Alec Baldwin: “Antes mi vida era todo trabajo y dinero. Ahora solo quiero estar con mi familia, sentirme orgulloso”

Alec Baldwin: “Antes mi vida era todo trabajo y dinero. Ahora solo quiero estar con mi familia, sentirme orgulloso”

Por Tom C. Avedaño
“Nunca veré a mi hija cumplir la edad que tengo ahora. Es imposible. Estaré muerto.” Es un soleado mediodía y Alec Baldwin, un existencialista de 56 años que se ha hecho mundialmente famoso interpretando a personajes menos interesantes que él, está explicando por qué, por fin, es feliz. “Es uno de esos razonamientos que te hacen pensar. Y piensas y piensas porque no esperas que la respuesta sea simple. Tienes que pasar años recorriendo el desierto hasta dejarte de tonterías y aceptar que es así de simple. Que lo más importante del mundo es pasar tiempo con tu hija. Con la gente que amas. Ahora tengo la edad en la que murió mi padre y veo que todo es tan simple…”. Tiene los ojos increíblemente abiertos, esos ojos de azul penetrante que saben reflejar cincuenta sombras de tristeza con un pestañeo hasta en una comedia. Y su dicción, ese susurro áspero que tiene por voz y por el cual ha estado interpretando a sádicos desde El precio de la ambición (1992) hasta Blue Jasmine en 2013, se ha ralentizado.
Tiene algo de truco, la pose, porque le permite al actor dominar la situación, y si algo hace Alexander Rae Baldwin III, un raudal de energía cinética de metro ochenta y tres, es dominar situaciones. Aunque su rictus al compartir el secreto de su felicidad tenga ese algo de truco, tiene mucho más de sinceridad. El bienestar es una situación nueva para él. “No sabía que había un lugar más allá de la angustia. A los 40 empiezas a plantearte su existencia. A los 55 es una realidad”. Y este hombre, este aprensivo al que todavía nadie ha convencido de que es buen actor, entiende de angustia. Pasó poco tiempo en los posters de Hollywood a principios de los noventa y mucho en los tabloides que narraron su virulento divorcio de Kim Basinger la década pasada. Pero su carrera ha renacido, gracias a que se le convenciera, en 2008, para descender a la televisión y grabar 30 Rock, la aplaudida sitcom que lo ha llevado al olimpo de la popularidad. Y su vida sentimental está ahora a salvo a manos de Hilaria Baldwin, la profesora de yoga de 30 años con la que se casó en 2012 y con la que ha tenido una hija y un impresionante rejuvenecimiento espiritual. “Ahora quiero cosas diferentes. Antes, en mi vida, todo era trabajo, trabajo, trabajo. Y dinero, dinero, dinero. No para gastármelo, sino para tener seguridad. Pero ahora solo quiero estar con mi familia. Quiero sentirme orgulloso. He sufrido mucho. Mucho. Y ahora quiero tener lo opuesto a todo eso.”
Ha pasado décadas cruzando muy públicamente los desiertos que le han traído hasta esta paz personal que profesa. En el camino se ha convertido en una de las caras más universalmente reconocibles del planeta. Fetiche de Martin Scorsese, Woody Allen y las revistas del corazón. Alec Baldwin está en el fin del camino que empezó cuando intentó ser presidente de Estados Unidos. “Hay mucha gente con conciencia social en mi país y se expresan de mil y una maneras. Apoyando la causa de los derechos gays, la reforma electoral, el medio ambiente, la protección de animales. Pero en los años 70, si querías un cambio social, te presentabas a un cargo público. Al Congreso, al Senado, a la Casa Blanca. Era la única forma de implementar el cambio. Ahora es la forma menos efectiva.”
