Juan Martín del Potro: “Los golpes te hacen madurar”

Juan Martín del Potro: “Los golpes te hacen madurar”

El atardecer se derrama sobre la playa desierta, generosa, fría. El susurro del viento endulza los oídos. Apenas se observa una pareja caminando con paso apurado sobre la arena más firme y se advierte, a la distancia, a un puñado de niños jugando entre los esqueletos de las carpas que en menos de dos meses estarán completas. Inmerso en la escena armoniosa, Juan Martín del Potro marca otro ritmo, mucho más intenso, rabioso. Vestido con pantalón corto y remera, lanza hacia arriba una pelota similar a las de básquetbol, pero con más peso, y bruscamente corre hacia adelante, tratando de que no se le hundan los grandes pies en el terreno y de alcanzar la distancia de un cono acomodado por Martiniano Orazi, su preparador físico, antes de que la esfera caiga sobre la arena. Repite la rutina varias veces y hasta se abrocha al cuerpo una suerte de paracaídas para ejercitar resistencia.
Si la escena a escasos pasos del mar tenía un ritmo propio, cadencioso acompañando a un torbellino de casi dos metros como Del Potro, la acción en el fondo de la casa con frente de piedra que el grupo alquiló durante un par de semanas, es todo lo opuesto. Martín Bertrand, amigo de Juan Martín desde la niñez en el colegio San José de Tandil, toma el control remoto del equipo y la música detona, como en cualquier gimnasio porteño. El sonido se justifica: fatigado, con arena hasta en las orejas, el ganador del US Open 2009 encara una última sesión de pesas y necesita incentivos. Si algún extraño irrumpiera en el jardín, no se percataría de que está frente a un deportista que permaneció inactivo, prácticamente toda la temporada, por una severa cirugía en la muñeca izquierda. Irradia entusiasmo. Y, salvando los detalles obvios y las circunstancias, esta “pre-pretemporada”, como la llama Del Potro, evoca a cuando Diego Maradona viajó a La Pampa para ponerse en forma antes de la Copa del Mundo de EE.UU. 1994. Este es el comienzo de una ilusión.
“Necesitaba hacer un trabajo fuerte. Y fue muy positivo venir acá por casi dos semanas. Porque en Capital, con todas las cosas que uno tiene alrededor y los compromisos, me estaba costando hacerlo. Además, la arena me ayuda mucho para agarrar potencia y oxígeno”, dice, convencido, el tenista que el 24 de marzo pasado, mientras nevaba en la helada ciudad de Rochester, vivió una vez más la pesadilla de ingresar en un quirófano, como en 2010, aunque ahora para que le abrieran la otra mano, la izquierda, esa que exhibe la cicatriz en la parte superior y que luce una pulsera de Boca Juniors. “Fue duro estar otra vez en el quirófano, pero el camino hasta ese día fue lo peor, sobre todo en Dubai (el último torneo que jugó), cuando supe que así no podía continuar -confiesa, quitándose las zapatillas y todo sudado, sobre el final de otra alentadora jornada-. No daba más del dolor, venía jugando desde hacía tiempo con infiltraciones, con incertidumbre, perdiendo la estabilidad en la mano. Fuimos a Rochester, tuvimos una reunión con el médico (Richard Berger), que aconsejó la operación y creo que ese día, no sé si porque yo estaba muy angustiado o triste, lo pensé mucho menos que en 2010. Le dije ‘dale, dale, que sea ya’ y al otro día me levanté a las seis de la mañana, me metí en el quirófano y me operó durante dos horas y media. Yo sabía que saliendo de ese quirófano venía la recuperación y el mirar hacia adelante”.
-¿Lloraste mucho?
-Sí, sí, fue horrible. Lo que me hizo explotar fue la mano, pero tenía cosas guardadas y aquel llanto de angustia muy fuerte, también por toda la gente que está detrás mío. Pero cuando salí del quirófano fue como que empezó una nueva etapa de mi carrera y de mi vida también. En ese momento, cuando me vi con el yeso, me relajé. Tenía la experiencia de 2010, de los tiempos que podía tener y lo viví más tranquilo. Éste fue un proceso más largo que el de la mano derecha, porque cuando me abrieron se encontraron con algo más grave, pero no estaba tan asustado ni con tanta incertidumbre. Después están las inseguridades de pensar cómo estará todo adentro, cómo responderá, si aguantará. Hoy estoy viviendo el día a día con mi mano y me está permitiendo entrenarme como quiero.
-En 2010 les costó llegar a un médico que los convenciera. ¿Cómo describirías a Berger?
