“Echar el guante, ni muy muy ni tan tan o vender humo, mucho humo”

“Echar el guante, ni muy muy ni tan tan o vender humo, mucho humo”

Por Ivana Romero
En su reciente libro Historias de letras, palabras y frases, Daniel Balmaceda desentraña el origen de distintas expresiones del habla cotidiana, como el significado de la frase “No hay tu tía”, la deformación que sufrió la expresión “Perdido como turco en la neblina” y el surgimiento de la palabra “aguante”. A través de un recorrido histórico, el autor desglosa en su libro –editado por Sudamericana– la trastienda de expresiones como “Hablando de Roma”, “Ni muy muy, ni tan tan”, “Naranjo en flor”, “Tole tole”, “Vender humo, mucho humo”, “La prensa amarilla” y “¿Qué gusto tiene la sal?”, entre otras.
“Hace algunos años lancé el libro Historia de las palabras y, aprovechando varias notas y algunas investigaciones que había escrito años atrás, decidí retomar el tema. En general, los términos con los que más me agrada trabajar son los que esconden la respuesta dentro de la palabra. Es decir, esas respuestas que están casi a la vista pero no solemos ver”, comentó Balmaceda durante una entrevista con la agencia Télam.
Y citó el ejemplo de la frase “Echar el guante”, que proviene del argot de la marina. Entre los trabajos duros de este rubro figuraba la sujeción de cabos que se empleaban, por ejemplo, para alzar las velas. “Esa actividad es riesgosa ya que la fricción de una soga puede lastimar seriamente. Para evitar problemas, los hombres debían cazar o soltar el velamen y para ello empleaban guantes de trabajo”, escribe el historiador, que también es periodista. “Esta es una palabra que se originó en las lenguas germanas, a partir de ‘want’ y del bajo alemán ‘wante’. En realidad, la usaban en sentido más amplio: cubierta o cobertura”, señala.
El autor explica que en la marinería, la acción de sostener con fuerza un cabo –una acción que se hacía con guantes– en español se conoció como “echar el guante”. Pero luego se transformó en “aguantar”. Los primeros en usar el verbo fueron los italianos, quienes decían “agguantare”.
El historiador –autor de Espadas y corazones (2004), Romances turbulentos de la historia argentina (2007) y Biografía no autorizada de 1910 (2010), entre otros– apunta que este es un libro para todas las edades, incluso para adolescentes que en tiempos de redes sociales han reconfigurado su lenguaje, a veces de una forma excesivamente económica e incluso crítpica. “La lengua se adapta a los tiempos y a las sociedades; si hoy tenemos un lenguaje muy directo y en muchos casos telegráfico, es producto del tiempo”, asegura. Y agrega: “Lo que pasa es que cuando encontrás una adaptación más amplia o colorida, notás una diferencia más grande que en otros tiempos; es decir, gran ventaja tienen aquellos que desean comunicar de una manera mucho más sólida y colorida que aquel que quiere expresarse con pocas palabras o abreviaturas”, remata.
Otro de los ejemplos que brinda Balmaceda es la frase: “Perdido como turco en la neblina”, que en realidad era “Perdido como ‘tuco’ en la neblina”. El “tuco” o “tucu” (voz quechua) es una luciérnaga que habitaba en el norte argentino.”Cuando el vocabulario fue bajando y llegó a Córdoba no se le encontró sentido y fue virando hasta que llegó a cambiar la palabra ‘tuco’ por ‘turco’ y se inventaron historias de turcos que salían a vender por los caminos y se perdían si había neblina”, apunta el historiador.
El origen de la frase “no hay tutía que valga” surgió en la Edad Media cuando se utilizaba un remedio que se llamaba “atutía” compuesto de sales de óxido de zinc que era un buen cicatrizante y que era efectivo en tiempos en que las batallas estaban a la orden del día. Pero cuando las heridas del paciente eran graves, y la posibilidad de amputación o muerte estaban cerca se decía “no hay atutía que valga”. Con el correr del tiempo esa palabra fue perdiendo vigencia y hoy se escucha “No hay tutía que valga”. “Hasta tiene sentido porque pareciera que estamos diciendo: ‘Acá no te salva ni tu tía.’ Pero esas buenas compinches que tenemos todos los sobrinos no tienen nada que ver con esta expresión”, comenta Balmaceda.
Un capítulo especial para cerrar su Historia… Una sonrisa es el origen de la frase que popularizó Carlitos Balá: “¿Qué gusto tiene la sal?”, que surgió durante un verano en Mar del Plata cuando el cómico se topó con un chico que se le acercaba caminando por la arena. Balá le comentó “¡Qué lindo que está el mar!” El chico se hizo el desentendido. Entonces Balá insistió “¡El mar! ¿Qué gusto tendrá el mar?” El nene tampoco mostró reacción. El cómico no se dio por vencido y dijo: “El mar tiene gusto a sal. Pero, ¿qué gusto tendrá la sal?” Ahí el chico reaccionó. Lo miró y le respondió: “¡Pero, Carlitos, ¿qué gusto va a tener la sal? ¡Salada!” A Balá le causó tanta gracia la ocurrencia que decidió incorporarla a la nómina de sus frases célebres.
TIEMPO ARGENTINO