Festivales de rock: un nuevo lugar de encuentro entre padres e hijos

Festivales de rock: un nuevo lugar de encuentro entre padres e hijos

Por Sebastián Ríos
Nicolás, de 15 años, le gusta Arctic Monkeys; a su hermana, Eva, de 9, Calle 13; y a su papá, Martín, de 35, le gusta ir a recitales con sus hijos. “Me llena de satisfacción, como puede sucederle a una persona que le gusta el fútbol y que comparte la pasión de ir a la cancha con sus hijos”, dice Martín Galeano, empleado de sistemas, que el fin de semana último disfrutó en familia de la décima edición del Personal Fest, en el club GEBA, y en la que en dos jornadas subieron a escena Arctic Monkeys y Calle 13, pero también MGMT, Morcheeba, The Hives y Echo & The Bunnymen, entre otros.
En los últimos años, los grandes festivales de música se han convertido en un atractivo plan de salida familiar. Es que lejos de la tradicional y característica desorganización de los recitales de antaño, que durante décadas mantuvieron a muchos padres reticentes a exponer a sus hijos a situaciones y contextos poco amables (cuando no peligrosos), hoy cuentan con una infraestructura y un nivel de organización que facilitan el disfrute compartido. Y la creciente visita de padres e hijos es la innegable respuesta a este cambio.
“Cada vez más amigos o conocidos me cuentan que van a festivales o a recitales más chicos con sus chicos”, confirma Manuel Santos, músico de 29 años, para quien el Personal Fest fue el primer recital compartido con su hijo Fidel, de 10, así como con su hermana y sus dos hijas. “Es una experiencia de puro disfrute, pero también me interesa que se conecte con mi ámbito laboral”, agrega Manuel, que integra la banda de trip-hop GOLF.
Martín Castro, administrador gastronómico de 37 años, reconoce que, si bien a él y a su hija Virna les encanta compartir recitales, no todos son aptos para ir con chicos. “A mi hija no le gusta el amontonamiento extremo que hay en algunos lugares, por eso tratamos de ir a recitales en lugares amplios en los que uno pueda encontrar un lugar tranquilo para ver el show”, cuenta, y agrega: “El otro día teníamos ganas de ir a ver a Babasónicos, pero tocaban en un teatro muy chiquito, y de movida sabía que Virna la iba a pasar mal”.
“El lugar geográfico, la masividad del evento y la duración son cosas a tener en cuenta ya que, por más que nos guste mucho ir a recitales juntos, no siempre son programas cómodos para hacer con los chicos”, asegura Martín Balcala, de 40 años, que días atrás compartió con su hijo Manuel, de 6, el show de La Bomba de Tiempo en la Ciudad Cultural Konex.
“Muchos festivales hoy cuentan no sólo con lugares para comer, sino también con espacios de recreación para chicos, en los cuales pueden descansar un rato -retoma por su parte Castro-. Yo me puedo bancar ocho horas de corrido de recital, pero mi hija a las 2 o 3 horas ya se quiere distraer un poco, y está bueno que haya un lugar donde pueda hacerlo.”

UN PLAN POSIBLE
El cambio en la infraestructura de los festivales no sólo se ha verificado en la creación de lugares de recreación para chicos y en la disponibilidad de una (a veces amplia) oferta gastronómica. La posibilidad de contar con un lugar donde estacionar, así como las distintas mejoras que han facilitado el hasta no hace mucho tiempo engorroso, lento e incluso riesgoso ingreso en los estadios, colaboran con el hecho de que hoy participar en familia de un evento musical sea un plan posible.
“Ahora hay un montón de comodidades que hacen que ya no sea impensable ir a un festival con los chicos -afirma Martín Galeano-. Desde llegar al recital en auto y tener dónde estacionarlo dentro del predio hasta los stands de comida, son varias las cosas que hacen que puedas disfrutar un recital con tus hijos.”
Pero, ¿qué es lo que hoy rescatan padres e hijos delante de un escenario? “Disfruto del tiempo que paso con mi hija, ya sea saliendo a caminar o cocinando, pero compartir los mismos gustos musicales, ver que ella se emociona con lo mismo que me emociono yo es aún más lindo”, asegura Martín Castro, que dice que le hubiese gustado, de chico, hacer algo así con sus padres. Martín Galeano coincide: “De chico nunca fui a ver recitales con mis viejos; ellos escuchaban música, pero no eran consumidores de shows. Era otra época, no era tan común como es ir a un recital ahora”.
“Muchos de los gustos musicales de uno se le van pegando a tu hijo, inevitablemente. Y darnos el gusto de ir a un recital juntos es algo que cierra con moño esa conexión que compartimos -opina Martín Balcala-. Cantar, bailar y escuchar versiones diferentes, renovadas de las canciones que solemos escuchar es, sin dudas, lo que más disfrutamos.”
LA NACION