La diferencia entre el agobio y el cansancio

La diferencia entre el agobio y el cansancio

Por Miguel Espeche
El final del año carga con lo acumulado en los largos meses previos contados, uno a uno, a partir de las últimas vacaciones. Eso significa que músculo, mente y espíritu piden detener la marcha, sintonizar otras frecuencias y sosegar ese imperativo que significa la agenda de cada día, para poder salir del duro trajinar laboral.
Mucho hay de cansancio en ese sentir, pero, hay que decirlo, gran cantidad de los que creen estar cansados y sin energías, lo que sufren en verdad es un estado de agobio, algo que es parecido al cansancio? pero no tanto.
El sentir agobiado viene en general por acumulación de presiones y exigencias más de orden anímico que físico. De alguna forma, es una reacción natural que se constituye en una suerte de rebelión contra una forma de hacer las cosas a contrapelo de la propia naturaleza.
Como decíamos, agobio y cansancio son parecidos, y puede que sus síntomas se superpongan, pero es válido discernir cuándo lo que tenemos es cansancio puro y cuándo se trata de un agobio acumulado que hace que todo lo que se hace parezca más pesado y se anhele, con ansiedad, la llegada de las vacaciones.
La prueba de que no es estrictamente cansancio lo que se siente en el final del año es que surge mucha energía a la hora de emprender las vacaciones, las que, convengamos, suponen un esfuerzo importante desde el momento mismo en que se carga el auto para emprender la expedición hacia el destino elegido.
Ante la llegada del momento deseado, el entusiasmo nace, la ilusión se enciende, el automóvil emprende su periplo y se dispone a, por ejemplo, transitar la Ruta 2 a paso de hombre o atravesar provincias enteras para arribar a la placidez de las playas brasileñas.
Son ejemplos de que existe una firme voluntad de llegar al lugar deseado, y esa firmeza es acompañada por la energía necesaria para sortear los obstáculos que aparezcan en el camino. En ese contexto, aquel supuesto cansancio, aquella ausencia de energía del final de año, queda en la nada, y brota una fuerza entusiasta, antes dormida.
En términos estrictos, el cansancio significa que las energías se han “quemado”, por lo que hay que descansar, dormir, alimentarse?para recobrar aquello perdido. El agobio, en cambio, no es la ausencia de energía, sino su aprisonamiento y compresión en situaciones de tensión, de exigencia, de presión, en el que el fluir natural se ve permanentemente cercenado por una exigencia externa generalmente poco amable. Podríamos decir, inclusive, que el agobio no es sinónimo de falta de energía, sino que es, quizás, un exceso de la misma. Eso sí: se trata de energía vital “apretada”, presa de preocupaciones, temores, sobreexigencias.
De cualquier manera, tanto para el cansancio como para el agobio, valen las vacaciones, el cambio de ritmo, el reencuentro con el propio fluir y la capacidad de sintonizar esas dimensiones olvidadas, como es la de los afectos, el volver a sentirse parte de la naturaleza, la posibilidad de charlar de bueyes perdidos, divertirse sin mirar el reloj y simplemente estar? estando. Pues bien: que las vacaciones sean para “desagobiarnos”, para reencontrarnos y volver a ser algo más que “productores” de bienes y servicios. Luego, en lo posible, vale traer eso a la vida “normal” del resto del año, con la intención de que perdure lo más posible para mejorar la calidad de vida. ¿Difícil?… Obviamente, pero más difícil es claudicar ante aquello que nos agobia, disfrazarlo de cansancio, y seguir creyendo que la verdadera vida dura lo que duran las vacaciones.
LA NACION