Los perros dulces de Pérez-Reverte

Los perros dulces de Pérez-Reverte

Por Jorge Fernández Díaz
“Propongo poner al perro en observación y sacrificar a la ministra”, escribió hace unos días el mastín de Dumas, mostrando los dientes. Aludía irónicamente a la gestión de la máxima funcionaria del área de Salud de Rajoy , a su incompetente manejo de la crisis del ébola en España, al aislamiento de una enfermera infectada y a la ejecución desaprensiva e inútil de su mascota. Arturo Pérez-Reverte se plegó a la campaña para salvar al animal y sacudió las redes sociales con su sardónica propuesta, pero no logró detener el asesinato de Excalibur. Al escritor español lo siguen cerca de un millón de personas a través de su cuenta de Twitter, y ya es muy conocido su amor incondicional por los perros. “He tenido cinco. No hay compañía más silenciosa y grata -escribe-. No hay lealtad más conmovedora como la de sus ojos atentos, sus lengüetazos y su trufa próxima y húmeda. Nada tan asombroso como la extrema perspicacia de un perro inteligente. No existe mejor alivio para la melancolía y la soledad que su compañía fiel, la seguridad de que moriría por ti, sacrificándose por una caricia o una palabra.”
Llama la atención esta debilidad de Arturo. La mayoría de los escritores manifiestan apego por los gatos, inquietantes divinidades caseras que han inspirado a Poe, Colette, Elliot, Sartre, Dickens, Wells, Twain, Chandler, Hemingway, Scott Fitzgerald, Capote, Bradbury y para hablar de nuestras pampas, también a Borges, Cortázar y Soriano. El gato es un ser ultraterreno, mágico e imprevisible. Su eterno rival representa otra cosa. “Ha habido perros tan agradecidos que se han arrojado con los cuerpos difuntos de sus amos en la misma sepultura -contaba Cervantes-. Otros han estado sobre las sepulturas donde estaban enterrados sus señores, sin apartarse de ellas, sin comer, hasta que se les acababa la vida.”
Durante los últimos veinte años, Pérez-Reverte ha venido escribiendo artículos sobre sus dioses de la fidelidad, denunciando a quienes adiestran sin escrúpulos a los perros de presa y a quienes le compran irresponsablemente un cachorro a su hijito como si fuera un peluche, y ha descripto canes legendarios (el flaco y bastardo de la batalla de Rocroi, los dos que cruzaron el Valle de la Muerte con la Brigada Ligera) y también animales valerosos de la calle y de su propia familia. Esos relatos magistrales fueron compilados ahora en un libro que se llama Perros e hijos de perra.
Abre el fuego de este volumen un artículo premiado sobre su propio perro: Sherlock. “Acaba de cumplir dos años y es un tipo duro, de Segovia -dice-. Un buen ejemplar teckel de pelo fuerte, pardo leonado, con cejas y bigote casi rubios.” Sherlock es hijo de un alemán y una española. “Una familia, en resumen, de cazadores con larga estirpe, lo que significa muchas generaciones acosando bichos en el campo”, razona el padre de Alatriste. Eligió a ese perro entre cinco hermanos porque era el más sereno. “Al cabo de un tiempo apareció una vena sentimental -recuerda-. Lo pasaba mal solo. Lloraba. Así que le buscamos compañera. Y llegó Rumba, toda una señorita. Una teckel de pelo rizado, pizpireta, lista y destrozona como la madre que lo parió. Tímida al principio, no tardó en hacerse la reina del asunto. Sherlock, flemático, la deja hacer. Por no discutir, ni le gruñe. Ella se lo trajina bien. Le lame el pescuezo cuando está tenso, lo relaja. Lo putea, a ratos. Creo que son felices juntos.”
Asevera Pérez-Reverte, sin embargo, que su teckel no nació para la vida doméstica: fue programado para cazar zorros y jabalíes, y por lo tanto tiene añoranzas de cosas que no ha vivido, pero que heredó de sus antepasados
Asevera Pérez-Reverte, sin embargo, que su teckel no nació para la vida doméstica: fue programado para cazar zorros y jabalíes, y por lo tanto tiene añoranzas de cosas que no ha vivido, pero que heredó de sus antepasados. A veces, mientras duerme a su lado, lo ve agitarse, mover las patas y gruñir sordamente, y Arturo adivina lo que sueña. En otras ocasiones, se aparta de todos y se arroja en un rincón. “Se queda quieto, hosco y solitario, mirando el vacío como Bogart en Casablanca -añade-. Entonces sé, o creo saber, que rumia nostalgias de cazador, olor a tierra húmeda, hierba verde y rastro fresco de animales. Quizá piense en sus hermanos, que se quedaron en el campo y ahora tendrán el hocico lleno de marcas y los colmillos desportillados de pelear. Quizá, desde el confort de la vida doméstica, Sherlock envidia sus vidas lejanas, colmadas de recuerdos apasionantes.”
Jura que comprende muy bien a Rumba: “Si yo fuera perra, me lo follaría”.
LA NACION