Dios no ha muerto

Dios no ha muerto

Por Iván Petrella
Grandes pensadores como Nietzsche, Freud, Marx y Weber suponían que el destino de la religión era desaparecer o volverse irrelevante. Sus obras contribuyeron a desarrollar y consolidar la tesis de la secularización que planteaba que, cuanto más madura fuera una sociedad, menos religiosa iba a ser. Así, para comienzos del siglo XX, el futuro de la religión parecía ser el de quedar encerrada en el ámbito puramente privado y alejada de la discusión pública. Nietzsche lo supo expresar en pocas palabras: Dios había muerto.
Sin embargo, el mundo nos muestra que la religión está más viva que nunca. Los musulmanes nunca dejaron de peregrinar a la Meca y los hindúes aún se agolpan para purificarse en el Ganges. El protestantismo evangélico se expande como nunca antes y millones de filipinos esperan horas y horas para poder ver al papa Francisco. Un 84% de la población mundial dice pertenecer a alguna religión.
No se trata, además, de una religión limitada al ámbito privado, sino eminentemente pública. Esto está presente en la pretensión de los terroristas de matar en nombre de Dios, pero también en las palabras de presidentes, luchadores por la paz y activistas. Está presente, por ejemplo, cuando en cualquier discusión sobre homosexualidad, libertad de expresión o aborto aparece rápidamente la referencia a la Iglesia Católica o al islam. Nos guste o no, la vida cotidiana de millones y millones de personas se encuentra atravesada por una faceta religiosa.
El problema es que no estamos educados ni estamos educando para un mundo religioso. Se suele creer que la mayor parte de los musulmanes vive en Medio Oriente, pero la respuesta correcta es el sudeste asiático. Se habla de las enseñanzas de Jesús y de los fundamentos de la Iglesia Católica, pero casi nadie estudió con detenimiento los evangelios. Se hacen declaraciones acerca de Israel sin conocer la carga religiosa de la Tierra Prometida. Alguien puede sentirse estafado si al terminar su proceso educativo no leyó algunas páginas de Borges o Shakespeare. ¿No debería sentir lo mismo si no estudió el Corán o los evangelios? Ciertamente, nadie basa su vida en “El Aleph” o Hamlet, pero gran cantidad de gente sí lo hace en relación con textos que considera sagrados. En muchos planes de estudio se justifica la presencia de la asignatura Introducción a la filosofía señalando que la práctica filosófica es fundamental para comprender al ser humano y su historia. Sin embargo, en nuestra actividad diaria no nos cruzamos con un hegeliano o un platónico, pero sí con cristianos, judíos, musulmanes y, tal vez, budistas e hindúes.
La ignorancia que nos permitimos respecto de las religiones tiene como consecuencia mucho más que un déficit de cultura general: nos impide entender los puntos de vista de personas con las que compartimos nuestra vida cotidiana. ¿Estamos listos, acaso, para compartir educación, esparcimiento o trabajo con personas de distintos credos? En un mundo cada vez más globalizado que tiende a más y más diversidad sería esperable que nos preparáramos para comprender lo “diferente” y no para dejarlo en las sombras. Esta ignorancia, por otra parte, es particularmente peligrosa cuando se encarna en políticos y formadores de opinión, y constituye un enorme obstáculo para lidiar con el extremismo y la violencia.
Hay quienes se han dado cuenta de que los conflictos serían más fáciles de solucionar si comprendiéramos mejor esta faceta central del mundo en que vivimos. Madeleine Albright, ex canciller de Bill Clinton, publicó hace algunos años The Mighty and the Almighty, un libro que causó revuelo en ámbitos diplomáticos. Según Albright, la religión se ha convertido en un factor clave en muchos procesos internacionales y por eso un canciller, de la misma manera que tiene asesores en temas económicos o políticos, necesita tener cerca a personas especializadas en temas religiosos. La autora afirma que la estrategia de ignorar o separar los aspectos religiosos de la política internacional y, en particular, del conflicto de Medio Oriente ha fracasado. Para tratar con estos problemas, necesitamos reconocer en toda su dimensión la faceta religiosa.
¿Qué quiere decir “preparar el terreno religioso”? Hacer un trabajo teológico constructivo de interpretación y reinterpretación que tenga por finalidad cimentar cultural y religiosamente las soluciones políticas. En el caso de Medio Oriente, por ejemplo, podría tratarse de resaltar el enorme espacio en común que une al judaísmo y al islam, marcado por una larga historia conjunta, profetas y revelaciones compartidas, una visión de Dios y un mensaje de reconciliación. Si esto suena inocente, cabe recordar que hoy en día hablamos sin cuestionamientos de una civilización “judeocristiana”, cuando la historia compartida del cristianismo y del judaísmo fue por siglos una de persecuciones y masacres. La realidad es que la idea de una civilización compartida es relativamente nueva y apareció como respuesta al horror del Holocausto. Si se pudo construir un terreno en común para el cristianismo y el judaísmo, también se puede con el islam, pero sólo si nos disponemos a aprender a hablar el lenguaje religioso.
El atentado al semanario Charlie Hebdo también puede analizarse desde la perspectiva de la ignorancia. Se repite una y otra vez que la causa del ataque son las caricaturas de Mahoma, citando como hecho indubitable que, según el islam, la figura del profeta no puede representarse. Ésta, sin embargo, es tan sólo una de las posturas en un antiguo debate dentro de la religión islámica. No sólo la prohibición de imagen no surge del Corán, sino que las tradiciones artísticas sufí, shia y del sudeste asiático presentan muchas veces imágenes de Mahoma. Preparar el terreno religioso sería, por ejemplo, apelar a estas tradiciones para destacar que la interpretación que hacen los terroristas es errónea y no refleja un sentido religioso genuino. Al hacer lo contrario e identificar al islam con la posición extremista, terminamos dando pie para que el extremismo resulte reforzado.
Lo primero que tenemos que hacer en un mundo en el que la religión ocupa un lugar central es aprender más acerca de ella. Puede sonar extraño en medio de avances tecnológicos cada vez más deslumbrantes, afirmar que el futuro de la humanidad y la posibilidad de alcanzar una paz duradera se asocie con el futuro de la religión. Pero la realidad es que se trata de uno de los desafíos más grandes del siglo XXI. Debemos abandonar la idea de la mera tolerancia religiosa, distante y condescendiente, y adoptar una postura de humildad, apertura y voluntad de conocer. No tenemos demasiadas opciones: Dios no murió y, de hecho, parece bastante dispuesto a quedarse.
LA NACION