En busca de los secretos del primer momento Eureka

En busca de los secretos del primer momento Eureka

Por Sebastián Campanario
Los estudiosos de la historia de las ideas suelen referirse a las instancias de descubrimientos, esos instantes mágicos en que llega la inspiración y surgen ocurrencias nuevas, como momentos Eureka, en alusión a la famosa exclamación del matemático griego Arquímedes cuando resolvió un problema en la bañera y, de la emoción, salió corriendo por las calles desnudo gritando esa palabra, según cuenta la leyenda. Una de las aristas más increíbles de la investigación que desde hace más de cinco años viene desarrollando el filósofo argentino Christián Carman es que debe lidiar con los vericuetos de un momento Eureka, pero en este caso literal: su objeto de estudio es, justamente, un artefacto de la Grecia antigua tan excepcional que, para muchos académicos, sólo pudo haber sido construido por alguien tan brillante como Arquímedes.
“Si tuviera que apostar, diría que fue él, aunque probablemente nunca lo sepamos con exactitud”, cuenta Christián Carman.
El mecanismo de Anticitera -el protagonista de esta saga- es un conjunto de engranajes de bronce muy sofisticado, construido hace 2200 años, que permite predecir eventos astronómicos -como los eclipses o las fases lunares- y hasta las fechas de los Juegos Olímpicos con una enorme exactitud: su error estimado es de 0,0002 por año. Aunque no es programable en un sentido moderno, muchos lo consideran la primera computadora analógica. El relato de cómo Carman, un investigador de la Universidad de Quilmes y becario del Conicet, consiguió en forma reciente resolver uno de sus misterios más elusivos -su fecha exacta de construcción- tiene los ingredientes de todas las buenas historias de surgimiento de ideas: trabajo en equipo y colaboración, constancia, algo de suerte, noches de insomnio, pensamiento lateral, interdisciplinariedad, ayuda de nuevas tecnologías, erudición y mucha, pero mucha pasión.
El aparato fue descubierto en 1901, rescatado de un naufragio de un navío griego ocurrido entre los años 85 y 60 antes de Cristo, cerca de Creta, frente a la pequeña isla de Anticitera. Lo hallaron buceadores griegos que buscaban corales en el Mediterráneo.
Es tal vez el más emblemáticos de los denominados Ooparts (Artefactos fuera de tiempo, en sus siglas en inglés), objetos hallados en excavaciones arqueológicas o paleontológicas que denotan un conocimiento y un uso de tecnología muy adelantados para su época, como los cráneos de cristal de roca de las civilizaciones mexicanas antiguas o las pilas de Bagdad, del siglo III a.C., que hace que haya quienes piensan que la electricidad ya existía en la antigüedad. Recién en el Renacimiento, unos 1300 años después de la calculadora griega, la astronomía llegó a un estado del arte similar al del mecanismo de Anticitera.