El plan no llegó muy lejos. Tras perder una novia y unas elecciones escolares en el mismo año, lo dejó todo. “De todas formas, a finales de los setenta había demasiados estudiantes de derecho -gruñe él que, claro, también lo era-. Fue la moda de la década. Estados Unidos se estaba haciendo cada vez más complejo, legalmente hablando. Me propuse darme un año, irme a Nueva York y centrarme en una beca de interpretación”. Pocas profesiones podrían haber sacado mayor partido a su intensidad terminal. Al año siguiente tenía trabajo estable en una telenovela. Para 1983, vivía en Los Angeles, pasando de serie en serie, protagonizando películas terribles y empeorando su humor. Entonces se murió su padre y sintió la obligación de reemplazarlo. “El dinero se convirtió en algo esencial en mi familia. La gente dependía de mí y yo trabajaba por dinero”, revindica hoy, golpeando la mesa al final de la frase. “Mi padre tenía 55 años, como yo ahora”, repite. “Al poco, pasó algo. Empecé a cambiar. Empecé a pensar que actuar no era tan fácil como yo pensaba. Que para que mereciera la pena, iba a tener que dedicarle mucho más tiempo”. Esta conclusión le llegó en el peor momento para alguien que medra en la adversidad: acababa de triunfar comercialmente.
En 1990 se estrenó La caza del octubre rojo, un thriller de submarinos que recaudó 200 millones de dólares en taquilla. Un bombazo. La protagonizaba Baldwin, en la piel de un tal Jack Ryan, y entró en ese período de gracia de actor prometedor que, de conseguir otro éxito, pasaría a ser estrella. Nunca conseguiría ese segundo éxito. El día que se le ofreció una secuela en la que interpretar a Jack Ryan de nuevo fue también el día en el que se le ofreció encarnar al Stanley Kowalski de Un tranvía llamado deseo en Broadway. El consiguiente dilema entre la aprobación de otros y la realización personal lo torturó. “Aún no estoy seguro de la decisión que tomé. Por un lado, al estudio no le importa quién protagoniza las películas con tal de que sea alguien que esté de moda. Pero Un tranvía llamado deseo Eso tenía toda la pinta de ser difícil.” Eligió el teatro, por fortuna o por desgracia, y luego quemó su popularidad hollywoodense respondiendo a diferentes presiones con películas olvidables de las que generalmente se arrepiente. Al menos su papel en Ella dice sí le presentó a Kim Basinger.

AMOR EN ESPAÑOL
Se pueden extraer tres conclusiones viendo a Alec Baldwin pedir té en la cafetería del Ritz. Primero, que a este actor le gusta el té de una forma que supera las barreras lingüísticas. Segundo, que sus modales son intachables. Y tercero, que está acostumbrado a este tipo de conversaciones macarrónicas. “Cuando viajas a un país extranjero y no hablas el idioma, siempre pareces más estúpido de lo que eres”, se lamenta mientras la camarera se aleja con la nota tomada en dos páginas. Su mujer, Hilaria Thomas, nació en Mallorca y se crió en Boston. Y ese mismo entusiasmo que él muestra por su matrimonio lo muestra también por todo lo relacionado con España. Elamor por lo patrio es tal que no tuvo problemas en aceptar el papel de villano en Torrente 5. Es un golpe de casting casi perfecto: no hay nada más opuesto a José Luis Torrente que Alec Baldwin. “Vi una de las Torrentes anteriores y enseguida entendí que era una sátira. Muy vulgar, fuera de tono, pero también divertida. [Hace una pausa]. Pasó eso y que mi mujer me dijo: Por favor, por favor, por favor. Quería venirse conmigo y traer a nuestra hija, Carmen. Cómo iba a decirle que no.”
Baldwin se divorció la década pasada. También hizo otras cosas, como iniciar sus colaboraciones con Martin Scorsese, dirigir una película cuyo rodaje se complicó tanto que terminó retirando su nombre de los créditos y ser nominado al Oscar en 2004. Pero lo que se recuerda es el divorcio. Tanto, que hoy prefiere no hablar de ello. El problema no fue tanto su relación con Kim Basinger, sino la custodia de Ireland, la hija de seis años sobre la que Alec se había volcado con su característico entusiasmo. Lo que siguió fue una sangría emocional que duró años, muchos pleitos y más pleitos, traiciones, clases de control de ira y mucho dolor. Se mudó a un piso al oeste de Central Park, en Manhattan, a compartir piso con sus fantasmas. A un lado, la ausencia de una familia. Al otro, el cráter dejado por una carrera cinematográfica fallida. Por el día protagonizaba películas independientes de bajo presupuesto. Por la noche escribía un libro sobre las injusticias legales de los divorcios estadounidenses. Hasta que le noquearon definitivamente con esas dos palabras que han hundido cientos de carreras: “Haz televisión”.
