16 Dec “Mi sueño era ser goleador de un equipo que salga campeón”
Por Nicolás Zuberman
El día después que Racing salió campeón, Gustavo Bou sale de su casa camino al Cilindro de Avellaneda. Claro, no es día cualquiera. En la esquina se le cruzan dos hinchas, acaso todavía sin dormir por los festejos interminables que se hicieron esperar durante 13 años. Y los pibes, con la camiseta puesta, no lo dudan un segundo: se arrodillan delante del goleador del equipo en este torneo y le pidan disculpas, ante la sorpresa del entrerriano.
Nadie –nadie, ni él– hubiera imaginado una escena así cuando en el mes de agosto se anunció que iba a ser refuerzo de la Academia para pelear el puesto con Gabriel Hauche. “Siempre lo soñé, no lo voy a negar, pero también me da un poco de vergüenza”, cuenta Bou con su característica timidez en el césped mismo del estadio, donde todavía quedan los restos de lo que fue una noche histórica. Están los papelitos, los carteles que dicen campeón y algunos desechos de toda la pirotecnia que se usó para iluminar la noche del domingo y darle la bienvenida al lunes del campeón.
Y también está Bou, caminando la cancha, con su gesto siempre serio, sumamente respetuoso. El hombre que a partir de sus goles le fue dando forma al sueño racinguista. Claro que nada fue sencillo: hubo una noche en Quilmes que parecía que esa ilusión se desvanecía. Racing no podía vencer al modesto Cervecero y River, al que tenía que enfrentar en la fecha siguiente, aparecía muy lejos en el horizonte. Pero en el minuto 44 del segundo tiempo, el goleador de 24 años se animó a hacer algo que ninguno de los que estaba en el estadio intuyó. Le dio de lleno en un tiro libre a la pelota, que viajó 40 metros, traspasando la barrera y las manos del arquero Walter Benítez y fue a parar al fondo del arco adversario. Para la Academia ese gol significó mucho: fue igualar la posición del Millonario, el que había ido puntero todo el campeonato y que le había sacado ocho puntos de ventaja hasta tres fechas atrás de aquella jornada 16º.
En el silencio del Cilindro de la mañana de lunes, habla pausado Gustavo Bou: “En el brazo izquierdo tengo un tatuaje que me hice cuando falleció mi mamá, con su cara y le puse ‘gracias por todo’ y una frase: ‘aunque mis ojos no te puedan ver, te puedo sentir, sé que estás aquí’. Y en el antebrazo derecho me hice el de mi papá, también con su cara, su nombre, y la frase ‘soy capaz de lo incapaz por ti’. Siempre me beso el tatuaje de mi mamá cuando hago un gol, y desde que tengo el de mi papá, me beso los dos. Es una manera de agradecerles por todo lo que me dieron, por el sacrificio que hicieron por mí y por mis hermanos, por todo lo que nos enseñaron.”
Bou gritó aquel gol a Quilmes como todos los otros: se puso la pelota debajo de la remera para dedicárselo a la hija mujer que viene en camino. Ahora, convencido que aquel tiro libre terminó valiendo casi un campeonato, piensa en dos tatuajes más: el de su nena y uno que inmortalice aun más este título. “Desde que llegué a Buenos Aires de mi lugar en Entre Ríos, a los 14 años, soñaba con llegar a ser el goleador de un equipo campeón del fútbol argentino. Y que todo eso me pasara en un club grande. Hoy me parece mentira, puedo decir que cumplí el sueño del pibe: me tocó en Racing y me hace realmente muy feliz. Me costó mucho llegar acá, ser futbolista es bravo, en el fútbol argentino nadie te regala nada. Por eso trato de disfrutar este presente maravilloso”, dice el chico formado en el club barrial Nebel, en la ciudad de Concordia.
