La nena que le abría la puerta a Eichmann

La nena que le abría la puerta a Eichmann

Por Hinde Pomeraniec
Ella le abría la puerta todos los domingos, ya era habitual. El hombre de abrigo y sombrero negro llegaba por la tarde y se encerraba con su papá durante horas; ella los escuchaba hablar; en realidad, escuchaba a su padre hacer preguntas y a ese otro hombre responder. Que su padre preguntara era natural: era periodista. Saskia Sassen, la más influyente teórica de la globalización, intelectual de izquierda reconocida en todo el mundo y autora de libros como La ciudad global, nació en Holanda y vivió gran parte de su infancia en Buenos Aires. Su padre, Willem Sassen, era un periodista y actor de origen holandés, sí, pero también se había alistado voluntariamente con las SS durante la invasión a la URSS, en la llamada Compañía de Propaganda. El hombre vestido de negro a quien entrevistaba todos los domingos cuando ella tenía unos diez años y a quien Saskia le abría la puerta era Adolf Eichmann, el inventariador del nazismo.
En la casa de los Sassen en Florida se reunían además miembros del círculo nazi local, entre ellos integrantes de las SS que habían encontrado refugio en la Argentina y que algunas veces se juntaban con Eichmann. Las visitas del responsable de la logística de la muerte en los campos de concentración siguieron hasta su secuestro por parte del Mossad israelí, en 1960, lo que derivó en el célebre juicio y su posterior ejecución en 1962. Por entonces, Sassen -quien fue sospechado de traicionar a Eichmann, aunque nunca pudo ser probado- vendió a la revista Life parte de sus grabaciones. No mencionó su relación personal: dijo que una vez lo había encontrado de casualidad en un bar. El nombre de Sassen apareció en el famoso libro de Hannah Arendt Eichmann en Jerusalén (1963), que narra el juicio y en el cual la filósofa acuñó su clásico concepto de “banalidad del mal”. Para Arendt, Eichmann, responsable de la solución final, fue un eslabón de la cadena asesina, un burócrata esclavo de la obediencia debida.
Sin embargo, otra filósofa llegó para contradecir a Arendt. En su ensayo Eichmann before Jerusalem, Bettina Stragneth explora la etapa argentina del genocida y pone el foco en las grabaciones de Sassen (muerto en 2001), a quien describe como “corresponsal de guerra, novelista, actor y bon vivant”. En una de esas cintas es donde Eichmann pronuncia frases como ésta: “Si de los 10,3 millones de judíos hubiéramos matado a 10,3 millones, me sentiría satisfecho y podría decir: «Dios, hemos destruido al enemigo»”. Quien habla no parece un operario desangelado, sino un perfecto asesino. Un asesino frío y calculador, alejado de toda forma del arrepentimiento.
Hace unos días, el prestigioso sitio estadounidense www.chroniclecareers.com publicó una nota titulada “El capítulo perdido de Saskia Sassen”. El periodista Marc Parry visitó a Saskia Sassen (67) en su departamento de Nueva York y conversaron sobre este punto de su vida, que, aunque no es negado por ella, suele ser tratado de manera particular. Explico mejor: el asunto -su infancia, su padre, el nazismo- no aparece en sus escritos más biográficos y suele negarse a tratarlo en simultáneo con cuestiones vinculadas a sus libros, aunque sí ha participado en algunos documentales y ha dado testimonio como hija del propagandista del nacionalsocialismo. A diferencia de lo que señala el título de la nota, no parece que se trate de un capítulo perdido de su vida, sino más bien de una separación voluntaria, una manera de compartimentar su vida y de lidiar con semejante conflicto. Como si dijera “Sí, soy hija de un nazi y también soy una intelectual de izquierda. Puedo ser ambas cosas”.
Para Saskia, quien no niega la fascinación de Willem por las ideas de Hitler, lo prioritario en su padre era ganar dinero y subsistir. Fue un fanático alineado con los nazis, pero fue básicamente un amante del periodismo y del teatro, recuerda, y los “ridículos textos” que escribía como vocero del círculo local de nazis eran un modo de “tener un ingreso”. En casa desde temprano hubo enormes diferencias: “Éramos como dos pequeños titanes teniendo un montón de debates políticos (…) Estábamos completamente en desacuerdo”, dijo la mujer, que a los 12 años se proclamó comunista y que en cuanto pudo se fue a estudiar al extranjero.
Es delicado tener que defender a las personas que amamos de cosas horribles. El amor no necesariamente va de la mano con la honorabilidad ni con la decencia. En la Argentina lo vivimos con claridad cada vez que escuchamos a hijos apropiados durante la dictadura decir que, aunque condenan a sus padres adoptivos y no pueden perdonarles lo que les hicieron, no por eso dejan de amarlos. A los padres no se los elige: todos podemos ser hijos de un canalla o de un asesino. No puede haber sido fácil para Saskia, una persona preocupada por los efectos económicos en el mundo real, una mujer que puso siempre el foco en los migrantes, los desplazados y los desfavorecidos, llevar esta tremenda mochila en su espalda.
LA NACION