-Cuando tuve la lesión de 2010 se acercó mucha gente, tal vez sin mala fe, pero que me perturba la cabeza porque todos decían tener la solución y muchos sólo querían salir en los diarios. Pero en él encontramos a un tipo sencillo, profesional y tuve la ventaja de que se encariñó con mi vida, con lo que hago y con mi entorno. Pasamos a tener una relación más afectuosa, lo que es una gran ventaja, porque es difícil que un médico en los Estados Unidos te pase el número de celular, son fríos y atienden a tanta gente. Empecé a conocer a sus hijos, a su mujer, su casa. Cuando me hacía los chequeos, por una cuestión de vuelos no podía ir y volver en el día a Miami, entonces tenía que dormir allá y siempre cenábamos juntos, nos quedábamos charlando. Me operó, pero además me cuida y lo hace con la claridad mental que yo necesitaba.
Juan Martín apura el paso hacia el interior de la casa; ya está oscuro, el viento es cada vez más fuerte en el jardín y no sería apropiado enfermarse en este momento. Va en busca de una ducha caliente, mientras, desde la parrilla ubicada en el primer piso de la residencia, se empiezan a oír las primeras explosiones de la leña. Juega Boca por la Copa Sudamericana y el tandilense no quiere perderse ni una jugada. En la cocina, hay varias manos, entre ellas las del entrenador Franco Davin, cortando ensaladas y embutidos tandilenses, abriendo gaseosas y adobando carnes. Matambre de cerdo y de vaca, asado, chorizo y morcilla, son parte del “permitido”. En el living, debajo de un plasma, en una inmensa mesa de madera descansan tres libros que trajo Davin a Cariló: Once anillos, la historia del exitoso coach de la NBA Phil Jackson; El talento nunca es suficiente, de John Maxwell; y Usar el cerebro, de Facundo Manes. También hay tableros de ajedrez y paletas de ping pong. A los pocos minutos surge Del Potro en escena, listo para disfrutar de la que 90 minutos después significaría la clasificación xeneize. Antes, pica un salamín. “Sin que me vea Martiniano, porque me reta”, dice, pícaro. Servicial, despreocupado, como uno más en el grupo, pone los platos y los cubiertos sobre la mesa y hasta ayuda a su amigo Martín a traer los distintos cortes de carne en una tabla. Tras el helado y la torta de chocolate que la propia Julieta, hermana de Juan Martín, elaboró, los párpados del tenista se empiezan a cerrar. Se oyen bromas por viejos partidos de póker. Pero Del Potro ya no se sostiene del sueño.
El despertador suena a las 7.30. La paz domina la luminosa casa. Tras un desayuno con cereales, yogurt y tostadas, Del Potro está listo para poner primera. Junto con Orazi salen al jardín y desde allí, unos metros más hacia la playa, a correr durante 40 minutos. No hay nadie. El contexto es ideal para un deportista de elite que pretende entrenarse con libertad absoluta. Luego de algunos kilómetros de exigencia, regresan a la casa. Espera el Cariló Tenis Club, en medio del bosque, donde sólo se oye el canto de los pájaros. Claro, hasta que la Torre “calienta” el brazo y los latigazos empiezan a sacudir el ambiente. Muy poca gente es testigo de esos primeros golpes de Del Potro. Uno de ellos, atónito, es Santiago, que tiene 14 años y, sabiendo que su ídolo estaría allí convenció a sus padres de que lo dejaran faltar a las clases de historia, matemáticas y plástica del colegio San José de General Madariaga. “Ojalá vuelva pronto, lo extrañamos”, dice el chico. Y para verlo otra vez en acción, si su preparación no sufre alteraciones, habrá que esperar a la primera semana de enero, en Brisbane; luego en Sydney y en el Abierto de Australia, el primer Grand Slam del año.
-En los peores momentos, ¿tuviste miedo de no poder agarrar una raqueta nuevamente?
-No, no. En 2010, como era la primera operación y en la mano derecha, pensé lo peor de lo peor, pero no ahora, siempre fui positivo sin importarme el tiempo que lleve la recuperación. Sé que al tenis voy a volver a jugar. Estuve cerca de hacerlo en Asia, después en Europa, pero preferimos apuntar a un 2015 muy bien de salud, sin cometer errores del pasado. Cuando estás afuera del circuito y ves todo desde otro lugar, valorás mucho todo lo que tenés. Me pasó ahora, te juro. Hoy valoro mucho más el tenis que si no me hubieran operado. En París Bercy el año pasado, llegué como con 70 partidos y no quería saber nada de tenis. Y hoy tengo muchas ganas de volver a jugar. Extraño la adrenalina, es lo que les pasa a todos: cuando no la tenés la necesitás. Es el combustible. La diferencia se hace cuando se aprende a convivir con situaciones límites todo el tiempo. La adrenalina es la que me mantiene bien arriba y con la pasión alta, porque quiero volver a vivirla por mucho tiempo más.
