02 Jan Wwoofing: una nueva, y muy distinta, manera de viajar
Por Teresa Sofía Buscaglia
“Hace dos años, mi prima Terry me habló de una forma diferente de conocer un país, trabajando en establecimientos de agricultura orgánica en muchos lugares del mundo. Cuando me gradué en la universidad, entré en la página de Wwoof International y elegí la Argentina. Quería conocer América del Sur, amo la naturaleza y algún día quiero tener mi propio establecimiento en Connecticut, donde vivo, para dedicarme a la producción de miel. Aprendí muchísimo durante estos meses acá”, cuenta la norteamericana Lauren O’Neill, de 23 años, que viajó con una amiga y desde octubre recorre la Argentina, Uruguay y Chile siguiendo una ruta de granjas y chacras que las reciben como voluntarias.
Wwoof viene de World Wide Opportunities in Organic Farms (Oportunidades internacionales en granjas orgánicas), una organización internacional que abarca más de 100 países, y que invita a trabajar y vivir en establecimientos que desarrollen actividades sustentables: permacultura, construcción viva, alimentos orgánicos y un estilo de vida en armonía con el entorno natural que los rodea.
El intercambio es trabajo en la granja por casa y comida, no hay dinero de por medio. La idea nació en Londres, en 1971, cuando Sue Coppard, una secretaria, invitó a unos compañeros a una granja orgánica en las afueras de la ciudad. La pasaron tan bien que repitieron la experiencia y más personas quisieron participar. Armaron una organización que llamaron Working Weekends on Organic Farms (Trabajando los fines de semana en granjas orgánicas) y con el tiempo cambiaron su acrónimo al actual, que los identifica mejor.
La mayoría de los voluntarios son jóvenes, graduados universitarios, que quieren hacer una experiencia viajera diferente de la de los mochileros que paran en hostels y se mueven con paquetes turísticos diseñados para ellos. Los que lo eligen buscan conocer las culturas de las sociedades que visitan en forma más profunda, en una convivencia en la que se construyen lazos más sólidos y en donde el intercambio es más espiritual que monetario.
Nyasha Weinberg es británica, tiene 24 años y trabaja como empleada gubernamental en Londres. Quería visitar el país de Borges y Sabato, y aprender el español en contacto con la gente. Está muy comprometida con el estilo de vida sustentable y en Yporá, un establecimiento en la segunda sección de las islas del Delta, pudo aprender sobre construcción en adobe y agricultura orgánica.
“Como Wwoofer uno se queda por largos períodos y hay oportunidad para desarrollar relaciones humanas más profundas y duraderas. Los hostels generalmente están ubicados en el centro de grandes ciudades y no permiten conocer el país por dentro, como yo lo conocí. Estuve en una isla en el Delta, uno de los lugares más hermosos que haya visitado, y nunca lo hubiera encontrado si no hubiera sido por Wwoofing, ya que no está en la lista de las «10 cosas para hacer» que presentan las guías de turismo”, reflexiona.
En marzo retornará a Londres para seguir trabajando como maestra, pero desea volver a la Argentina cada dos años, visitar Yporá y ver cómo avanzan las obras que se realizan allá. Sueña con construir un lugar parecido en su país.
El sistema de Wwoofing funciona de manera muy simple: el voluntario accede a la página web de la organización, completa un formulario y paga anualmente una suma cercana a los 38 dólares para acceder a toda la información que cada país le ofrece para contactar a sus granjeros y agricultores asociados. Una vez que se pone en contacto con el que elige, acuerda libremente cuándo y cuánto tiempo establecerse y qué deberá llevar, así como las condiciones del lugar y las reglas de convivencia que tengan.
Los voluntarios deberán trabajar de 4 a 6 horas en el establecimiento a cambio de casa y comida. Andrew Strange es el Director de Wwoof Internacional, tiene una pequeña oficina en Nueva Zelanda y trabaja solamente con tres personas más. Es granjero orgánico, igual que su mujer, que fue criada en una chacra Wwoof. Ambos desean que todos conozcan el estilo de vida en lugares así. Él describe una relación de mucha libertad de acción entre las partes, lo que les permite alargar o acortar los tiempos de estadía. Pero no deja de remarcar que en caso de mala conducta les llega la denuncia por la página web y comienzan una investigación que puede llevar a la desvinculación de algunas de las partes. “Hay cerca de 11.000 granjas alrededor del mundo, la mayoría autosustentables. Algunas hacen mucho esfuerzo para sostenerse económicamente y este tipo de intercambio es muy bueno para ellas”, aclara. En el país no hay oficina, sólo se contactan por la página web y allí se establece la comunicación con los anfitriones.