Siempre serio, hasta le cuesta sacarse los anteojos. No es por haber dormido poco. Es timidez a la hora de sacarse las fotos. Accede con gentileza, a pesar de que no se siente cómodo con la situación. Si alguien encuentra una foto de Gustavo Bou riendo, seguro que está festejando un gol. Ahí sí se siente seguro. Pero antes de su condición de goleador, él resalta la de familiero y la de hombre simple. Entre las 60 mil almas que hubo en el Cilindro el domingo a la noche había 40 que viajaron en dos combis desde su pueblo para verlo especialmente a él. “El final del partido fue especial. Sentí que era un momento para disfrutarlo con mi familia, con mi señora y mi hija que está en camino. Pero lo primero que pensé cuando fuimos campeones fue en la imagen de mi vieja. Yo sé que cuando termina el festejo y me abrazo con mi familia no la tengo a mi vieja al lado para decirme lo orgulloso que está de su hijo. Igual sé que gracias a ella yo seguí por este sueño”, cuenta Bou, con el recuerdo a flor de su piel de la madre que perdió cuando tenía 15 años y siguió adelante con la promesa de que no iba a dejar el fútbol, porque ella lo iba a ayudar desde donde esté. En esos designios cree fervientemente Gustavo Bou.
Entonces afirma que no sólo es familiero, también es religioso. “Creo mucho en Dios, en el Guachito Gil. No soy mucho de ir a la iglesia a misa. Pero junto a mi señora rezamos un padre nuestro todas las noches antes de acostarnos. Soy creyente, muy creyente, pero a mi manera”, explica.
Quizás así se haya construido el milagro de hacer lo que casi ningún delantero pudo hacer en Racing, que gastó millones en goleadores que se habían quedado afónicos de festejar con otras camisetas y no lo pudieron hacer con la celeste y blanca. La lista es larga y los nombres surgen rápido: Rubén Ramírez, José Sand, Claudio Bieler, son algunos ejemplos. Bou, en cambio, llegó con flojos antecedentes más allá de una buena temporada en Olimpo de Bahía Blanca, jugando en el Nacional B. Y con el nexo hecho por Christian Bragarnik, que además de ser su representante también es el del entrenador Diego Cocca, y la historia de polémica es tan conocida como lejana por estas horas de consagración.
Gustavo Bou en Racing se destapó un lunes a la noche, ante Newell`s. Y marcó 10 goles en 10 partidos, varios de a dos- contra Boca, Belgrano y Estudiantes- y algunos de una calidad sorprendente.
Repite que desde los 14 años soñaba con un momento como este. “Siempre confié en mis condiciones. Cuando llegué a Racing no me criticaban por si paraba bien o mal la pelota sino por otras cosas. Yo no me enganché con las cosas que decían de mí. Le puse el pecho con humildad, sacrificio y confiando en mis condiciones, como hice siempre. Por ahí algunos siguen pensando que a Diego (Cocca) lo conozco desde antes por tener el mismo representante y la verdad es que lo conocí acá. Nunca antes había charlado con él. Y hoy le agradezco porque me dio la confianza que yo necesitaba y la aproveché.”
A Gustavo Bou le cuesta subir los escalones de la platea del Cilindro para someterse a las fotos que lo incomodan. Todavía renguea por un isquiotibial derecho que tiene cargado desde hace casi un mes, pero que no lo iba a hacer aflojar justo a la hora de la definición. Por eso, incluso, se fue remplazado cuando aún faltaban más de 25 minutos para que terminara el partido ante Godoy Cruz. Fue una buena excusa también para que los apasionados hinchas de Racing muestren su ingenio para corear un apellido al que es difícil encontrarle la rima: “Bou, bou, bou”, cantaron con un ritmo rápido. Mucho tuvo que remarla para que un estadio entero llegara a corearlo. Se emocionó a su maneja, sin expresar el sentimiento con un ningún otro gesto para que la devolución del aplauso a las tribunas.
Gustavo Bou dice que tiene que irse, que lo espera su señora para almorzar. Antes deja la última frase y casi sin darse cuenta deja quizás uno de los secretos de este Racing campeón. “En los momentos duros, Diego (Milito) y Seba (Saja) fueron importantes. Cuando tuvieron que hablar lo hicieron. Nosotros tomamos el mensaje, lo entendimos y agarramos la misma soga y tiramos para el mismo lado. Con Diego disfruto mucho de jugar. Me toca compartir cancha con él. En River tuve la posibilidad de jugar con grandes futbolistas, pero a Diego trato de escucharlo más que imitarlo”, dice Bou, campeón de la humildad, goleador del respeto.
EL GRAFICO