Antes de que Ireland absorbiera sus instintos paternales, Baldwin escribió un guión para rodarlo con sus hermanos. “Era la historia del mejor pistolero del Oeste, que es Glenn Ford. Es tan bueno con el revólver que él y su mujer están constantemente en peligro, porque siempre hay alguien que quiere presumir de haber matado al pistolero más rápido del Oeste. Por la seguridad de su familia, Glenn Ford acepta mudarse a otro pueblo con un nombre falso y no tocar un arma nunca más. Y pasan los años. Glenn Ford no toca un arma. Es un artesano apacible. Cuida de los suyos. Hace lo que debe. Pero una noche se va a tomar una copa…”. Baldwin se levanta mientras habla, no está claro si consciente, y pone una pierna sobre la silla, como John Wayne escuchando en un bar. “Llegan noticias de que alguien acaba de matar al pistolero más rápido del Oeste, así que los del pueblo se ponen a pelearse por quién es ahora el más rápido. ¡Yo! ¡Yo! Y entre medias se ríen de Glenn Ford. Pero entonces a uno de ellos se le cae una cerveza y Ford ya no aguanta más, porque ha bebido, y agarra un arma y”. Llegados a este punto, Baldwin tirotea con la mano un lugar muy específico y muy invisible de la cafetería. La cara se le ha enrojecido con una sonrisa casi infantil. “¡Pum pum! Le da dos tiros a la cerveza antes de que caiga al suelo. Todos se quedan quietos como una piedra ¡Él es el pistolero más rápido del oeste! ¡El mejor pistolero le pierde el miedo a su talento! ¿A que es una historia fantástica?”
Cuando le perdió el miedo a su talento tuvo un momento de gloria similar. En 2006 aceptó rodar unas escenas sueltas para 30 Rock, una sitcom que se filmaba en Nueva York y que le haría trabajar tres días por semana. La idea, como casi todo en aquella época, no le gustaba. “Si tu carrera cinematográfica está en punto muerto y te refugias en televisión pero no triunfas, es probable que no te recuperes”, lo justifica ahora. Pero el proyecto tenía dos ventajas: “Venía de Lorne [Michaels, productor ejecutivo de Saturday night live y misterioso capo de la comedia estadounidense], y de él me fío. El segundo motivo era que con un horario de grabación estable podía volar a Los Angeles a ver a Ireland.”
Terminó quedándose siete años y ofreciendo pagar una octava temporada de su bolsillo. Jack Donaghy, su personaje, se convirtió en uno de los más amados de la llamada Era Dorada de las Series. Era el papel que Baldwin nació para interpretar a los 50. Un hombre de negocios triunfador y arrogante hasta la médula. Su popularidad se disparó tanto que no solo empezó a rodar en cine con Meryl Streep y Woody Allen, sino que en 2010 presentó los Oscar junto con Steve Martin y en 2011 coqueteó con la idea de presentarse a la alcaldía de Nueva York y el público, lejos de abuchearlo, lo animó. Alec Baldwin estaba descubriendo que todo era, de verdad, más simple de lo que pensaba.
En 2011, Baldwin entró en un restaurante vegetariano del downtown neoyorquino y una preciosa mujer de 26 años le sonrió. El 30 de junio de 2012 se casaron. En agosto de 2013, Hilaria Baldwin dio a luz a Carmen. Alec volvía a ser padre. Tenía un nuevo comienzo por delante. “Cuando pienso en el futuro, pienso en mi familia.”
LA NACION

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