Fueron varios los colegas que se preocuparon por su rehabilitación. Habló con Federer, varias veces con Djokovic, también con Marin Cilic. “Extraño verlos en el vestuario, porque tengo buena onda con ellos. Es que el tren sigue y yo quedé abajo. Meterme de nuevo ahí y hacerme compinche en los vestuarios llevará su tiempo. Lo fundamental e incomparable son mis amigos de Tandil y de la vida, y a ellos les sumo a Franco y a Martiniano, porque detrás de ellos están las familias, que tiran para el mismo lado. Yo sufro y conmigo sufre la mujer de Franco, el hijo, los hijos de Martiniano”.
-¿Qué se siente estar pegando el revés de dos manos y con potencia, algo que te impedía la lesión?
-Me siento contento. Hacía mucho que no sentía una sensación de libertad, de pegarle tranquilo. Todavía hay golpes que los hago controlados, por un tema de inseguridad lógico, pero me lo va a ir sacando el tiempo. Los golpes te hacen madurar y las cosas malas te hacen ver lo bueno que tenés. Cuando uno está tan bien, deja de ver cosas que le pasan por al lado. Hoy estoy muy bien con la gente que tengo que estar y que quiero.
-¿Hay algún cambio técnico que tengas que hacer en el revés para cuidar la mano?
-No, lo que trato de hacer es no cambiar la técnica y no tener que deformar el golpe para evitar un dolor, que eso es lo que estuve haciendo antes de operarme. Ahora trato de hacer el movimiento natural. Si siento molestias, trataré de manejarlas, pero no cambiar el golpe, sería perjudicial.
-¿Cómo afrontase la ansiedad?
-Fue difícil. Todo comenzó después de la operación, salí con el yeso, arranqué a fondo con la rehabilitación, agarré la raqueta, me fui a Estados Unidos, me puse bien físicamente, la idea era volver en Asia, pero no estaba tan seguro, tenía molestias, el médico me dijo que era mejor esperar, no me sentía confiado como para salir a jugar. Ahí la ansiedad de tener que esperar un poco más me entró por el lado de la comida, de los asados, las picadas, pero siempre controlado. No llegué a excederme mucho, pero sí subí de peso. Era lo normal. Hubiera sido preocupante que estando sin jugar hubiera bajado de peso. Hubiera sido sinónimo de angustia o de depresión, pero. (sonríe) la panza estuvo cargada y la familia me malcrió.
-¿Cómo sos como hermano e hijo: demostrativo o más bien parco?
-Con mi hermana tenemos una relación increíble. Con ella soy más afectivo que con mis padres; me sale más decirle ‘te quiero’ o ‘te extraño’ a mi hermana que a mis padres. Con ella hablo a diario y es una de las personas que más feliz se pone cuando gano y que más triste se pone cuando pasa algo injusto conmigo, y cuando sufre me genera un malestar insoportable. Ella es lo más lindo que hoy tengo en la vida, después de la pérdida que tuvimos hace muchos años (una hermana suya falleció en un accidente automovilístico) y no se merece sufrir ni un poco. Trato de cuidarla y muchas cosas las hago pensando en ella, para que sea feliz. Es chica, tiene 22 años y le tocan vivir cosas injustas, que son culpa de su hermano. Nos llevamos bárbaro. Con mis viejos también, pero soy un poco más distante. Para las madres, los hijos nunca crecen y mi mamá es un sol; caigo con 15 o 20 amigos a mi casa de Tandil, parece un club con pileta y ella hace la picada, la comida.
-Volviendo al tenis, ¿viste algo del circuito?
-Vi poco. Me hacía mal ver que el tenis se abrió bastante este año. Fue un año raro. No estuvieron tan regulares los de arriba y eso me hacía mal. Enganché la final de Wimbledon, de Federer y Djokovic, y algunos partidos puntuales. Pero trataba de no ver y de acelerar el tiempo.
-¿Le prestaste atención al ranking?
-No. Desde el momento en el que me operé sabía que me iba a ir al 4000 (se ríe), no sé. Sabía que me iba a ir del ranking y no le presté más atención, no lo seguí más. Me entero de cómo estoy ubicado hoy porque mis amigos me cargan. El otro día, Palermo me dice ‘dale volvé que ya estás debajo de los 100’. Nunca me puse a pensar, ni tampoco pienso en qué lugar quiero estar en marzo, en julio. Quiero poder brindar en las fiestas en mi casa y decir, ‘bueno, deséenme buen viaje, hasta luego, me voy hasta febrero’. Quiero que toda la buena energía me mantenga activo y sea, ojalá, por mucho tiempo.
LA NACION