Cuando el tiempo se vuelve a inventar

Cuando el tiempo se vuelve a inventar

A estas alturas del año hace rato que hemos tachado la doble generala. Quizá también la generala y hasta el póquer. Nos conformamos con llegar a la última hoja del calendario sanos y salvos y habiéndole arrancado a 2014 por lo menos dos o tres de nuestros deseos más modestos y personales, esos que nadie espera de nosotros pero nos hacen sentir un poco más vivos: las lecciones de batería, la resistencia para correr la maratón sin morir en el intento, el viaje tanto tiempo postergado, la lectura del Ulises, la proeza de meditar diez minutos aguantando el calambre. A cada cual los suyos.
Anímese y remonte el calendario como si fuera un río, a contracorriente, hasta llegar a las primeras hojas de su agenda. Es posible que haya trazado allí, aquel día de febrero en el que aún estaba bajo los efectos de unas vacaciones reparadoras, los buenos propósitos para este año que termina. Recuerde primero que ese día relajado, sentado quizás en su sillón más cómodo, usted se sintió dueño de su vida y su destino. Y que no es malo tener ambiciones. Luego tome un lápiz y proceda a tildar donde corresponda. Si se queda con la mano suspendida sobre la página más de lo que le gustaría, no se preocupe. Debería sentirse satisfecho, porque todo aquello que ha quedado sin tildar es motivo para seguir viviendo. Cosas que anotará en la primera hoja de la agenda por estrenar. Vale lo dicho para las agendas digitales, aunque en ellas todo es más fácil y hay trampa, porque allí no se imprime, como sí lo hace en el papel, el paso del tiempo.
Con el fin de año se recupera la inocencia. De allí el optimismo que nos llevará a programar, en el que ya asoma, algunas de las asignaturas que nos quedaron pendientes del anterior. Y unas cuantas cosas más, en verdad, porque el caos en que se convirtió el año en el que nos habíamos propuesto tantas grandes cosas no sólo conspiró contra nuestros planes, sino que también despertó nuevos apetitos y deseos que ahora hay que atender. Vivir también es eso, arrojar lastre para poder echarse al hombro lo nuevo.
Que con el fin de año recuperamos la inocencia ya lo decían muchas culturas primitivas. Para ellas, incluso, volvíamos a nacer. Y el mundo con nosotros. En algunas lenguas aborígenes de América del Norte, el término “mundo”, identificado con la idea de cosmos, se usa también para referirse al año. Los indios yokut, que habitan cerca de Fresno, California, dicen “el mundo ha pasado” para expresar que han transcurrido otros 365 días. “El cosmos se concibe como una unidad viviente que nace, se desarrolla y se extingue el último día del año para renacer en el Año Nuevo”, señala Mircea Eliade.
Por supuesto ya nadie, salvo bajo el efecto de las burbujas del champagne del 31 a la noche, cree que es posible empezar todo de nuevo. Ya no quedan comienzos a fojas cero. Ahí afuera está el mundo, duro como una roca. Cuando despertemos el 1° de enero, todavía seguirá allí. Y lo más seguro es que, después de la fiesta y a la luz del día, se vea triste. Ya no vivimos instalados en un tiempo circular, como nuestros antepasados, sino en un tiempo lineal que opera por acumulación. O en una dimensión virtual todavía en parte desconocida. Tal vez por eso para muchos el fin de año o las Fiestas en general son motivo de depresión. Hemos desacralizado ese rito de regeneración o de renacimiento y lo hemos vuelto costumbre. Una costumbre que además repetimos sin sentido, huérfana de su significado original. Decía Eliade que la repetición de los ritos despojada de su contenido trascendente conduce necesariamente a una visión pesimista de la existencia.
Sin embargo, algo ha de quedar de todo aquello. Tal vez nos parezcamos a esos hombres primitivos más de lo que estamos dispuestos a admitir. Por algo andamos llenando inocentemente de buenos propósitos las primeras páginas de la agenda. Por algo nos decimos que el año que viene vamos a poder arreglar todo aquello que necesita arreglo. Por algo anotamos de nuevo la doble generala, seguros de que podremos dominar ese vértigo que nos conduce al caos allá por los meses de abril o mayo para poder alcanzar, este año sí, eso que nos propusimos cuando el mundo era un cosmos recién estrenado y el tiempo se volvía a inventar una vez más para nosotros.

Fuente: LA NACIÓN