El espíritu que une a todos los wwoofers entrevistados por LA NACION es el mismo: conocer la Argentina en profundidad, compartiendo con la gente su día a día, aprendiendo nuestro idioma y nuestra cultura. Hay 160 granjas y chacras desparramadas por todo el territorio e invitan a las más diversas experiencias. La Patagonia concentra la mayor cantidad de lugares, seguida por Mendoza, Salta y Buenos Aires. La pampa húmeda no deja de deslumbrar a aquellos que vienen con la mítica imagen de los infinitos amaneceres y atardeceres en llanuras sin fin, así como la sorpresa de encontrarse con uno de los deltas más bellos del planeta. Estas imágenes abundan de a miles en las redes sociales de todos los que quieren mostrarle al mundo estos paraísos que descubren viajando y que no están en las clásicas fotos de las agencias de turismo.
En Chascomús, provincia de Buenos Aires, Gabriel Logarzo, junto con su compañera y otros amigos más, construyó Apakacha (“la tierra de acá”), un espacio de formación holística, con cabañas de construcción natural y donde se dictan talleres de diferentes saberes y religiones. Tienen constantes visitas de wwoofers que vienen a aprender sobre huerta orgánica, cocina vegana y construcción viva. Muchos de ellos se han quedado más de lo planeado porque disfrutan de la cotidianeidad como una celebración diaria, cuyo momento más importante es el almuerzo y el intercambio de experiencias. La gente de la ciudad también se va acercando lentamente a esta nueva propuesta cultural.
“El pueblo de Chascomús nos recibió muy bien. La presencia de los wwoofers en la vida social de la comunidad es llamativa y enriquecedora. Ellos aprenden nuestro idioma y nosotros aprendemos lo que ellos nos vienen a mostrar. La actividad empieza temprano con yoga y meditación a las 7 AM, desayuno a las 8 y luego comienza el trabajo, coordinado semanalmente por alguno de nosotros, hasta las 13, cuando nos reunimos a almorzar. Luego de una siesta, trabajamos unas horas más y, luego, el descanso. No he tenido problemas jamás porque si hacemos las cosas desde la intención positiva, desde el amor, todo se va integrando”, describe Gabriel, que en este momento cuenta con 4 wwoofers: Luigi Galiazzo, de Italia, Bruno y Mónica Figueiredo, de Brasil, y Charlie Thäsler, de Alemania.
La filosofía Wwoof está claramente unida a una filosofía que se opone al consumismo, no sólo porque la base económica que lo sustenta es un trueque de trabajo físico y enriquecimiento espiritual, sino porque los lugares en los que los anfitriones los albergan están construidos con valores que defienden un estilo de vida sustentable, en el que la relación entre el hombre y la naturaleza sea de respeto y agradecimiento, no de utilitarismo y abuso.
El consumo de alimentos se realiza de acuerdo con su época de producción y la geografía del lugar. Su elaboración es en forma natural (la mayoría de los granjeros son vegetarianos, veganos o crudiveganos). Todo esto busca alejar lo tóxico de nuestra alimentación diaria y la idea es propagarlo para que se haga hábito en todos los que quieran aprender a alimentarse en forma más natural y sana.
“Creo que la gente de las ciudades tendría que estar más cerca del trabajo agrícola y no sólo conectarse con la naturaleza cuando está de vacaciones. Este tipo de experiencias tendrían que ser más frecuentes y deberían estar abiertas a cualquiera, debería haber más granjas en los suburbios de las ciudades y así la gente estaría mejor informada sobre el origen de sus alimentos. (De acuerdo con una investigación de la British Nutrition Foundation, del año 2013, el 30% de los niños británicos creen que el queso viene de las plantas.) Además, otra de las razones por las que los granjeros necesitan a los wwoofers es porque sus ingresos son muy malos y no pueden pagar empleados. Si el Wwoofing ayuda a que una mayor cantidad de gente entienda la importancia que tiene la agricultura orgánica para el mundo, es el camino para la sustentabilidad”, dijo el economista y profesor universitario inglés Raj Patel a LA NACION. El autor de Obesos y famélicos hizo un amplio estudio sobre la crisis alimentaria mundial y con mucha firmeza aconseja a todos que nos informemos sobre lo que consumimos así como de su proceso de producción.
