan, pero no llegan a 10 por cada mil antes de los 60 años. Las tasas de mortalidad de EE.UU. son más altas que las de los Países Bajos, excepto la de mayores de 80 años. Ahí es donde EE.UU. concentra sus recursos.
En 1850 la esperanza de vida era de 40 años en Inglaterra y Gales. Hoy en día es de casi 80 años. En el caso de Italia ha aumentado desde 30 años en 1875 hasta por encima del nivel inglés en nuestros días. Los efectos de la epidemia de gripe española de 1918 fueron devastadores y resultaron en cifras muy bajas de expectativa de vida. Esto se explica por cómo se calcula la esperanza de vida: se asume que los riesgos de morir a una edad en particular se determinan a partir de las edades de muerte de la población en un año específico. En 1918 una gran proporción de jóvenes murió en la epidemia.
Esto redujo la esperanza de vida drásticamente. Pero los nacidos en 1918 tuvieron vidas mucho más largas de lo que las cifras sugieren. Del mismo modo, una pequeña proporción de la población inglesa y galesa en realidad murió a los 40 años en 1850. En cambio, muchos murieron de bebés y muchos vivieron hasta más de 60 años. Cuarenta era solamente la edad promedio de muerte. Por último, señala el Profesor Deaton: “Salvar las vidas de los niños tiene un efecto mayor sobre la esperanza de vida que salvar la vida de los ancianos”. Por lo tanto, mientras la muerte “envejece”, el aumento de la esperanza de vida se hace más lento.
La revolución de la salud se ha extendido por todo el mundo desde mediados del siglo XX – de manera espectacular en Asia Oriental; de menor manera, por desgracia, en África subsahariana, en parte a causa del VIH/SIDA. Un elemento muy importante ha sido la gran disminución de la mortalidad infantil. Según el sitio web Gapminder, la mortalidad entre los niños en India menores de cinco años se redujo de 267 por cada mil en 1950 a 56 en 2012. Durante el mismo período se redujo de 317 a 14 en China. Estas mejorías se produjeron en niveles de ingreso mucho más bajos que en el caso de los países de altos ingresos de hoy. Esto es en parte debido al mayor conocimiento (rehidratación oral, por ejemplo), en parte debido a la tecnología médica (vacunación, por ejemplo) y en parte a los servicios públicos (agua potable y saneamiento, por ejemplo).
Por desgracia, las mejoras no han sido completas. En Angola la tasa de mortalidad de menores de cinco años es de 164 por cada mil. En Nigeria es de 124. Sin embargo, éstos son países relativamente ricos. En general, existe un vínculo entre la prosperidad y la salud. Sin embargo, una mayor prosperidad no es una condición ni necesaria ni suficiente para mejorar los resultados en materia de salud. Solamente facilita el bienestar.
La revolución de la salud no es sólo un bien. Tiene consecuencias beneficiosas, de las cuales, la más importante es la transformación de la vida de las mujeres. Al disminuir la mortalidad infantil, también disminuye la fertilidad: se necesitan menos nacimientos para alcanzar cierto tamaño de la familia. Esto es independiente de la religión: en Irán, país musulmán, por ejemplo, el número de hijos por mujer se redujo de 6.5 en 1980 a 1.9 en 2012; del mismo modo, en Brasil, país católico, se redujo de 6.2 en 1960 a 1.8 en 2012. Como las mujeres viven más tiempo y tienen menos hijos, pueden invertir más en cada niño y hacer sus propias carreras profesionales. De esta forma, la revolución de la salud sustenta otra de las revoluciones de nuestro tiempo: el cambio en el papel de la mujer.
¿Qué ha impulsado las mejoras en la salud, sobre todo en la mediana edad? Un factor es la disminución del tabaquismo. Otro es un mejor tratamiento de las enfermedades cardíacas. Incluso el cáncer está sucumbiendo al tratamiento. Cada vez más, en los países de altos ingresos, las enfermedades restantes son las asociadas a la edad avanzada, incluida la demencia. Pero en la mayoría de los países en desarrollo los viejos padecimientos persisten, incluyendo la falta de saneamiento, el agua contaminada y la malaria.
Sin embargo, a pesar de todo lo que queda por hacer, y toda la desigualdad en los servicios de salud en el mundo, es importante tener en cuenta la gran – y cada vez más ampliamente compartida – mejora en materia de salud. Una creciente proporción de la humanidad tiene una buena oportunidad de vivir de forma saludable hasta alcanzar lo que tradicionalmente se ha considerado como la vejez. Una proporción creciente de niños está alcanzando la madurez. No podemos escapar de la muerte. Pero sí nos podemos mantener alejados de ella por más tiempo. Eso hay que celebrarlo.
EL CRONISTA