11 Dec Invicto y con ratos de gran juego
Por Alejandro Wall
Fue casi una costumbre de River en la Copa Sudamericana escalar desde abajo en las series. Y el final del recorrido demuestra que también fue su costumbre levantar la desventaja. El camino hacia la coronación estuvo precedido de espinas para el equipo de Marcelo Gallardo, que tuvo que forjarse de temple para llegar hasta su objetivo.
En cualquier competición con cruces eliminatorios se suceden los momentos clave. No hay sólo uno. Pero, en este caso, ningún otro, por su carga simbólica, fue tan central como las semifinales con Boca, un desafío que suponía cobrarse cuentas con la historia. La última vez de un Superclásico copero había sido en 2014, cuando Boca se impuso en la misma instancia pero de la Copa Libertadores. Una década después llegó la revancha.
River no tuvo que levantar un resultado en esos choques, pero revirtió una situación que parecía comenzar desfavorable en el partido que se jugó en el Monumental. La ida había terminado sin goles en lo que se pareció más a un competición de lucha libre que a un partido de fútbol. Y la vuelta, a los pocos segundos, arrancó con un penal en contra, el que pateó Gigliotti y atajó Barovero. Después vino el golazo de Pisculichi y el desahogo, sobre todo, de haberse sacado un peso de encima. También, desde ya, de haber llegado a la final.
River arrancó su camino en la Copa Sudamericana contra Godoy Cruz, en Mendoza, con un cabezazo de Pezzella sobre el final. Esa serie se completó con un dos a cero en el Monumental. Eran los días en los que River avanzaba con paso soberbio en el torneo pero, todavía tímidamente, apostaba a los dos frentes: el local y el sudamericano.
Ahí, después de Godoy Cruz, llegaría otro instante que partiría al medio la historia de River en la Copa. Los octavos de final depararon viajar a Asunción. El equipo de Gallardo no tenía a su tótem colombiano, Teo Gutiérrez, que se había ido con la selección de su país. Pero el Muñeco sacaría a relucir su recambio juvenil.
Sin embargo, antes de eso, un hecho extra futbolístico marcaría el rumbo del partido. En el calor descomunal en la capital paraguaya, Libertad se puso en ventaja. Y al rato le cobrarían un penal a favor. Hernán Rodrigo López iba a patearlo. Pero se cortó la luz. El estadio quedó a oscuras durante media hora. Cuando la energía regresó, el delantero del local erró su penal. Y Carlos Sánchez puso el empate. Otro corte de luz. Y a la vuelta Sebastián Driussi y Giovanni Simeone pusieron el tres a un. Fue la única vez en la que los pibes salvaron un resultado. La obra se completó en el Monumental. Otra vez con Sánchez y Simeone.
Lo que siguió fue Estudiantes. En el primer partido tuvo que revertir el resultado y se llevó un triunfo de La Plata. En el segundo, en el Monumental, arrancó arriba pero Estudiantes se lo igualó. Siempre con un mismo verdugo: Diego Vera. Ya comenzaba a observarse cierto declive en el juego. Pero, aún así, River encauzó la historia, la sacó hacia delante para llegar hasta el choque con Boca en las semifinales.
El último escalón, Atlético Nacional de Medellín, no fue un paso sencillo. Pisculichi, como con Boca, fue el héroe en el Atanasio Girardot, donde otra vez tuvo que salvar una desventaja. Y una semana después llegó el Monumental. La fiesta. El final de la historia, que fue un final feliz.
EL GRAFICO