03 Feb El cazador de escarabajos
Por Malva Marani
Aunque al abrir sus cajones ya no salgan más arañas despavoridas como cuando era un pequeño explorador y a pesar de que ahora deba compartir su gran pasión con su trabajo como ingeniero electrónico, la casa de Eduardo Carletti en Ituzaingó aún cobija su tesoro recolectado durante 55 años: su enorme y variada colección de insectos de la Argentina y el mundo, que contiene 4000 especies clasificadas de distintas partes del globo y miles más que aún no ha logrado catalogar.
En sus primeros veranos en Mar del Plata, cuando tenía apenas 8 años, los bolsillos de Carletti se llenaban de bichitos y piedritas, mientras los de su hermano Alejandro estaban colmados de huesos. “En los chicos es muy natural juntar esas cosas, y en el caso de los bichos, ya es un desafío animarse a agarrarlos –recuerda–. En Ituzaingó, el día después de una tormenta, encontrábamos todo tipo de insectos. Y hoy también lo sigo disfrutando: cuando voy a algún lugar con mucha naturaleza, no me gusta quedarme sentado en una reposera. Salgo a buscar. Y el desafío, siempre, es encontrar algo nuevo.”
Aunque su amplia colección cuenta con distintas clases de insectos, Carletti eligió especializarse en los coleópteros, escarabajos y todos aquellos a los que comúnmente denominamos “cascarudos”. No fue una elección improvisada: se trata del orden con el mayor número de especies, unas 35 mil, constituyendo casi el 25% de la variedad de animales conocidos y cerca del 40% de los insectos. La diversidad de los coleópteros –preexistentes a los dinosaurios– no para de crecer: frecuentemente se descubren nuevas especies y es posible hallarlos en prácticamente todos los hábitats, a excepción del mar y las regiones polares.
La recopilación de este experto traduce esos números y estadísticas en un verdadero sinfín de tamaños, formas, colores, texturas y brillos, que va desde los populares “toritos” –de color negro, comunes en las plazas– a los Chrysophora chrysochlora, verdaderas joyas vivientes de un intenso verde brillante. Son coleópteros también las entrañables luciérnagas y las vaquitas de San Antonio. Y existe una especie (los llamados “escarabajos bombarderos”) que enfrenta a sus enemigos utilizando una defensa química que produce pequeñas explosiones. Carletti explica que si bien algunos machos poseen cuernos y otros pinzas, su utilización en todos los casos es para luchar con su contrincante y atraer a la hembra: la reproducción, al fin de cuentas, es la meta fundamental de las especies de este orden, muchas de las cuales mueren inmediatamente después de asegurar su descendencia.
Uno de los ejemplares que más llama la atención en las vitrinas de la casa de Ituzaingó es el Titanus Giganteus del Amazonas, la especie más grande del mundo, que impresiona por su tamaño similar al de una mano: puede llegar a medir 16 centímetros. “Hay dos razones principales por las cuales existe tanta variedad: en primer lugar, se trata de insectos que comen de todo y que además ocupan todos los nichos ecológicos, pero además tienen caparazones duras que los vuelven mucho más resistentes y les permiten adaptarse a distintos ambientes”, analiza el apasionado recolector de 63 años.
Lo que más atrae a Carletti, que asegura tener una colección de cerca de 10 mil especies (entre las clasificadas y las que aún no ha logrado rotular), es el desafío de saber que siempre habrá, en algún lugar, ejemplares desconocidos y exóticos esperándolo. “Si de cada 1000 bichos, 150 son coleópteros, tenés mucho más para coleccionar y podés elegir siempre distintos. En definitiva, coleccionar es como llenar el álbum de figuritas: si no hubiera tantas y no existiera siempre una difícil, la aventura de juntarlas no sería tan emocionante.”