César, Inés y Juan tienen diferentes proyectos, pero un mismo objetivo: llevar un estilo de vida familiar y comunitario, en contacto con la naturaleza y con los afectos. A su vez, abrir a los demás esos espacios que construyen, compartir experiencias y conocimientos, y ayudarse mutuamente.
Junto con amigos, César Rodríguez inició Teshuva hace 5 años, en Verónica, provincia de Buenos Aires. Recibe wwoofers todo el tiempo y con su ayuda va construyendo la casa donde vive él y también sus húespedes. Diariamente, también trabajan la huerta y preparan pan casero para vender en el pueblo. Ya pasaron por su establecimiento más de 25 wwoofers y hay lista de espera.
Diferente es el caso de Juan Laso, fundador de Las Tierras de Avalon, en Canning, provincia de Buenos Aires. Con una familia en “construcción” (cuatro niños que van de los 6 años al mes de vida), el espacio construido se va ampliando constantemente y la ayuda de los wwoofers es fundamental: ellos aprenden de agricultura y construcción, además de disfrutar de un intercambio cultural intenso, y él con su familia va avanzando con el proyecto comunitario, abierto a todo aquel que quiera acercarse.
Inés Lopez Crook, junto con su familia, construyó Yporá, en las islas del Delta, un lugar que lentamente servirá para encuentros, talleres, retiros y hospedaje con fines educativos. Uno de los muchos wwoofers que ya pasaron por allí es Cédric Allain, un francés de 23 años, que dejó su máster en finanzas en París para hacer un viaje lo más lejos posible de Francia.
Había conocido el Wwoofing en Nueva Zelanda, pero su experiencia no había sido buena. En la Argentina, en cambio, destaca lo mucho que aprendió junto a Inés y su familia durante los tres meses que se quedó con ellos. “Tuve una experiencia maravillosa. Encontré mucha gente interesante, aprendí mucho y viví en plena naturaleza. En Nueva Zelanda mi experiencia fue muy mala. No había intercambio ni comunicación. Lo viví más como un trabajo gratis que como una experiencia de aprendizaje”, describe.
Como todo sistema, el Wwoofing también tiene sus sombras. Cedric vivió algo que es un riesgo posible dentro de las buenas intenciones que encierra esta modalidad de viaje: el abuso de los anfitriones en lo que exigen de los voluntarios y las malas condiciones de vivienda, aseo y alimentación que puedan ofrecerles. Hay distintos foros que informan sobre estas cosas para denunciar los casos que trasgreden las normas tácitas de este encuentro entre ambas partes. Lo importante es informarse muy bien sobre el lugar en el que uno se va a establecer y buscar la opinión de wwoofers que ya hayan pasado por allí.
Otro de los riesgos de la falta de información es tomar esta vivencia como algo fácil, liviano, una forma “alternativa” de hacer turismo. Es una vivencia que requiere mucha fortaleza física, tolerancia y respeto por la diversidad cultural. El Wwoofer va a vivir a la casa de una familia que le abre las puertas de su hogar y que eligió vivir en armonía con la naturaleza, generalmente con un estilo de alimentación sana y con prácticas religiosas diversas. Es importante saber respetar esto y no agredir con costumbres o miradas diferentes de cómo hacer las cosas.
En el camino a un mundo más armonioso, con más conexión entre la gente, con menos impacto ambiental, el Wwoofing es un paso, un avance que permite que todos aquellos que quieran vivir en comunión con el medio ambiente y con su entorno social puedan encontrarse a lo largo y ancho del planeta. Así la comunidad se agrandará. “Piensa globalmente, actúa localmente”, planteó en 1915 Patrick Geddes, un activista que en su libro Ciudades en evolución ya planteaba una forma diferente de pensar la vida urbana. Un siglo más tarde, la humanidad empieza a sentirla más posible.
LA NACION