A los 81 años murió Horacio Ferrer, el hombre que le puso letra a Buenos Aires

A los 81 años murió Horacio Ferrer, el hombre que le puso letra a Buenos Aires

Fue alrededor de las 16 cuando el loco de la banderita de taxi libre, María la de Buenos Aires, el Chiquilín de Bachín y todo ícono del tango derramó una lágrima potente de pena, con caricia de bandoneón. A esa hora, en el sanatorio Güemes, murió el poeta de Buenos Aires, Horacio Ferrer. Allí permanecía internado desde hacía varios días.
Su querida Lulú Michelli, artista plástica que compartía su vida desde 1982, anunciaba la noticia envuelta en lágrimas. Poco tiempo después, el ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi, lo daba a conocer en forma masiva por su cuenta de Twitter. Él mismo organizó todo como para que los restos del poeta fueran velados en la Legislatura porteña, desde las 23 del lunes 21 de diciembre hasta las 15 del 22.
Un dandy siempre sonriente y amable como pocos, desde 1976 Horacio Ferrer vivía en una habitación del hotel Alvear. Hace algunos meses tuvo un accidente doméstico que lo condujo a un declive irreversible en su salud. Se cayó en la bañera y el golpe le ocasionó un coágulo en la cabeza. Por ese motivo fue intervenido quirúrgicamente, pero a los pocos días de regresar al hogar Lulú se dio cuenta de que no todo estaba bien.
Enseguida fue operado nuevamente y, aunque siguió una estricta rehabilitación, nunca se recuperó del todo. Su estado se resintió mucho en los últimos meses y una maldita neumonía contribuyó a sumar complicaciones a una salud cada vez más deteriorada. Problemas respiratorios y, finalmente, cardíacos definieron el cuadro. El poeta ayer murió a consecuencia de un paro cardiorrespiratorio. Sobre el cierre de esta edición se definía si sus restos serían trasladados al cementerio de la Chacarita.
“Horacio era un gran amigo a quien conocía desde hacía mucho tiempo. Siempre tuvo un gran talante el gran poeta. Lo quería muchísimo, porque además de haber renovado la poesía del tango fue un tipo bárbaro -lo describe Hernán Lombardi-. Básicamente era un poeta que vivía como un poeta. Una persona generosa, culta, abierta a otras tradiciones, sin dudas uno de los testimonios más fuertes del tango. Él podía ser tradicional y renovador al mismo tiempo. Horacio era una bella persona.”
Además de artista, Horacio fue un gestor permanente. Al frente de la Academia Nacional del Tango, entidad de la cual fue su corazón y su alma, no dudaba en recibir a quien quisiera hablar con él. Fue uno de los seres más generosos del ámbito artístico y cultural del Río de la Plata. Muchos han escrito su primer libro gracias a él. A Horacio lo fascinaba la investigación y estaba dispuesto a mover cielo y tierra con tal de realizar los sueños de alguien. Le encantaba hacer realidad sueños. Simplemente sonreía, pedía amablemente, acariciaba con algún verso y sacaba una flor. Así era.
Y, con un poco de confianza, uno podía llenarse el alma con esas anécdotas y ese humor único que lo caracterizaron siempre. Era un maestro al que le encantaba premiar. Entre las muchísimas obras que realizó quedan la Biblioteca del Tango, el Liceo Superior del Tango y el Museo Mundial del Tango, en Rivadavia al 800, en el Palacio Carlos Gardel.
Su pasión por el teatro fue heredada por su padre, integrante de la famosa Troupe Ateniense, un grupo independiente de cómicos, allá por los años 20. Héctor Gióvine hace unos años lo honró con una obra musical sobre su vida que se llamó Volá, vení, volá, en el teatro La Comedia. “Yo no entiendo que haya dos países; a mí me tocó nacer en el justo medio del Río de la Plata”, dijo alguna vez.
La admiración por Ferrer siempre traspasó fronteras y, como él resguardaba su ego, esas noticias no solían trascender lo suficiente, lo merecido. Se subió a múltiples escenarios para encarnar al Duende de esa obra de arte que es María de Buenos Aires, el gran musical argentino, tan existencialista, poético y metafórico como él. “Uno de los privilegios más grandes de mi vida fue conocer a Horacio. Compartimos el escenario unas 20 o 30 veces y cada vez fue una inspiración inmensa tocar al lado de su voz mágica. Nacimos en la misma fecha con 30 años de diferencia, él en Montevideo, yo en Noruega, y eso nos reunía más todavía”, comentó a LA NACION emocionado el reconocido bandoneonista Per Arne Glorvigen. Así se lo recuerda al duende, cuya alma ya flota en Buenos Aires, sobre una bicicleta blanca. Como es debido.

Fuente: LA NACIÓN