REALISMO CIENTÍFICO
Carman estudió Filosofía en la UCA y se especializó en una rama de realismo científico. Cinco años atrás se ganó una beca Fulbright y aplicó para ir a estudiar a Estados Unidos con James Evans, una autoridad en esa materia. Evans lo aceptó para trabajar en conjunto en su casa frente a la bahía de Seattle, pero con una condición: debían estudiar el mecanismo de Anticitera, porque al académico norteamericano le habían pedido una conferencia sobre ese tema.
Carman casi no había oído hablar del aparato, pero aceptó gustoso la propuesta y armó las valijas. “Siempre, desde chico, fui un apasionado por la astronomía. Me acuerdo cuando pasó el cometa Halley, en 1986, yo tenía 13 años, y mi papá nos llevó a verlo a la plaza de ATC. Esa tarde me había comprado el primer número de la Muy Interesante, que venía con un librito sobre el cometa. Desde ese momento no dejé de leer sobre física y astronomía”, cuenta a la nacion.
El mecanismo de Anticitera está en el Museo de Atenas y no se puede tocar, pero Evans y el investigador de la Universidad de Quilmes trabajaron sobre tomografías tridimensionales que les fueron facilitadas por el equipo de Tony Freeth, uno de los más famosos estudiosos y documentalistas sobre este terreno. “Sacaron diez por milímetro; luego esas tomografías, metidas en un software, te permiten ver en 3D los fragmentos”, explica.
“Es un objeto mágico, del cual todos lo que lo indagan se enamoran”, cuenta Carman. Sus conocimientos de griego antiguo, que había aprendido en la UCA y que nunca sospechó que le servirían para un fin práctico, de golpe se convirtieron en una luz de ventaja sobre otros equipos multidisciplinarios que perseguían las mismas respuestas, en una carrera contrarreloj. En este pequeño mundo de enamorados de los engranajes milenarios hay arqueólogos, historiadores, filósofos, expertos en tecnología y astrónomos, entre otras disciplinas.
Aunque Cicerón describe en sus escritos un mecanismo muy similar al de Anticitera y se lo atribuye a Arquímedes, durante siglos los historiadores de la ciencia lo consideraron una fabulación. El matemático murió, asesinado por un soldado romano, en el año 212 a.C., mucho antes del naufragio. La técnica de carbono 14 sirve para datar cosas orgánicas, y los engranajes son de bronce, muy corroídos y lastimados por haber pasado más de dos mil años en el fondo del mar.
“Ahora dicen que está por salir una tablet sumergible, ¡esta fue la primera tablet sumergible!”, dijo Carman en su charla en TEDxRioDeLaPlata, en diciembre, en una de las disertaciones más aplaudidas del evento que se realizó en Tecnópolis.
“Christian es un gran contador de historias”, lo describe Florencia Polimeni, quien lo entrenó para esa disertación. Cuando estaba en la primaria dibujaba y hacía los guiones de un cómic, Super Salchicha, un superhéroe que se transformaba cuando comía panchos. Las tiras eran para consumo de sus familiares y de sus amigos del colegio, y entre sus fans estaba Facundo Arana, el actor.
En 2008, gracias a una tecnología desarrollada por científicos de la empresa Hewlett Packard para diseñar las sombras en películas de animación como Shrek, se revivieron letras del mecanismo que se consideraban perdidas, y apareció un dialecto de Corinto o Siracusa, donde vivía Arquímedes. Estudios posteriores determinaron que el aparato tenía más de 100 años cuando ocurrió el naufragio. Los nuevos descubrimientos acercaban más al dispositivo a la vida de Arquímedes.
Evans y Carman resolvieron aproximar la fecha según el calendario astronómico de la época. Uno de los miles de obstáculos que presentaba el enigma es que, cuando los eclipses se graficaban en un plano, varios no aparecían. Y no había un patrón que explicara cuáles habían sido dejados afuera. Luego de varias noches sin dormir y de hipótesis que terminaban en un callejón sin salida, los dos académicos estuvieron a un paso de darse por vencidos. Hasta que finalmente, en el sótano de Evans, Carman tuvo su momento Eureka: se le ocurrió duplicar el gráfico de los eclipses en 360 grados y apareció, como por arte de magia, un patrón reconocible que abrió una caja de nuevas respuestas. Y permitió llegar a una fecha exacta de inicio del mecanismo: el 25 de junio del año 205 a.C., a las 15.35 hora local de Atenas. Una datación contemporánea a la vida de Arquímedes.
“Fue un cachetazo a la soberbia de muchos historiadores que durante largo tiempo descalificaron las palabras de Cicerón, porque no se correspondían con el curso de la ciencia que se había predeterminado. Creo que esto nos enseña a ser más humildes en este aspecto, que no tenemos que adaptar lo que vamos encontrando a nuestros preconceptos, sino ser más abiertos”, cuenta Carman. Esta enseñanza es algo fundamental para consolidar nuevos conocimientos.

INCÓGNITAS PENDIENTES
Claro que el misterio no se agota allí ni mucho menos. Aún no se sabe para qué se construyó el aparato: si para predecir eclipses o si tenía una utilidad astrológica. El investigador del Conicet prefiere pensar que se usaba en términos didácticos, para enseñar astronomía, una suerte de planetario de bolsillo.
Uno de sus proyectos para 2015 es replicar el mecanismo con impresión 3D, para que escuelas y museos puedan obtener copias exactas del objeto, y sus misterios se abran a la inquietud de la inteligencia colectiva. Lo está desarrollando junto a un amigo de la infancia, Marcelo Di Cocco, con quien coleccionaba revistas de ciencia y teorizaba sobre universos paralelos. La fábrica danesa de juguetes Lego ya hizo una copia de piezas de plástico, en el año 2010.
Hay un engranaje de 63 dientes que aún no encaja en el conjunto ni se sabe para qué sirve. Carman no deja de pensar en el tema, aun en estos días de vacaciones que se tomó en las sierras de Córdoba para descansar junto a su mujer y sus cuatro hijos, de 8, 6, 4 y 2 años, respectivamente. Alquiló la casa donde vive durante el año, en Bella Vista, para poder solventar el descanso.
Tal vez, dentro de unos meses, se concrete una misión exploratoria al sitio del naufragio que tiene programada el gobierno griego -la que estaba prevista para 2014 debió suspenderse por malas condiciones climáticas-, y surjan nuevas piezas y respuestas.
“Espero poder viajar, aunque mi mujer me dio una visa de tres semanas al año, para no dejar de ver tanto a los chicos”, se ríe Carman. Tal vez surja una nueva tecnología que ayude a profundizar el conocimiento. O tal vez, como pasó en el sótano de Seattle, ocurra un nuevo momento Eureka que ilumine uno de los misterios más apasionantes de la historia antigua.
LA NACION